martes, junio 22, 2021

Horacio entreteje en el Británico

Modesto, salido de un cuadro o por qué no de las ilustraciones precisas de Humor, Horacio González aguardaba paciente, vaya a saber por qué a este cronista de revista pretenciosa llamada 'Reflexiones y debates'. Ignoro el tema en cuestión pero ahí estábamos los dos, él cual tanque sociológico, literario andante y yo, apenas conforme con contar con uno de los protagonistas de ‘La Voluntad’, como quien tiene unos minutos para compartir eso de codearse por un instante con un héroe o celebridad “de las nuestras”. Digo por esto de que hacer espectáculos en el periodismo me dio el entrenamiento (y las horas muertas de espera) para trabajar atento a los movimientos de los referentes de la farándula vernácula (como suele insistir una colega en el diario erróneamente para mencionar a les agraciades).





Pero yo estaba con Horacio, desconozco el tema por el cual lo habíamos convocado, pero tenía una certeza: sus conceptos, aún con grabador, lápiz y papel se disolverían inevitablemente como agua entre las manos.

González entreteje de entrada dos o tres ideas, mientras comenta que vive por ahí, por San Telmo, hace referencia a Boca (punto en contra). Creo, si mal no recuerdo que le comenté algo acerca de su amigo Nicolás Casullo a quien meses antes había entrevistado en la UNQUI. Desfachatados sumarios de esos austeros momentos me dieron sin embargo la riqueza y la motivación suficiente como para charlar con Ford, Sarlo, Alcira, José Pablo, Horacio, Nicolás, Caparrós, más cerca Pigna y una decena más para esta revista que bancaba no sé quién en la provincia y donde mi amigo fotógrafo Fernando Calzada oficiaba de reportero, distribuidor, promotor y todos los oficios que obligan una publicación. PobreFer y gracias Fer por darme esa mágica conciencia de responsabilidad periodística, cuando me sacaba la capa del Batman obligado a sobrevolar los pasillos de Estudios Baires, la calle Pavón, Lima y las luces del centro. Años de metamorfosis (de la estabilidad perfiliana al monotributismo creativo)

Estaba González hablándome de historia y yo garabateando sus tiempos, recorridos que para mí se revelaban como madejas y él con arte desarmaba y tejía con notoria habilidad y esmero. El hombre hacía de una reflexión, un árbol con varios brazos, desde los que surgían nuevos nudos y más brazos y más pensamientos y más preguntas. Algunas con su lógica conflictividad lo que no quitaba que la solución que proponía el intelectual se bifurcase en nuevas alternativas y vericuetos todos imposibles de seguir, pero improbables de soltar. Y  no era para menos, Horacio fue uno de los tipos más interesantes en esto de intentar descular el tejido social. Todo eso junto hasta que el olor del café, segundo o tercero por fin lograba retornarme a la pretendida raíz de la entrevista.

 


Sé que fue arduo desgrabarlo, hasta antes de la entrega del artículo supe también que cualquier título resultaría insuficiente como para acotar la esencia de la nota. Igual poco importaba angustiarse con eso: la publicación se permitía textuales largos como imanes y quién mejor que este sociólogo para satisfacer la modalidad exigida desde diagramación.

 

No voy a versear sobre las sensaciones y emociones acumuladas. Siempre la obligación del oficio impone sus tiempos, por lo que desentrañar lo bueno y valioso se permite sólo con el trabajo publicado. Sí creo que, de haber mediado otro encuentro, lo más probable que hubiese sucedido es que su inmensa sabiduría se me presentaría como un nuevo bosque de encinas impenetrables.

¡Y yo con el naranjo y el roble del fondo de casa me doy por hecho!

 

Bueno, Horacio nos dejó hoy. Hasta que vuelva a revisar mi peronismo, descular los daños de la grieta. O cuando retorno a Lezama para rescatar el ocio necesario en otra tarde cualquiera. Como aquella de ese olor a café de sabor infinito, similar a las utopías. Como las de Horacio, por ejemplo.


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