En esto de hacer una pausa y estirar las piernas en el diario, recorro la planta, o mejor dicho su esquelética estructura.
La mugre es un atractivo en sí mismo: Techos a nada de venirse abajo, palomas en dos de sus formas, las vivas apuntan inclementes al piso ajenas al mito de la buena suerte.
Sé que soy un destinatario fácil. No sólo eso, ubico el celular de
modo perpendicular a una de ellas y el noble regalo salpica en milésimas de
segundo al costado de mi prótesis comunicacional.
Sonrío, la ley de
Murphy puede prescindir de mi ingenio. Por suerte de las tres canillas del baño, una
funciona, tras limpiar y secar con resto de diarios viejos celebro mi boba coincidencia entre la no foto y el efímero excremento
colombófilo.
Contemplo a las otras quietas, esas que cuelgan cual murciélagos, tras desgraciadas muertes que seguramente nadie lamentó. Se las ve atadas a sendas redes que no lograron esquivar.
Estimo, por lo que queda de las pobres, que su final les llegó despacio. Muy. Días, probablemente.
¿Dos, cuatro? ¿Alguien se habrá apiadado de ellas? Supongo que no.
Pero mi idea no era escribir acerca de pájaros ni de piedades, si no sobre esa foto que demoré en compartir.
Nada tiene que ver con una selfie torpe o típico indicio de
"estuve aquí". Justamente en este lugar que dista notoriamente de parecerse a la
colosal pirámide de Keops o retratar una abrazadora y persistente nieve neoyorkina.
La fábrica,
llamémosla así, es un tugurio de conurbano, una sombra de lo que supo ser, cuyo degradé similar al sepia no fue generado por filtro o pincel, si no por un silencioso y tenaz deterioro, lógicamente producto del abandono.
Atentos, hay
tachos de colores que servirán para la edición de los periódicos de la jornada,
quizás de la semana. Pero ni el rojo, ni el amarillo sobresalen al halo
grisáceo dominante.
Con
mucha voluntad pueden apreciar un tetris en el techo. Un rayo de sol, allá en
el fondo, en composé con la resolana, cuyo reflejo transforma de refilón las ventanas rotas en falsos vitrales.
Y el azul mediado
por un cuadrado cercano amarillo, semejante al logo viejo del correo argentino o cualquier improvisado museo bostero.
¿Qué es todo este
delirio? preguntarán con razón.
Excusas, amigos,
excusas para suponer por que la belleza de lo derruido evitó ser compartida en
el acto, cual REM, como se conoce a esos gestos reflejos o vertiginosos movimientos oculares del sueño que no se
pueden controlar y que suceden a velocidades increíbles.
A decir verdad, sí compartí una foto que estuvo a nada de borrarse.
Justo decir que hay cara de cansancio, de años, una mueca cuyo plano acentúa la concepción de la vejez, la remera negra.
En fin, un perfil tan gris como el fondo que me
sostiene.
La dejo en
instagram. Insisto, esta no es la imagen que me interpela, si no la anterior.
Y uno sabe por
qué.
El contexto
(podemos llamarlo de abandono) habla de condiciones: laborales, temporales, cotidianeidad
que lleva años y en la que no resigno la ilusión de que será eventual, que el
ámbito puede mejorar, transformarse.
¿Qué es una imagen de una planta venida abajo si no otra cosa que un territorio que está a nada de extinguirse?
¿Cómo se hace para
no mantener un espacio que oscila entre la hostilidad y la indiferencia de sus dueños ante quienes peleamos por soñarlo rentable y mejor?
¿Qué es una foto
si no un vehículo que da a luz aquello que está presente pero no se ve?
Bueno, no ven los otros. Unos lo vemos todos los días.
Lo vemos del mismo modo cuando nos cruzamos vecinos dormitando entre frazadas
deshilachadas y bultos varios, en cada esquina porteña.
Igual que pibes de camisetas viejas, ganándole carreras al último vagón del Roca, rumbo a vaya uno a saber dónde.
Lo consideramos como ofertas de alfajores "en esta excelente oportunidad", de tres por mil, tanto a la ida como a la vuelta.
Parce que "la más maravillosa música" trocó en letanía mecánica e igual que el susurro del viento, si estamos abiertos a la percepción nos dice lo que nos falta:
1) a nosotros algo dulce para cerrar la jornada
2) a la veintena de
ambulantes, tres lucas para volverse a su casa.
Bueno, todo eso
que está a la vista, generalmente no se percibe.
Y yo antes de publicar nada, puse reparos (¿autocensura inútil?) pensando en los Ceos cercanos contemplando el hábitat que les pertenece pero no modifican.
"Instalaciones", nos enseñaron en la escuela y la sola mención, nos trasladaba a esos estantes de fierro y chapa que en nada se parecían a la definición con el balance y la Economía.
En este caso, este post podría oficiar de epígrafe para una bendita foto.
Noticiar con una mera descripción. Diecinueve caracteres
alcanzan. Y dicen. Mucho.
No me voy a hacer
el Barthes, ni la Sontag, ni jugar a las resistencias de Charly, quien más de una vez en concordancia
con los originarios advirtió en notas "las fotos te comen el
aura".
¿Qué aura guarda
un depósito que supo ser y sólo yace?
Muy rebuscado. Las cosas por su nombre. A escrachar a quienes nos cobijan (no confundir familiares o mantenedores) Hacelo a lo Milei.
Not yet.
Mayormente "lo mío vivido", parafraseando a este blog, no es ficción.
Como la foto que, aún pintoresca, refleja un momento. Este, el de ahora.
No aquel de cosechar ejemplares por
miles. Este. El del momento digital.
El de redactores
part-full o viceversa.
En este caso, sólo
me atribuí como un aficionado más a un click
Fotografía: Procedimiento o técnica que permite obtener
imágenes fijas de la realidad mediante la acción de la luz sobre una superficie
sensible o sobre un sensor.