lunes, julio 03, 2023

5 TARDE DE KARTING

Supongo que tendrá que ver con esa percepción de la infancia donde todo se magnifica. Los grandes parecen gigantes, los adultos, tremendamente viejos y los momentos difíciles retornan con tal magnitud que nos afectan. En este caso, no hay hecho violento o desgraciado. Ni cicatriz en la cabeza, fractura de brazo, pariente muerto o mala experiencia. Apenas una caminata con mis viejos por la Mitre, similar a las que cada día repito rumbo al diario y que en las malas resurge con recurrencia.   

A Martita le conocía sus mañas. Sabía que si mi mamá me mandaba a preguntarle una pavada a la gallega, era para rajarse a la escuela. Maestra suplente, Marta detestaba leer y sólo cedía a las revistas de moda. Algunos días se encerraba en el cuartito que nos cedió  a los dos mi abuela y ponía a todo volumen a Camilo Sexto o Julio Iglesias. 

A veces, después de dar clases iba a buscarme al colegio. Veloces, acortábamos camino por Gatemeyer, ilusionados con una rica merienda. ‘Mirá cómo se divierten los hermanitos’, se le animó un vecino un día poniéndola colorada y a mi furioso. Encima el mate lavado de Vicenta, arruinó la vuelta. Aunque esa vez para sacarme la bronca, Marta me consoló con un café con leche y unas torrejas aceitosas que rescató de la despensa.  Ya con mi abuela en su pieza, cambió el uniforme sucio por el top y una pollera. 

Aquel sábado 6 de noviembre , en cambio prefirió los pantalones. Quería impresionar a mi papá y ese era un modo de ganarse el respeto. Necesitaba mostrarse libre, independiente, emancipada. Después de meses me reencontré con él tras visitarlo en su casa de Quilmes, junto a los abuelos. Hablamos de fútbol, me contó de su paso fallido por la fábrica y prometió revelarme pronto su nuevo proyecto. No mucho más. 

La tarde del reencuentro en cuestión Manuel estuvo más discreto que su facha habitual. Ni el traje del álbum de fotos, ni aquel elegante sport de una particular salida que terminó por enloquecer a mamá. Fue el último verano antes de mudarnos de Quilmes a ‘La Casa de las Flores’ (como en Sarandí bautizaron al hogar gallego), cuando mi viejo me invitó a pasear con su  flamante bolita. Subimos y me encontré con una petiza simpaticona que no paraba de fumar. Si todavía tengo presente las carcajadas de la enana, fue más por la insistencia de mi mamá en conocer cada detalle que retener alguna conversación en particular. 

Discreto se lo vio en Sarandí, durante el evento familiar callejero, en comparación con la facha en sus noches de baile, el traje de la Iglesia o durante la luna de miel, según los registros atesorados por Martita.  Aquella playa ventosa, también fue testigo de un tipo con clase. “Monte Hermoso, una maravilla”, me reveló nostálgica mamá, a propósito de su primer y único viaje de casada. Sacando cuentas, yo también debería estar en deuda con el hoy desolado balneario.

Apenas lo vi llegar, crucé la calle a abrazarlo. La frialdad del beso que se dieron mis viejos quedó en segundo plano. Con algo de torpeza me señaló el pesado paquete animándome a abrirlo. Medía casi dos metros de largo y sonaba a metal. Jamás volví a celebrar un regalo como aquel. Con el tiempo comprendí que hasta lo más preciado puede hipotecarte la ilusión.



- ¡Un karting!, grité  

- Viste, el de Meteoro, se animó él celebrando mi euforia.

Pero la chapita que simulaba la patente llevaba el número 4. Me trepé y ayudado con el envión de Manuel, probé la sincronización entre volante y pedales. Volé hasta la librería de Liebana y giré antes de llegar al cordón. Entonces por primera vez la vi llorar. 

‘Cosa de grandes, no pasa nada, estamos charlando nomás, quédate tranquilo Marcelito’ ‘¿Te gusta el cuatriciclo?’ ‘ES UN KARTING MA’, respondí peleándola, distrayéndola. ‘Bueno, sigamos, sigamos Manuel’. se animó ella apurando el paso. 

Me puse a un costado tratando de captar algo. Pagarés, sonó por primera vez. Él prometió ponerse al día. Martita preguntó por qué y mi viejo relojeándome le soltó que nos quería. Mi amigo Edu cruzó Cucha Cucha, entusiasmado por vernos a todos juntos. Con una rara maniobra entre dos escalones, logré quitarme su vista de encima. 

-¿Otro país o Madryn? Ponete de acuerdo con la historieta. Seguro con la petiza. Qué te importa cómo estoy yo. En lugar de jugar al buenito, ¿por qué no tratás de contarle a tus viejos lo que vas a hacer’’.

- Pero vida, va a ser lo mejor para todos. ¿Le explicaste a la gallega?

- Problema mío.


Vida. Qué loco, a veces la llamo así a Julieta.



Recuerdo inmundo el olor de los Tres Ases. Los gritos futboleros bajando del viaducto. El sonido seco que frenó al pintón de su verborragia. La marca vergonzante. Su estática reacción. La mediavuelta veloz con mamá arrastrando al mac cuatro, cual changuito de feria y arréandome hasta Supisiche, mientras atrás papá dudaba entre seguirnos o caminar hasta la parada del 98.

Pasaron 18 años hasta volver a nombrarlo. ‘El rayo de tu padre’, era el ingenioso apodo que usaba mi abuela sin nombrarlo. Igual, cuando me llamó ‘rayo de mierda’ entendí los límites de su ocurrencia.

La vida nos reencontró en una pizzería de Quilmes. Aprisionado en sus titubeos y vocales cerradas, me habló de sus tres hijos y un matrimonio consolidado en San Pablo. Con veintiocho yo estaba en tiempo de descuento para el registro civil. 

‘¿Y por qué vas al psicólogo?’, indagó turbado. Me vino a la cabeza el Mac 4 pero no le contesté. Terminamos mi fugazzetta y salí. 

Mi mamá se volvió a casar, vinieron otros hermanos. Mi viejo murió en Brasil dos meses después que su padre. 

Tengo dos hijos. Los criamos con amor pero no nos entendemos. El mayor ahora está lejos. A veces, cuando se decide a visitarnos me pregunta por el último encuentro con mi viejo. Le digo que me hizo ir y venir por todo Avellaneda con el Mac 5. Que nos comimos todo en la San Martín. Que él y mi vieja se peleaban por ver quién me hacía correr más ligero. Fuimos felices salvo por un trueno. Pero lo superamos. Los tres de la  mano pudimos refugiarnos debajo del terraplén, llegamos justo antes de la tormenta, impulsados por el mismo viento.


2 comentarios:

  1. Anónimo6:46 p.m.

    Meteoro y su Mac 5. Hoy me sorprendo cuando me preguntan: -Seño, Zamba, ¿existe?, pero yo pensaba que Meteoro existía.Y ahora lo corroboro.

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  2. El Zamba de hoy será el Meteoro de ayer...¿y cuál de mañana?

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