domingo, abril 09, 2023

Lo fundamental

Es como cuando se te empasta la boca. La lengua da vueltas con desconfianza. Descontás que el sabor está perdido y temés que ese temor primario sea confirmado. Perder la voz, las chances de decir, de que te escuchen, de que te presten atención. 


Jugás con las vocales y comenzas a tranquilizarte. La aaaa indica que todo está en orden, que sólo es una llaga (¿escribí alguna vez esta palabra? mmm no sé), de esas que te tira el estómago, los nervios, el exceso de mayonesa o la torpeza de sencillamente morder mal. La consonante básica es la b, aunque poco tenga que ver con el temor gutural. Ahí comprendo que las 28 letras, incluso la muda, están en su sitio. No obstante, la paranoia hace su trabajo y la prueba piloto indica la obligatoriedad de ir por las sílabas. MA -PA son obligadas e históricas, aunque nadie, salvo que haya sido filmado, se acuerda en qué circunstancias las pronunció.



Lo más seguro es que haya sido en soledad, desesperado por alguna carencia elemental, esa donde la palabra resulta un adorno o un privilegio y el alimento o la presencia de los seres primordiales se vuelven asuntos de vida o muerte. Nada que una mínima atención logre resolver y acabar con el potencial puchero disparado con el pánico de ser olvidado, abandonado. Como sea, el ma ma, sale de un tirón, papá también. Lacan que gusta de esta circunstancia analizable se podría hacer un festín, pero en mi caso, fueron más las veces que utilicé este vocablo como descripción o reflexión que en un sentido vocativo.


Como soy complicado apelo a un juego viejo, casi impronunciable: Estreptocarbocasquiasol (¿se escribe así?) como se llama técnicamente a la pastilla de carbón. Esa para retener las cagadas y que a mí me servía en una chanza ridícula solicitar durante las poses fotográficas en reemplazo del bobo "guiiiskiiii". Preselfiniano todo.


Si puedo decir Estrepto...puedo volver al mundo. Y vuelvo. Y veo que diciembre fue mi último escrito  no dicho en voz alta. El post en el que hice referencia a mi amigo Osvaldo que lleva casi seis meses de ausencia. No como la perra de mi amiga de posgrados Florencia que lleva más de cuatro días llorando al perro que supo acompañarla. O tantos viudos de guitarristas que dejaron estas semanas con Jeff Beck y otros talentos que ya no están.


Y bueno estoy obligado a hacer honor de mi espíritu necrológico que es el de este blog y revolver las instancias de nuestros muertos, propios o memorables. Lo hago hoy, en los albores del final del día de la resurrección, del chabón que cambió la mirada de la existencia con una trilogía peor que la freudiana (padre-hijo-espíritu santo jaquea al ello-superyo-yo). Bah, las dos ya son arcaicas. La IA se va a encargar (si ya no lo hizo) de volarlas de un plumazo.


Bueno, pero yo estoy acá para decir algo fundamental que amerite el nombre de este post. Que sea tan potente y justificable como la foto que saqué el miércoles de uno de los libros que leo distraídamente y que, en definitiva, justifique mi regreso a estos lares. Lares de 15 queridos y fieles likes (quizás hoy muchos menos) que como un guiño me recuerdan vivo. ¿Quién se va a animar de ustedes lectores solidarios a desplegar un buen obituario? Ah, me acordé de otro recién partido Syms.


Y ahora que vuelvo, ni en pedo voy a ofrecer mi corazón en el 2023. Ni ahí tengo ganas de emular a Fito. De hecho, desconfíen de aquellos que te dicen que todo está perdido, del mismo modo de los curadores que te ofrecen su cuore. Con el cuore uno ya tuvo bastante en el año que se fue. Con dos amigos de andanzas y reflexiones en jaque en el 2022 y una advertencia de mierda de un cardíaco sobre "cuidarme de hacer actividades". Por suerte los míos siguen en acción con sus propósitos y mañas, siempre atento a mis mangazos espirituales y mundanos. No voy con chiquitas, si los necesito saben que acá estoy pa joderlos.


