domingo, julio 30, 2023

Respiro Riojano


¿Cuál sería el aire riojano? ¿Cómo hacemos para despegar tal adjetivo quienes nos gestamos a la vera del turco magnético? No es mi propósito bucear los años mozos del menemismo ni este el momento de intentar nuevas reflexiones delirantes (al menos en tal sentido) respecto del quehacer nacional. 

Aquí estoy en una cómoda posada que tiene un limonero cincuentón de testigo. Ahora algo más descansado después de 18 horas de bondi y un par de largas caminatas, antes del encuentro nacional  de comunicación al que me aventuré medio inconsciente, según los tiempos que corren. Es decir una propuesta académica, sin experiencia ni respaldo universitario, salvo el aliento de profesora motivacional. Ni un mango extra, ni mini luna de miel, ni viáticos sustanciosos.

Con toda esta aburrida queja, qué contar. Encima después de mi torpeza para conseguir lugar, entre dormido y gastado, subo la larga escalinata del Cristo chiletisense, inmenso en modo Río, mientras por mi cabeza se hilvanan los primeros prejuicios. Vista y atmósfera recomendable. Eso sí.

¿Por qué prejuicios? ¿Qué representa un forastero, sino un medidor desconfiado de las fuerzas del lugar también equidistantes en las dudas respecto de este sujeto que viene a merodear la zona vaya a saber con qué propósitos? Mejor hablemos de la propia percepción, en lugar de tanto indagar al pedo. Temores, desconfianza, cuestionamientos por una estadía en una ciudad que te traslada a un pasado, símil de lugares encaminados al olvido. Ese cuco llamado raíces que la globalización se obstina por desdibujarlas, a través de sus encombiables aportes.



Los comercios antiguos y pintorescos, las calles semidesiertas con lógica de domingo y encima ¡el último de las vacaciones de invierno! Las motos de pibes en “modo busca”, las huellas que aluden al estereotipado estilo de la miseria, conlleva a una idea más de resistencia del tipo urbano. Al final dudar del propio viaje a instancias de preferir quedarse entre los fantasmas familiares conocidos.

Pero no. Nada de eso. Fuera la mochila conocida. Hay dos lugares para comer comida árabe “el jeque” y “George con su carta libanesa”. Antes hay dos tipos en la plaza principal preparando  tableros de ajedrez para unas supuestas competencias simultáneas que a mi pronto regreso, desaparecerán más rápido de lo previsto.


Y están las sierras omniscientes, latentes. De un lado al otro. Unas detrás del Redentor y otras de frente, cortejando a Famatina y sus nieves eternas.

Hay calles laargas que agrandan al sol y sus injerencias. Hay pibes deambulando. El tono, pausado pero musical se celebra. Con las mujeres que hablan sucede lo mismo. Camino después de comer pipón y todavía con resaca. “Ya sé, voy a la Universidad de Chilecito”, me digo buscando un motivo digestivo y con la voluntad de “tener que aprovechar el tiempo. El momento”. La facultad no está tan cerca y suena a delirio, más en domingo. 

Por un rato me pierdo por las avenidas de siempre, las nuestras: San Martín, Perón, Evita (más corta), hay también una Libertad, otra Illia y hasta está la Calle Pública (sí se llama así). Y en ese vaivén, me decido por el Museo del Cable Carril.


Son cinco kilómetros pero ya está hecho. Famatina cuyo nombre original es aymará y no recuerdo pero tiene que ver con la “madre de todos los metales”. Sigue ahí cerca y expectante, hacia ella me dirijo hasta chocar la vista con esqueleto de hierro y madera, lugar de recepción del oro, la plata y el cobre, según me contará Silvina, en el Museo del Minero.

¿Va a querer con guía? Consulta la joven robusta a este paracaidista a cuya charla luego se sumará un matrimonio atraído con sus relatos.




Y vamos. Fotos, herramientas del 900 (el cable carril se hizo entre 1902 y 1904), concesión ganada por una empresa alemana, cuyo acuerdo estuvo garantizado por cien años, confirma Silvina (lo que llevaría a hacerla arrancar un ratito cumplida esa fecha, para ratificar la veracidad de la entidad germana). En el medio, detalles no menos importantes como los 1600 obreros que trabajaron en este proyecto que acabó con el 60 por ciento de ellos, pero la decisión de Joaquín Víctor González – la guía revelará y refrescará en más de una oportunidad, la misteriosa y siempre refrendada V del funcionario- servirá para que se empiecen a respetar los derechos y la organización de los trabajadores. 




