Lenita, como gustaba llamarse durante las audiencias, tenía en claro que en el día siete LA ESCENA definiría no sólo su performance dentro del film, si no el camino a seguir a futuro. Desconfiaba de la productora yanqui pero después de su embarazo creyó que era una buena ocasión para darle un descanso a Ibsen y permitirse gozar un poco de la cosecha de la fama. Realidad obliga.
Era consciente que debía despegarse de las ’Nueve semanas y media', de Bassinger con Cocker de fondo. Necesitaba bucear por otros márgenes. De hecho dos semanas antes del arranque, hizo una escapada a Florencia, sólo para dedicarse a contemplar el autorretrato de Chagall del 68. Quería honrar las sensaciones de aquella mujer cantada por un cubano que durante su juventud se le coló prepotente en su pieza, casi en simultáneo con la revolución. Satisfecha comprendió que en esa búsqueda había algo de coherencia entre percepción y profesionalismo.
“Ella le abrió la puerta y apareció ante él con sus hermosas y largas piernas, sin vestir, sólo con el sujetador y las bragas. En la cabeza llevaba un sombrero hongo negro”, repasó por última vez el texto original antes de volver al cuarto de mentira, simulado en el estudio. Por su lado, Daniel (Tomás) yacía recostado y cubierto con una sábana blanca más atento a sus últimos ejercicios de respiración que a su presencia.
Con la orden de acción, Lena abrazó al irlandés y pensó que, en realidad, era más menudo que el personaje de Kundera. Continuaron tal lo previsto, lo necesario para levantar polvareda entre las organizaciones de moralidad, lo suficiente para evitar la calificación triple equis. En eso el director era un experto. Aplauso seco pero sincero del equipo y la felicitación de su rival de ficción, mientras Day Lewis se acicalaba para la toma siguiente. Phillip quedó conforme y sugirió pasar al otro cuarto para continuar con el orden del día. Pero algo sucedió. La muchacha se irguió y de un tirón le arrancó el preciado objeto a un asistente, revoleó su larga cabellera y todavía desnuda se acercó al espejo.
“Los amooores cobardes no llegaaan, a amoores ni a historias se quedaaan ahí”, canturreó moviendo de un lado a otro sus caderas.
- Titubeante, Kaufman olvidó por primera vez el diminutivo de la actriz y se animó. “Lena, ¿podrías repetirlo? Creo que vale la pena sumarlo al final de la escena”.
- Lo siento Phil, si Milan se entera que osaste incorporar a Silvio te mata.
El estadounidense concedió. Ella comenzó a vestirse sin desprenderse de su tesoro. A su izquierda, sin que supiera, el sonidista quedó eclipsado creyendo ver en Olín a una muñeca.
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