Algunas circunstancias exceden lo
cotidiano y consiguen que un vínculo, sin demasiado preámbulo, se imponga
naturalmente hasta ser valorado.
Entonces, cómplice y sin la notoriedad
de la confianza cosechada, la conversación se extiende furtiva,
convincente.
Bajo a tierra para explicarlo mejor. Días
atrás, en librería porteña fui por biografía de analista (no hay que pensar
demasiado). Ya había intercambiado alguna vez charla con vendedora y estudiante
del rubro. Cual dominó o collar de coincidencias, debate y resolución fueron alternándose coincidentes, dentro de una mañana densa y de resolana ligera.
Ella, con la energía de su certidumbre juvenil, dispuesta a cambiarlo todo o ir al frente y uno, en
los albores del pamper humedecido, parafraseando a nuestro fallido nobel de
Economía, entendiendo y envidiando tanta pulsión esgrimida.
Sin sabernos demasiado la melodía ahí
ambos recitamos luego una letanía empática sobre lo próximo y alternativo al poder de turno: bancar a Axel y hasta cosas de Pichetto,
fastidio por la condición de escorpión de Cris y su nene canchero.
Pero también celebrar
coincidentemente la voluntad de los estudiantes por no quedarse quietos, después del veto. Aunque
los paros comiencen a afectar la preparación de una materia, según explcia. "Es que me
engancho y me bajoneo", tira. "No dejes de estudiar, enfocate",
recomiendo yo, más intuitivo que sabio, sin comprender cuál es el límite de atender o desengancharse de la sensatez, con tal de que la sobreinformación de la actualidad no la (nos) lleve puestos.
De la nada le recordé el error monto de
imponer una clandestinidad que terminó abandonando a los propios a su suerte,
expuestos en la superficie. Comparación china en relación al golpe y esto, pero nunca se sabe.
Le sugerí enfocarse, trabajar la esperanza, hacer
deportes, no conformarse con la agenda impuesta libertaria.
En síntesis,
"vivir con lo puesto", pero también "ir por más", aunque no
tenga demasiado en claro en qué consiste tal adicional.
Me llevé el libro que cité en post
anterior, saludé con la convicción de haber cuidado a un propio aunque, recién
al final y al pasar la piba tiró su nombre. Además del texto, a mi mochila le sumé su preocupación. "Hace ocho años que trabajo y sé que no hay
manera de que pueda comprarme una casa con mi novio", se lamentó casi reprimiento sus lagrimales.
Nunca un escenario más incómodo el de Santa Fé y Coronel
Díaz para una veinteañera consciente del frágil holograma que le toca, a prueba de vagas y endebles utopías.
Poco menos de una semana más tarde, mientras la novela de Gainza me recuerda la existencia del sauna de Colmegna en el
microcentro junto a Enriqueta, la jefa de su historia en 'La luz negra', espero paciente que avance la cola del centro
comercial para pagar otro impuesto. De golpe, la voz intempestiva y gruesa desde atrás
interrumpe curiosa:
"Disculpame, estás leyendo una
novela negra?", dice otro eventual deudor mirando el libro. La verdad no
tengo idea si es un policial por ahora, pero concedo en parte. De todos modos
no importa demasiado lo que pueda decirle.
- ¿Te gusta la novela
negra?, amplía.
- Mmmse Chandler, Marlowe, comento poco memorioso mezclando ficción y realidad.
-A mí me gusta, insiste,
ratificando que mi respuesta ya es un circunstancial de lugar y no resiste eco. ¿Te gusta Convertini?
- ¿El de Clarín? retruco haciéndome el
canchero.
- Si, ese, qué bien que escribe. Vos
sabés que yo escribí una novela negra, notifica. Pero en pandemia no sé qué me pasó y por
un error la perdí todo el archivo.
Ahí me explica que acumuló mucha
información, que investigó "Tenía fotos y todo". Me habló del caso de la descuartizada de Varela.
"¿Vos te acordás? ¿Conocés Varela?", insistió sin esperar respuesta.
Los llamados desde la ventanilla fueron sucediéndose. Mi eventual aliado literario, me informa que ahora le importan más
las ciencias sociales que el policial. "La historia", sentencia.
-¿Qué estás leyendo ahora de historia?,
consulto.
- "Las guerras napoleónicas, muy
interesante".
Lógicamente le hablo de Anthony Burgess,
lo deletreo mientras él repite a google preciso. "Sinfonía
napoleónica", agrego para que no piense que mando fruta.
Mercado libre le da la respuesta. El mío
no era bolazo. No sé por qué me animo a tirarle a Castelli en el pasillo,
mientras la fila de clientes de Berazategui se acorta para los cercanos a la
ventanilla y se pierde en la curva de los demorados del mediodía.
"La revolución es un sueño
eterno", notifico con orgullo como quien acaba de revelar un secreto
guardado. Justo cuando no estamos en miras ni de revueltas justicieras, ni de
voluntades oníricas que nos devuelvan al menos pronto, en algún sendero de
infinitud optimista.
A Rivera también lo busca en su celular.
También existe. Murió no hace tanto, pero para mí, como tantos otros sigue
vivito ahí. De hecho, al vecino novelista le nombro el Farmer (sobre Rosas) y
lo reconoce. Entre menciones, hablamos de periodismo. El hombre destaca a Chiche,
Majul y Beto Casella, como oriundos de la prensa gráfica. Desde ese lugar, su
argumento es irrebatible.
- "Pero mirá en qué se convirtió
Majul", provoco.
- Es que los tipos en un momento se
tienen que ensobrar. Mirá a Lanata que era un genio y después...yo lo
escuchaba en La Hora 25, lo esperaba. Ahí estaba él con Zloto, Tenembaum y otro
paisano...que hacía internacionales.
Llega el turno, hay que garpar. Cruzamos
números para hablar de historia, autores a futura. Me felicita por ser lector. Unos minutos antes, le sugerí que retome su novela, aunque admitió que la pérdida de sus archivos apagó su
interés. "Ya está", cerró.
Esquivo el pasillo largo del edificio,
retomo la peatonal sureña y rumbeo a la estación pensando en lo bueno que es
viajar para sacar el foco del celular, de la actualidad mediática y continuar
con la lectura.
Antes, un mensaje oficial del laburo suena
negativo aunque entiendo que el problema es de quien lo emite antes que de este
servidor devenido en recepcionista del comunicado oficial vía wsp: "Los sueldos sufrirán un
aumento", indica el contador acompañando el porcentaje, dándole a un
intangible el carácter doloroso. A este ritmo antes que lamentarnos por el
prójimo vamos a sentir pena por los padeceres del déficit o de la Inteligencia
Artificial.
Pienso en lo eventual de estos
encuentros tanto con la aspirante a psicoanalista como el reciente Chandler del
conurbano. Sé que no hubo cabida para los algoritmos en ambas casualidades.
Y
de solo pensarlos a mis desconocidos aliados, me pienso contento.
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