domingo, abril 23, 2023

Elogio a la muchedumbre


Es difícil sacar algo positivo en el presente. Se sabe. La conclusión corresponde a cualquiera: "con un dólar a 450, qué se puede esperar", argumento irrebatible para el que parece ser el único gran mal de la argentinidad. 

En cualquier reunión "billete mata todo". Política, vínculos, proyectos, estabilidad emocional, compromisos. El verde te liquida y ahí quedás dando vuelta como un trompo soñando con una razón voluntarista que, indefectiblemente, te convierte en pastor, coach posibilista o simplemente un pelotudo.


Lo mismo sucede con inflación. Están aquellos que les gusta calcular el período de nuestra desgracia existencial, aunque terminen apelando siempre a los mismos iluminados recortistas para compartir soluciones dolorosas como “el mal menor”. 

 

Frente a la ola tremebunda del billete extranjero, basta con girar la cabeza y contemplar la eventual pantalla cercana que toque en suerte hasta encontrar a TN o LN + diciéndonos lo mierda que es nuestro país y este gobierno, como quien informa acerca de las condiciones del tiempo. 

Ahí, acto reflejo, sea en un consultorio, café o transporte público, la abuela, el tipo que está haciendo huevo o el traperito en busca del billete del día, asentirán con su cabeza, como quien dice 'buen día' o 'te da la razón'. 

En tiempos crispados, sólo el odio surge como acción empática comunitaria, cual toc.



Sin embargo, otras consideraciones sobrevuelan desde hace tiempo en esto de transitar la superficie. Y es la fortaleza de la gente de a pie. Basta subirse al bondi, al tren o al subte para entender que las cuestiones del presente no salen con frita, ni son determinantes, en el mundo de las percepciones. A lo obvio y complejo, pulso y corazón.



Viajar en el Roca, por ejemplo, es una proeza que dignifica. Sí, leyeron bien. Decenas de miles conviven a diario en nuestro dragón metálico con estoicismo y asumen ceder espacio y tiempo a fin de "que podamos viajar todos juntos". 

"Al fondo hay lugar gente", "hagan espacio así llegamos pronto a casa", puede oírse entre letanías de apretujados. Entonces, los inalámbricos, las pibas de la UADE, los albañiles y sus bolcitos deportivos, se ajustan al devenir en el acto y ceden. 

Sucede en los vagones donde prolifera la venta de golosinas milagrosas, biromes para mejorar el trazado necesario o con imanes mágicos que te permiten leer el celular patas para arriba.


Ni qué decir de los que se trasladan en bicis, ahí ciclistas modo flúo conviven con laburantes toscos; tipos que bancan a capa y espada su rodado 28, antes que confiar sus horas a cualquier micro interurbano, esos que marean o te clavan en una falsa espera. Al final (o delante de todo) “hay espacio para todos”.


El subte es otro cantar. Si algún candidato a presidente quiere dar fe de coherencia en cuanto a la sensibilidad social, lo desafío a transitar a las 17 por el flujo Diagonal Norte, la intersección de la D, con la B y la C. 

Allí se demuestra un nuevo sentido a la convivencia a paso de hombre. Sin quejas, pero sin alivio, entendiendo que, en definitiva "se está por acabar la jornada y falta menos para el regreso". No hay japoneses empujándote para que subas, ni nadie se trepa al techo, cual película hindú, pero nuestra subsistencia compartida es obra del Espíritu Santo. Viajar en horas pico también es cuestión de fe.



Por otro lado, las colas eternas para esperar cualquier línea (la oruga gigante del 98 o el modesto 603, por citar alguna de la zona sur) dan lugar para la queja, para el chiste o simplemente para compartir las propias experiencias de vida que nos ocupa, hasta que llegue de una vez el siguiente. Los fines de semana son otro viaje de ida (tanto a los dueños del transporte como a los dirigentes del AMBA parece importarles poco o nada, si no te da el cuero para la vuelta)


Volver sobre nuestros pasos o rebobinar, sin embargo, podría favorecer a la mirada y comprender que en medio de la muchedumbre, también hay buenas señales. El mejor caso lo dimos allá por el 18 de diciembre con cinco millones de argentinos saliendo espontáneamente a celebrar nuestro mundial. No éramos los de Qatar, ni influencers mancomunados vía streaming. Pero sí fuimos muchos. La población completa de Polonia, decían, más que los viajeros a la Meca, celebraron quienes sólo pensaron en ingresar al Guinness. Publicaron un par de bardos en un ámbito aparentemente incontrolable. De hecho lo fue. Y sobrevivimos. Todos contentos. Nadie lo olvidará.



Más cerca, a título personal, me pasó a la salida de la cancha con mi club antepenúltimo frente a su rival vecino. La horda roja, cantando, entre pibes y pibas, hinchas contemporáneos, atravesando la avenida de salida, felices por estar juntos, aún en la mala.


Y eso es lo que me lleva a este post. Todos juntos en la que venga, no necesariamente implica que reunidos represente una desgracia. Ahí es cuando me remito a los conurbanenses. Uso este término para quienes quieren dinamitar este lado del país o desintegrar La Matanza, aprovechándose de su sentido más literal.


