Hay muchas maneras de comenzar, aunque el término pueda parecer devaluado. ¿Iniciarse en qué? ¿En lo ilusorio de un calendario? ¿En la necesidad de suponer que arrancamos con algo para sumar el consiguiente desarrollo y desenlace? Que la vida dista de construcciones literarias tan obvias y uniforme.
Los consabidos primeros cinco dias de enero y sin reyes magos a la vista, sumo un deambular barrial como principio de algo. Ayer, por ejemplo, antes del diario, con mi hermano repasamos las cuadras perdidas y las contrastamos con la vaga memoria. Ahí no había huellas de la heladería Essere, a pesar del halo de su eventual prestigio. Ni las fábricas de matafuegos que recordamos, él de parte de un amigo de la infancia, uno del papá de compañera del primario.
Nada de eso.
Pasamos también por la puerta de casa, con algo de pena. Siempre nada es como entonces, aún cuando ese entonces dolía fuerte.
Vimos la casa de la esquina, el tipo tenía dos lazzie y a Eze solían saludarlo. Unas horas antes, Anibal, vecino y amigo me contó el fulero desenlace del hombre. Allí, donde supo albergar también de los canes una casa rodante, un día lo encontraron muerto, "después de estar con una mina", rezó el informe de la cuadra.
"Pero lo peor, sumó mi amigo preciso, fue que allí se mudó el hijo que al poco tiempo se murió. Tardaron en darse cuenta, aparentemente se lo habían comido los perros".
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