Soy, o mejor dicho somos, de la generación que aprendimos a crecer a la vera del camino. "Vivimos la nostalgia de un tiempo que no fue nuestro", supo decir así Charly García o algo por el estilo.
Lo concreto es que quienes nos reconocemos antes que baby boomers, como verdaderos ochentosos
-esos que nacimos promediando los sesenta y nos comimos el secundario en dictadura-, siempre alternamos desconfianza y admiración respecto de los aventureros y revolucionarios setentistas.
Claro que ahora comienzan a asomarse las patas de las propias sotas. Así aquellos referentes cercanos que entre música y actuación cobijaban nuestro refugio de crecer a tientas, es decir los voceros del mimsmo palo...comienzan a envejecer.
Son varias las características que nos definen dentro de este grupo etario: balbuceantes de pensamiento aunque orgullosament democráticos, celebramos aunque con reservas aquello de ganar la calle, allá por el 83, 84. No era para menos, veníamos curtidos de avisos doctrinarios como '¿usted sabe dónde está su hijo en este momento?', 'somos argentinos, derechos y humanos', 'el silencio es salud', más las recomendaciones familiares del "no te metás", como mantra, o sea criaturas de tanta mala yerba propagandística que fue moldeándonos.
Si no me creen, armen una juntada de secundario y verán cómo ni las hiper, los levantamientos carapintadas o las crisis laborales, por citar distintas fotos de nuestra travesía, resultan insuficientes al momento de valorar las bondades del voto republicano.
Claro muchos de los nuestros jamás se atreverán a tirar que los milicos fueron mejores, eso corresponde más a los presetentistas (¿nuestros viejos?) pero la voluntad por el orden y la propiedad privada quedó sellada a fuego en nuestras neuronas en contra de una devaluada Instrucción Cívica y una tablita económica que hasta hoy dista de esfumarse de nuestro inconsciente colectivo.
Y sí, "el deme dos" en sintonía con la meca de Miami nos caló hondo.
En lo casi inmediato, ya saboreamos el empalagoso e indigesto flan caseriano, cual cucharada de moco. Vemos a un Juanse más evangélico que rolinga (supo ser pro nazi en sus inicios, huelga decir), quedamos heridos con este Calamaro mileista y hasta medio incómdoso con Juana Molina ofendiéndose por recordarle sus años televisivos dorados, gritando una y otra vez con su mantra de fondo que "ella fue música toda la vida". Y la lista puede seguir al infinito y no tan allá, como para desencantarnos con gente de otros rubros.
Por supuesto que, aun ignorando la autocrítica militante y combativa, nos cabe también sendas e inevitables mea culpas. Resulta complicado durante una conversación que no se nos escape alguna "trola" o "puto del orto", encriptado en nuestro insalvable vocabulario. Además, a muchos nos da urticaria los streamers regatoneros o viceversa. Entendemos que detrás de un meme hay una intención subliminal e ideológica propulsada por nuevos imberbes y hasta continuamos desconfiando de la medicina alopática justo ahora cuando el cuore, las infecciones urinarias o artritis alternan nuestro malestar.
En directo, diferido o modo loop, según se precien nuestro maltrecho cuerpo o enquistados malos hábitos sostenidos, de puro cabezones que somos.
En verdad, el espejo prehistórico fastidia pero nos define. No somos precisamente hijos de la selfie aunque le pongamos onda en las reuniones.
Nunca más alejados de la generación de cristal, preferimos recordar momentos antes que eternizar paisajes o apelamos a una memoria banal como valor identitario, tanto para repetir de memoria un equipo de fútbol, la teoría de la hipotenusa (de modo mecánico, claro), un aviso de margarina o la muletilla más cruel de Chachacha.
Virtudes
que celebramos en soledad ya que ni los padres, hijos, vecinos o compañeros de laburo comprenden. Son superpoderes inútiles agotados al instante, como quien guarda celoso un pedazo de kriptonita en el
bolsillo, cual buen recuerdo.
Admitimos que pedir perdón nos jode, porque hoy se estila no callar los propios puntos de vista y, cual Fito Páez opinólogo de todo, fuimos acostumbrándonos a encontrar definiciones y argumentos para cualquier circunstancia.
No seremos coterráneos de aquellos engreídos "vení
pibe que yo te explico", pero sabemos que "la nuestra" a veces alcanza para desdibujar un tatuaje excéntrico o mofarnos de rimas consonantes, constantes, ignorantes frente a pretenciosos y púberes contrincantes.
Porque somos los que crecimos con la superioridad de quien festeja el "mañana es mejor", mandato que nos impuso el Flaco aunque el presente se nos esté volviendo más infinito y pesado que el túnel y su final de Gaby Michetti.
En mi caso, la muletilla reinventada de Paul Bowles más propia del imaginario kafkiano que reza "todo empeora", jode con su veracidad. Algo así como reivindicar una sabiduría cuya certeza daña y no mucho más.
Lo mismo que, parafraseando (mal) a Gramsci, "las frases hechas que no terminan de morirse" como "tapar el cielo con las manos", "es la economía estúpido", "creíamos que saldríamos de la pandemia mejores", "aprender a resistir" y otras ocurrencias que se instalan en cualquier discurso o conversación, igual que hablar del clima en el ascensor, la falta de trenes o la inseguridad. "¿Qué barbaridad todo, no?".
En esa dinámica de lugares comunes y frases hechas, resulta inevitable rascarse el codo con el
solo "a ver" de Cris o el "y bueno nada" de Lanata,
muletillas que joden como una puteada buscada para esquivar incómodos silencios.
Y aquí andamos, a tientas, señalándonos, acusándonos por no ser lo suficientemente cultos y sensatos como para no hacernos malasangre.
O lo saludablemente lúcidos de modo que no necesitemos apelar a razones bobas o facilongas. "Mata la humedad", "lo que daña fortalece", "la única verdá", etc.
Quizás para esto sirva la IA en sus distintos
formatos y recursos. Cambiar nuestras excusas y expresiones huecas por construcciones lingüísticas
pseudo académicas, excéntricas o más pretenciosas.
Es que la tecnología llegó para hacer las cosas por nosotros.
Justo por nosotros que fuimos más testigos que actores.
Nosotros que cambiamos religión por divanes, apostamos a la autoconfianza devenida en running, yoga, voyeurs de influencers o expertos rupturistas esporádicos de X.
No quedará otra entonces que juntarnos para rememorar El Palacio de la Risa, aunque Gasalla haya sido un jodido con los nuestros. Al tipo le calentaba el talento de Urdapilleta y Torto, el histrionismo de Juanita o los bordes del cordobés. Les abrió la puerta, pero le jodió verlos crecer.
Otra opción sería celebrar De la Cabeza. Pero ¿viste cómo se pelearon el gordo y Capu por Pedro? Muy celosos todos.
Rescatar al Salmón, más allá del amor torero de Andrés con el feeling libertario. Iguál él ya había dado ciertos indicios metiéndose con una novia del bicolor.
Razones para dinamitar a los nuestros nunca van a faltar. Y seguir siempre así hasta encontrar o refrescar potenciales conflictos.
Acaso esa percepción no sea de mis contemporáneos si no propia.
Elogios de un resentido.
En desuso pero atento.
Siempre atento a lo que nos toque en suerte. Dispuesto a cuestionarlo, como un juego dialéctico.
O sólo de puro contreras.