martes, octubre 15, 2024

Un grabador en el baño








Cada vez que se puede, la frase logra colarse en encuentro, cenas, jornadas de relax o reuniones como un mantra. "Y sí, la pandemia hizo estragos".

El diagnóstico va de lo político a la salud mental, pasando por sendos cambios de hábitos. 
Espacios laborales que, cual explosiones neutrónicas sarajevonianas, perdieron su estructura y sentido. 
Incluso formas de dialogar ¿linguam interruptus? acerca del hecho de compartir un comentario al paso y seguir. Ayer, por temor al contagio inminente, hoy simplemente cual vicio maleducado en consonancia con "las nuevas formas". 

En fin, jamás seremos los mismos y nada será como antes, aunque hayamos velado definitivamente sus secuelas e insistamos en negar el influjo del virus global.

Y por supuesto hay tocs incorporados; La tos culposa, el gesto reflejo de revisar mochila con barbijo, un inmanejable fastidio frente a eventual estornudo en el transporte público. 
Pero también la necesidad de momentos de silencio, de esquivar masividad. Bah, cosas que quedan.

En mi caso, hay un momento particular en el laburo, donde sigilo y oscuridad, me transporta a una acción rutinaria e incómoda. 

Mientras cierro alguna nota o espero la actualización de un detalle periodístico, el ritual de ir al baño, se recrea casi como en otros momentos de convivencia, como las escapadas a la calle por fumar o tomar un café con colegas (cuando estaba la máquina), hacer alguna caminata corta por la cuadra. O ventilarse sin más.




Claro que el baño de la redacción no es cualquier baño y no me remito a sus magras condiciones que poco o nada distan de aquel en 'La Academia' de Callao o del más cercano garito de la pizzeria 'Los tres ases'.

Acá el problema es otro. No es que su condición sombría implique la lógica aparición de un espíritu en el espejo apaisado. Me abstengo de señalar las condiciones aromáticas, aunque aclaro que este no es el punto en cuestión.

La verdad lo que ocurre en el baño es que en uno de los módulos, hay un sonido envolvente que de manera hipnótica invita a descifrar su musicalidad. 
La primera vez me llevó al automático escalofrío y preguntarme por mi lucidez. "¿Me estoy volviendo loco?"
Por supuesto que entre los escasos personajes de la oficina, agregar más preocupación a la hora del cierre y hacer este tipo de planteo, me llevaría a ser mirado de reojo. "Cuidar lo propio", es una de las escasas máximas de este presente.


En concreto, el ruido poco o nada tiene de barullo y se parece mucho más a una radio de onda corta o aquella al estilo siete mares en donde los viejos contaban con la celosa exclusividad de mover la perilla cual caja fuerte hasta detectar una charla rusa, indescifrable o los más cercanos afirmativo-negativo de la comisaría de nuestro barrio.

Debo aclarar que esta suerte de murmullo acuático, no logra resolverse con el solo hecho de apretar el botón o tirar la cadena. 
No señor. De hecho ya lo intenté. 
En este caso, las voces balbuceantes se cortan en el acto para que unos segundos más tarde, comiencen a elevarse hasta gritar el código X u omega (hay libertad para rebautizar dicha sonoridad) 

Por esta razón, durante una semana, de forma intermitente, me tomé el trabajo de acercarme y seguir algo del hilo del monólogo líquido.
"Yoteaseguroquedebemoscorregirloquesucede y convertirloenalgoquenospermitadominar loquebuslquerskdald"
(Esto es solo un ejemplo)



La voz tiene la particularidad de un inglés de la BBC de la Segunda Guerra, pero también podría asociarla a las ilegibles reflexiones de Lanata radiales, cuando éste abría su ciclo dormido y fastidioso. En más de una oportunidad lo pensaba  forzado a cumplir con la requisitoria de su horario.

No podía quedarme de brazos cruzados y permitir que ese mensaje encriptado termine sin develarse, fluyendo en un inodoro del conurbano. 


Digamos que lo más lógico sería adoptar la postura de este perfeccionista laburante que mudó su oficina, únicamente para saciar su obsesión. 
En cambio, elegí algo no tan desagradable. 
Dejé pasar unos días y rescaté mi viejo grabador con el que capturé conversaciones interesantes.

Como son tiempos raros y la postpandemia dejó algunos recursos digitales, aproveché las bondades del pintpoint de google para desgrabar mi secreto fluvial.

No conforme con esto, sin intentar interpretarlo, adosé el documento a Gemini y le pedí una explicación.

Por razones de fuerza mayor, por ahora me reservo de compartir sus resultados.


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