jueves, enero 03, 2019

Lo que no vamos a compartir

Mediodía de Ida y vuelta, idea y vuelta x el Roca hasta encarar el camino para el diario.
Cada caminata desde el viaducto hasta la escuela 22 me hace envejecer como un lustro. En esa pérdida hay pensamientos que no serán correspondidos.
Esto de vivir hiperconectados transforma las señales de la mente en ensoñaciones hasta, imaginemos, quedar secas. Las circunstancias vívidas carecen de cómplices y de auditorio. Y sí, cada uno está en otra. Después los algoritmos de las redes nos dirá qué conviene sentir o hacer durante lo que quede del día.
No me quejo. Hay un flaco poniéndole aceite o grasa envasada a la cadena de la moto y su tarea es bien custodiada con un tema heavy de fondo. Al lado, dos tipos de un sepelio, intercambian su hastío en una tarde de verano donde, por supuesto, no pasa nada.
Atrás, un par de horas antes (digamos) queda resonando la voz de la piba (amiga advenediza de mi hijo) haciendo un repaso por Europa: un día en Paris (Torre Eiffel inaccesible, turistas vigilados), Roma sin Vaticano, Coliseo (un solo día), Costa Amalfitana y España ("Es igual a Buenos Aires", dice a propósito de Madrid y la Gran Vía) ¿Cuántas veces lo escuchamos, no?
Así estamos sin nada nuevo, salvo esas vagas ideas que no se comparten.
Vivos. Solos. Hilando finos, pero algo más finitos.

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