martes, febrero 16, 2021

Como sobrevivientes aventureros


Parece que ya no hay lugar ni motivación para apuntar a los molinos de viento. Ni siquiera se habla de sueños. Lógico, el tiempo los reemplazó con mirar y mirar.

 Mirar el bienestar de los otros desde Instagram y las reacciones que generan con comentarios que también generan reacciones, así en  modo moebius. Mirar Netflix, ahora más parecido al viejo cable donde el zapping aletarga las chances de la aventura onírica y las propuestas se digieren cual sobrantes de pochoclo.

Mirar podcasts, memes, gifts, peleas en twitter, en la tele. Por momentos esa obsesión por trabajar la vista en las acciones de los otros, me recuerda a mi abuela con la cortina callejera a medio abrir, compensando su actitud chuzmeril  en el barrio, con la decidida determinación de dejar de ser protagonista de su propia vida, para pensarse en las voluntades de los otros.

Ya no hay interés por encontrar una empatía que nos haga si no mejores; sentir que vamos a algún horizonte. ¿Cuál horizonte? Las pantallas se abandonan apenas de vez en cuando, si observamos las nubes como un acción simétrica, despegamos el mentón del modo confesional adoptado (contemplando hacia abajo, la pose más vaga del uso del celular) y buscamos el arriba, cual reflejo religioso. Dios murió, no importa o sencillamente se salió del hashtag y de la agenda, si levantamos la vista es por un torpe recuerdo.

Claro que el horizonte no está arriba, si no adelante.

En mucho debe incidir además la pandemia, los comentarios y chistes o ilusiones de amigos con quienes debatíamos de modo furibundo nuestros destinos, resurgen sólo a cuentagotas, como un grito que termina sumido en la torpe voz ante la potencia o la recurrencia del bostezo.

 

¿Te acordás cuando imberbes nos proyectábamos revolucionarios, por el simple hecho de que la palabra nos gustaba?

Uy ahí empieza con la queja nostálgica, la de ser viejo.

No entendés nada.

¿Qué es eso de molinos de viento? Ah, ya sé, ventiladores de techo. No hacen falta, si el viento va y viene, en cambio, la luz, la luz no es permanente. Y hoy lo que nos toca es ver. Como ya dije, un choreo en una cámara barrial compartida en aburridos noticieros, un streaming con nuestras estrellas y sus expresiones congeladas intentando convencernos de que "hay ficción, hay música, hay algo al menos".

 

Pensemos un rato al menos en los Quijotes cercanos: Walter White, Capusotto, Gravois (sí, ya sé a los puristas no les gusta incluir a la política en los sueños) y salgamos o armemos algo, un grupo, una radio, una pintura comunitaria, un menú colectivo, un picadito.

Una revolución solidaria.

Hagamos de los últimos (¿por qué no suponerlos así?) días de la pandemia una cura de sueño. Y entre ese necesario descanso que nos aliviane el estrés, preparémonos para salir al ruedo. Como sobrevivientes aventureros.


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