miércoles, febrero 26, 2025

No cualquier carnicero



En En modo atrofiado, tardío, titubeante y torpe, bah como siempre, entiendo que algo hay que hacer con esto y retomo la escritura. 


Despejo la x de las conversaciones hostiles de las redes y me zambullo en saludar por última vez a Mario, carnicero del barrio que figura en mi documento pero se me hizo propio hace más de dos décadas. 

El hombre cuya virtud gourmet era no exhibir la mercadería para que cualquier cliente dejase en sus manos la elección del corte a su voluntad, se fue para siempre dejando entrar a la lluvia un miércoles de febrero.


Años más o menos, logré colarme en su mundo ordenado para rebajarle a proporciones lógicas la salvaje parra de su patio que aún cobija a Norma, su inseparable compañera. La casa se ubica justo detrás del local que ofició de aldea global, escenario y ámbito de relato de proezas juveniles y recuerdos de un Berazategui ya inexistente emparentado con mi viejo primero (contemporáneo de Mario) pero más profundamente con los años mozos de mis abuelos.


"Acá a la vuelta había una lagunita y más cerca un campito, ahí en el Relámpago jugábamos a la pelota", confiaba el hombre de pulcro delantal y mirada aniñada a propósito de aquel mundo donde supo ser feliz. 


Un par de fotos de juventud del local lo exponen como futbolista “habilidoso y atrevido”, según pregonaba, devoto de su querido club gallina. Por él aprendí que al pincha supo reconocérselo como el River de La Plata. Como tantos, el hombre de cuchilla filosa y ojos pícaros también se soñó delantero exitoso. 


Hablaba con devoción de su padre y atesoraba recuerdos en un cuaderno que alguna vez me dejó pispear. En él, Mario melancolizaba juventud y esfuerzo, casi como un pibe que a fuerza de sacrificio y obediencia, logró torcerle el brazo a la desgracia de la orfandad. Ganarle con oficio, a la pobreza, entiendo. 



Años atrás le celebramos su rol de actor de reparto en una peli con Ana María Picchio que se filmó en el municipio. "Angelita la doctora" fue la llave para exponer los azulejos de lujo pero también sacar al hombre y a su infaltable compañera del anonimato y volverlos célebres por un rato.


"¿Cómo te va Rial?", saludaba tirándome la lengua acerca de algún chimento, útil para amenizar la conversación entre las milas de cuadradas y la picada. "La paso dos veces", indicaba al rato sobre su producto especial, como un trato diferencial buscando certificar su rol experto en eso de cuidar a la clientela.


Raspando la memoria, celebro la recompensa obtenida de esa jornada y media de uvas sin madurar y parra prepotente. 

Siete u ocho bolsas de consorcio habrán sido parte de la cosecha depuradora a cambio de un costillar inolvidable que ayudó a sortear el menú de aquel fin de semana.


Supero el agua de la zanja acumulada de la vereda de Cuellas, funeraria que probablemente oficie de peaje cuando me toque mudarme hacia la nada.


Ingreso y saludo al matrimonio que desde hace un tiempo asumió el legado de Mario y Norma, respetando experiencia y tomando el lugar del cortador. "A él le hubiese gustado que hoy estuvieran abiertos", les habrían increpado los herederos del carnicero ajenos al oficio y probablemente desoyendo al dolor inconsciente de lo irreemplazable, aunque evidente: la pérdida.


La abrazo a Norma, tan diminuta y tan enorme en esto de cargarse la flamante mochila de continuar el baile en soledad. Algo canchera está, al menos habitualmente es quien pone el pie en la calle para hacer las compras y andar de un lado al otro cual ardilla, presta a trasladar lo primario, lo elemental.



Sin embargo, la mujer no deja de sorprenderme con esa sabiduría básica de la gente de su tiempo. "Nunca pensé que iba a tener que atravesar este momento", se sincera pero sin reproches. 


Saludo a algunos vecinos y vuelvo raudamente a casa, no a ver la tribu de mi calle, si no las fotos que les tomé a ambos alguna vez. 


Sé que daré con ellas y colorearé este momento que había dejado colgado hace diez días, cuando Mario dejó su rol de anfitrión para siempre. Entonces, extendía su mano, saludando y celebrando la performance su River para luego instruir a su reemplazo e indicándole con autoridad. "A él dale esa porción. Haceme caso".  Obediente el joven carnicero asiente, afila su cuchilla y cumple con la faena, mientras Mario ríe, como diciendo “vas a ver”.   


8 comentarios:

  1. Anónimo1:32 p.m.

    Una historia de vida de aiguien que
    Se nutrio de los valores de una familia que siempre estuvo atenta
    a su vida .Una persona de bien con rasgos que lo hicieron unico e irrepetible.

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    1. Gracias x tu comentario, si podés firmar o identificarte así en su momento se lo podemos transmitir a Norma.

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  2. Anónimo3:56 p.m.

    Gracias por este relato que lo pinta muy bien a mi carnicero. Cuando compraba churrascos me decía “este es para Luquitas “ (mi hijo) que se sentaba de muy chiquito en el mostrador y hasta hace poco con 30 pirulos le compraba el asado para sus amigos. Te extrañamos Mario, gracias.

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    1. Gracias x tu comentario, si podés firmar o identificarte así en su momento se lo podemos transmitir a Norma.

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  3. Anónimo4:35 p.m.

    Mi querido Mario,casi un hermano mayor . Gracias , nos estaremos viendo...donde pinte

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    1. Gracias x tu comentario, si podés firmar o identificarte así en su momento se lo podemos transmitir a Norma.

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  4. Anónimo6:08 p.m.

    Cómo me decía Mario, no me arruines el asado! Soy una tumba, no sé lo.voy a contar a nadie! Jajajjaja un fenómeno de persona el y la querida Norma. La familia de Armando!

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  5. Anónimo1:15 a.m.

    Un hombre excelente por donde lo mires , tan sincero con sigo mimo , cada que iba a comprar le preguntaba que carne me recomendaba para cierta comida , un genio buen tipo y la señora ni hablar

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