Y qué decir entonces. Que el libro que me regaló Jorge (uno de los corazonajudo) sobre osos y bosques, pasó de ser una travesía liviana a una especulación vital en esto de animarse a lugares recónditos, reflexionar sobre la rutina mecánica y ese deber ser/hacer que se nos instala como una quimera de algún dios que se jugó la vida nuestra en vaya uno a saber qué partida y no nos enteramos. En síntesis, el libro parece útil.




Pero no, no tengo ganas de hablar solo de eso, ahora que volví a la superficie. Tampoco de cuestiones amorosas o de consabidas formas que te pueden hacer sentir en carne viva. No voy a hablar de Expoagro, salvo decir que sobreviví a los efluvios de los huéspedes favoritos. Esos que nunca estarán en nuestras mesas. 


Ni quiero remitirme a la despedida de mi jefe del diario. Animal de trabajo cuya tarea bien puede confundirse con el medio (¿qué fue primero el Popular o la tarea de Santos?) y que recibió el destrato previsible de aquellos que poco saben del charme periodístico ni se toman el tiempo para googlearlo.


Acaso, para que no parezca rimbombante o pretenciosa mi promesa de hablar sobre algo, me voy a ajustar a una noción vaga que me gustó rumiar el pasado viernes a media mañana entre el subte y el tren y es la idea de pensar en un falso relato sobre lo que hoy nos puede distinguir.


Era más o menos así:


"Y acaso no sea tu tatuaje aquello que más te represente, si no esos lunares que te molestan. O tal vez, tu tartamudeo o la forma de levantarte de manera abrupta de la cama a la mañana. O el sobaco o ese recuerdo que te daña y empequeñece tus logros. Por traidor o por sentirse mediocre en tus propósitos. Acaso todo eso sea lo que te define. Ni la vocación, ni haber decidido no hablarle más a tu vieja, ni renunciar prepotente a los sueños para quedarte en la oficina de siempre y hacer un mango. Quizás en ninguna de esas decisiones trascendentales te encuentres tranquilo".


Y justo cuando confronto con "el deber ser del 2.0" (sigo sin tener tatuajes, aclaro), me desayuno hoy con un artículo de alguien que a través de un filósofo húngaro desactiva al último de mis pensadores favoritos.  https://www.elcohetealaluna.com/luchas-que-desmienten-a-byung-chul-han/


Y pienso en lo reaccionario del escepticismo, siempre tentador, siempre con ínfulas de superioridad. Ese que se la sabe lunga y que susurra "todo empeora". Admito que muchas veces, jugué con esas cartas, como aquella frase sobre "el optimista es alguien que todavía no sabe". Y sí, hay una noción de la promocionada eterna juventud de los pichones de Chatgptianos, considerandos de que todas las suertes están echadas. 


Entonces me viene el recuerdo de José Pablo Feinmann, uno de los primeros (quizás después de Jesús, digamos) que me dio un par de definiciones sobre las utopías. Y después sumo a Rivera y su jactancia del fracaso. No como conformidad si no como un alimento que hay que escupir.


Y yo ya sé que pocos o casi nadie habrán llegado a esta línea porque soy uno más de la media que escribe en un blog semi fósil cuando con tiktok o un reel podés decir algo más simple, más urticante en menos tiempo y por ahí, por error te pinta una oleada de likes de desconocidos o distraídos que se subieron a tu sarasa escrita.


Y digamos que, francamente, lo más importante además de poner en cuestión el valor de lo fundamental, de pensar qué cosas hoy nos identifican en un mundo donde todos se mueren por ser distinguidos por sus distinciones, lo más importante, digo, era volver. Acá, a escribir algo a pensarme, a pensarlos, a reverdecer de las amarguras (de las del Rojo ni hablemos). 


Vuelvo y afilo la lengua, las teclas, supero la pendiente y me erijo de abril hasta noviembre. Diciembre se lo dejo a ellos, expertos en explotarlo todo. Contándonos las costillas como la inflación. Igual ya llevo en mis espaldas, como mochilas, sendos fracasos. Y aún, sobrevivo

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