“Había hecho un seguimiento con un médico que confirmó las dificultades de su salud, por lo que concluyó la tarea minera como ‘trabajo esclavo’”, nos explica la muchacha. Chilecito además tuvo el primer teléfono (hay uno en sofisticada caja para transportar, otro en una suerte de cartera de cuero), otro desarrollo alemán en el país. Aunque luego la explotación de la alta sierra seguiría en manos inglesas. 

El sistema del Cable Carril de la Mina La Mejicana, según se conoce, reemplazó a las mulas (apenas transportaban 160 kilos en 7 días, contra los 400 de las vagonetas, en un par de horas) y se extendió en nueve estaciones que permitían el traslado de las extracciones hasta el ferrocarril, de ahí al puerto de Rosario y luego…su ruta.

Duró hasta 1927 y en esta suerte de recolección de herramientas, de proezas y frustraciones, surge un interrogante vías wsp: “¿Viste el agujero del cerro para hacer el túnel y ahorrarte 100 km que nunca se hizo?”, me pregunta Cappiello en este instante mientras escribo, con la insólita empatía de frustrarnos con los proyectos perdidos. Es la amistad estúpido (lugar común: Clinton voice and the economic, changing for brothers in arms).

Además de una llave francesa grande y desproporcionada, hay un par de Remington de película, un manual de fotos testimoniales de Max Cooder (quería compartirlo por acá pero no lo encontré) que son geniales para comprender y contemplar el momento. Por supuesto también hay piedras, cables pesados, promesas de reformular el lugar como patrimonio de la humanidad y aspirantes a retornar la explotación. “Todas extranjeras, pero ahora quieren la explotación a cielo abierto y eso no sólo afectaría al aire, sino también al agua. El agua que viene de las nieves eternas”, cierra la guía concreta.



“La Argentina pre democrática”, cita otra vez Capi en línea. Y justamente esa fue la impresión que fui masticando al retornar en la Ruta 40 (acá Perón) semidesierta en modo nuestra Calchaquí conurbana. Esta belleza inaudita que recorro, sobreviviente al tiempo y cuya evolución estaría sujeta a las manos mágicas extranjeras sostiene una lógica que, por supuesto, no logrará develarse en tres mil y picos caracteres. 

Porque no nos dio el cuero ni en el 1900, ni en el 2023 para autogenerarnos, autoabastecernos. Me quedó algo de Silvina cuando mostró la caja fuerte y contó cómo se crearon los hornos también en la montaña para que el oro fuese explotado arriba directamente. “Acá quedaban los lingotes y nosotros después les enviábamos a los ingleses el dinero por esos lingotes”. Eso no era cosa de los explotados en las minas, si no de quienes gobernaban entonces. Unos vivos bárbaros.

Regreso más rápido. Pasó la hora de la siesta pero habría que honrarla. Vengo con una tesis sobre tatuajes en el cuello y el rostro y temo que esté más cercano al mundo urbano que a las huestes dominadas por Famatina. La voz de Becerra primero y L-Gante resonando en la calle, más un par de oriundos con sendos adornos corporales me cierran el pico. 



Por último veo grafitis y lanzo otro reproche al aire acerca de las consignas creativas que emulábamos en el 68 o a la vuelta democrática por estos garabatos indescifrables que me hacen cabrear. De viejo choto nomás. Entonces acá, lejos de todo, solitario pero extrañando, rescato el garabato como la mano torpe que dejó de escribir o dibujar por el celular. 

Como si empezara de nuevo. 

Si los tatuajes sirven para adornarnos y expresar lo que somos (por decir algo), los garabatos manifiestan la extensión de nuestros jóvenes balbuceantes. Como las manos liberadas del teclado, del sino digital. Palotes de hoy, quizás necesarios, pero en paredes blanquecinas.

O en todo caso es uno el que no entiende nada. Si no, ¿cómo explicás desde lo racional esta visita riojana?  




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