Conurbano: https://definicion.de/conurbacion/ (me gusta esta definición, disparada desde los británicos) También hay muuucho estudio últimamente (y no tanto) referido a este asunto. https://www.academia.edu/34056010/La_idea_del_Conurbano_Bonaerense_1925_1947


https://agencia.unq.edu.ar/?p=8037



Sin embargo, el carácter repulsivo que aglutina a todos los puntos de vista sobre la región antipática para los medios de comunicación (que tanto les da de comer con notas estigmatizantes) parece abandonar más la noción renacentista de los chicos de "The Walking Conurban" (instagram, twitter y otros) para emparentarse más una percepción sumida por lo incierto: "La ciudad, más que una localización en el espacio, es un práctica dramática en el tiempo"  Patrick Geddes




Pero mi idea no es quedarme con el espíritu conurbanense si no con algunas nociones valiosas en esto de fluir en conjunto como un río para poder sostener nuestros compromisos individuales. Así, me atrevería a enumerar a quienes diariamente repasamos la cinta de moebius en modo peroncho ("de casa al trabajo y viceversa”)


Si te toca dirigirte al consabido Centro (con o sin sube) sabés que vas a encontrarte con:


- laburantes formales


-laburantes informales


- grupos sociales (organizados, desorganizados, planeros, con chicos, chicas, mujeres coordinando tiempos y destinos, abanderados, musiqueros, otros)


- vendedores ambulantes


- víctimas de desgracias que los lleva a pedir ayuda (por problemas de salud, desocupación, mala fortuna, otros)


- gente escuchando música


-gente haciendo música (esmerados, voluntariosos, talentosos, advenedizos) 


- gente leyendo


- gente mirando memes, películas, historias de instragram, redes en general




Por supuesto, nada que salga de lo normal, salvo TODO lo que para muchos es considerado ANORMAL  por el simple hecho de trasladarse de un lugar a otro a pata. En este sentido, debo admitir que aquellos sedendarios, cómodos del home office lo los que sólo se movilizan en sus propios vehículos o vía Cabify, taxi, etc., comparten una mirada sesgada respecto de los transeúntes comunes: pánico realzado desde la información cotidiana.


- En el tren te afanan


- la gente está mal


- hay mucha violencia


- no se puede viajar



Peeero. También veo aspectos que no se consideran desde lo actitudinal.  A saber: la gente es: 



SOLIDARIA, TOLERANTE, COMPRENSIBLE Y PACIENTE 


No es una definición arbitraria que disparo un domingo cualquiera. Sería imposible que miles de personas puedan viajar todos los días, sin tales virtudes.


Hay sí, un destrato que pone a prueba las voluntades: 


- Cuando se cancelan viajes sin explicación o con argumentaciones dudosas. 


- Cuando el Estado parece ausente en la organización del trayecto (sin imponer castigos a los dueños del transporte por descuidos que van de la falta de mantenimiento, aseo, calefacción o refrigeración, vigilancia, servicios de consulta). 


- Desde los propios colegas o trabajadores (con decisiones intempestivas, sólo buscando un efecto de trascendencia que alcance al ámbito politico, que se haga escuchar o ver, pero despreocupándose de sus pares sin explicación)  



Sinceramente dudo que quienes deben pelear durante el día a día para PARAR LA OLLA tengan ganas de votar a Milei, Bullrich o Larreta. A los libertarios y reformistas, por ejemplo, les preguntaría qué tienen pensado hacer con la mitad de la población sumida en la pobreza. Qué onda con los planes. ¿Cómo lo van a solucionar? ¿crearán un gran foso para arrojar a quienes no tengan la chance de estar dentro del sistema? Si atentan en contra de los trabajadores que hoy cuentan con magros sueldos ¿cómo imaginan que harán para movilizarse a desplegar sus tareas?



Si viajás, te das cuenta que la muchedumbre está curtida. Especialmente después de la pandemia. La gente va por el mango, pero también va por su existencia. En este sentido, podría decirse que en una disputa de EGOS, la política quedó a varias cuadras del ciudadano común, por no decir kilómetros o estaciones. 

Y esto no me convierte en un cultor de la antipolítica. 


Es asombroso ver cómo transitamos todavía en masa los espacios ferroviarios, subterráneos, callejeros y lo logramos. No nos rendimos. Que cada uno pueda sostenerse con un mango, que no llega. Transitar a duras penas, en un país que es más grande de lo que parece y con gente perseverante (aún con magras recetas y políticas económicas y sociales)  cuyo mañana debería ser algo más que ratificar su supervivencia.


LA MUCHEDUMBRE necesita algo mejor, del mismo modo que los invisibles que duermen en la calle, la gente que pelea desde el lugar que sea. ¿Y si esta fuera la nueva ola? Valorarnos como tales, entender que hay una fortaleza a prueba de daños, construir siempre en medio de la adversidad. Tomarnos en serio. ¿Por qué no? 







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