Modesto, salido de un cuadro o por qué no de las ilustraciones precisas de Humor, Horacio González aguardaba paciente, vaya a saber por qué a este cronista de revista pretenciosa llamada 'Reflexiones y debates'. Ignoro el tema en cuestión pero ahí estábamos los dos, él cual tanque sociológico, literario andante y yo, apenas conforme con contar con uno de los protagonistas de ‘La Voluntad’, como quien tiene unos minutos para compartir eso de codearse por un instante con un héroe o celebridad “de las nuestras”. Digo por esto de que hacer espectáculos en el periodismo me dio el entrenamiento (y las horas muertas de espera) para trabajar atento a los movimientos de los referentes de la farándula vernácula (como suele insistir una colega en el diario erróneamente para mencionar a les agraciades).
Pero yo
estaba con Horacio, desconozco el tema por el cual lo habíamos convocado, pero
tenía una certeza: sus conceptos, aún con grabador, lápiz y papel se
disolverían inevitablemente como agua entre las manos.
González
entreteje de entrada dos o tres ideas, mientras comenta que vive por ahí, por
San Telmo, hace referencia a Boca (punto en contra). Creo, si mal no recuerdo
que le comenté algo acerca de su amigo Nicolás Casullo a quien meses antes
había entrevistado en la UNQUI. Desfachatados sumarios de esos austeros
momentos me dieron sin embargo la riqueza y la motivación suficiente como para
charlar con Ford, Sarlo, Alcira, José Pablo, Horacio, Nicolás, Caparrós, más
cerca Pigna y una decena más para esta revista que bancaba no sé quién en la
provincia y donde mi amigo fotógrafo Fernando Calzada oficiaba de reportero,
distribuidor, promotor y todos los oficios que obligan una publicación.
PobreFer y gracias Fer por darme esa mágica conciencia de responsabilidad
periodística, cuando me sacaba la capa del Batman obligado a sobrevolar los
pasillos de Estudios Baires, la calle Pavón, Lima y las luces del centro. Años
de metamorfosis (de la estabilidad perfiliana al monotributismo creativo)
Estaba
González hablándome de historia y yo garabateando sus tiempos, recorridos que
para mí se revelaban como madejas y él con arte desarmaba y tejía con notoria
habilidad y esmero. El hombre hacía de una reflexión, un árbol con varios
brazos, desde los que surgían nuevos nudos y más brazos y más pensamientos y
más preguntas. Algunas con su lógica conflictividad lo que no quitaba que la
solución que proponía el intelectual se bifurcase en nuevas alternativas y
vericuetos todos imposibles de seguir, pero improbables de soltar. Y no era para menos, Horacio fue uno de los
tipos más interesantes en esto de intentar descular el tejido social. Todo eso
junto hasta que el olor del café, segundo o tercero por fin lograba retornarme
a la pretendida raíz de la entrevista.
Sé que fue
arduo desgrabarlo, hasta antes de la entrega del artículo supe también que cualquier
título resultaría insuficiente como para acotar la esencia de la nota. Igual poco
importaba angustiarse con eso: la publicación se permitía textuales largos como
imanes y quién mejor que este sociólogo para satisfacer la modalidad exigida
desde diagramación.
No voy a
versear sobre las sensaciones y emociones acumuladas. Siempre la obligación del
oficio impone sus tiempos, por lo que desentrañar lo bueno y valioso se permite
sólo con el trabajo publicado. Sí creo que, de haber mediado otro encuentro, lo
más probable que hubiese sucedido es que su inmensa sabiduría se me presentaría
como un nuevo bosque de encinas impenetrables.
¡Y yo con el
naranjo y el roble del fondo de casa me doy por hecho!
Bueno,
Horacio nos dejó hoy. Hasta que vuelva a revisar mi peronismo, descular los
daños de la grieta. O cuando retorno a Lezama para rescatar el ocio necesario en
otra tarde cualquiera. Como aquella de ese olor a café de sabor infinito,
similar a las utopías. Como las de Horacio, por ejemplo.
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