Y sin embargo, todavìa me gustan los guiños del olvido de los deberes, del partido ignorado para caminar por la cuadra o por los andenes de trenes abandonados. Las bromas que sacan a relucir nuestro rubor y el ajeno. Las preguntas incómodas por lo espontáneo, no como las de ahora, cesudas, maliciosas, psicopateras; sino las frescas las que pueden desatar la calentura ingenua u obligarnos al silencio por el simple hecho no saber qué retrucar, o no tener las ideas claras para expresarlas en palabras.
Las torpezas infantiles, entiendo, como tantas otras torpezas, a esta altura no son otra cosa que virtudes plenas. Cada día que pasa o queda, comprendo que no existen mejores cosas que los equívocos. Las verguenzas, los complejos (pero combatidos)... bueno en la lista terminan colándose cuestiones que poco o nada tienen que ver con la infancia y mucho con el discurso impuesto (impositivo me gusta más, en realidad), que refleja instalarse en la adultez.
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Torpezas infantiles o si quieren, alientos vivos.
Hermoso lo que escribiste, Adrián. Realmente tenés que publicar las cosas que escribís en tu blog. Son profundas, inteligentes e intensas. Me conmueven...
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