jueves, febrero 07, 2019

Cosecha Azul

Volví hace unos días del reencuentro con el mar. Le regalé un par de piedras a la psic, que se habían demorado en mi mochila de siempre. Le conté de una en particular, color azul como quien se jacta de hallar tal tesoro pero se desentiende por exhibir el trofeo en modo instagram.



La piedra azul en Mar de las Pampas, se distinguió entre otras tantas similares, pero más negras azabaches. Bucear o mejor dicho, escarbar en la arena, sucedió como una terapia necesaria. En cada visión escópica barriendo las últimas olas, dejaba o suspendía por un rato la malavibra molecular de mi país que devino en maldito a partir del consabido amarillo gubernamental, por esta noble y espirituosa tarea.









Dejé las pálidas económicas, las enfermedades patológicas, los obligados proyectos que hoy busco como sediento desesperado por un oasis en el desierto, para recuperar esa palabra ahora tan híbrida y hueca llamada esperanza. O LIBERTAD (con May, elijan uds.)



Las piedras, no los cristales (no me banco los poderes de estos ni su asociación con brujerías o malas vibras), las piedras, decía me hicieron desentenderme del sol abrasivo y demoledor.

De la existencia formal. Buscar piedras es como recuperar la voluntad aventurera de niño, esa impunidad que te dan las playas y vacaciones para arrancarse el traje de adulto y sortear lo efímero de un pozo o una montañita insignificante como quien debe cumplir una misión trascendente.

Algo así como un bonus track de esta falsa y convencional semidesnudez.



Antes de la piedra azul, separé decenas. Mucho antes, me tomé en serio mi reencuentro con el salado dios del mar. "Pensé que no iba volver a verte", dije entonces y repetí en la sesión confundiendo a mi terapeuta, quien creyó en esa enunciación una manifestación a su persona, antes que mi evocación a la naturaleza.

Aquel pensamiento que sonó una tarde en una playa de fines del último enero se asemejó a un lamento nostalgioso. Pero fue real, la crisis (personal y social) llegó a anestesiarme de tal modo que, sin querer, deseché cualquier chance de merecido reposo llamado vacaciones.



Habrá que ver si observar la piedra azul, ahora en Buenos Aires (supongo que duerme con la pila de otras, entre caparazones de almejas y caracoles en la pieza de mi hijo) ayuda para sanear una densa cosecha con el regreso a lo de siempre.

A saber: el tema de la salud como nuevo estigma, con algunos afectados directos (cuyos nombres intentaré preservar) abrazados por su influyo dañino: páncreas, muerte de padre, diálisis, separación amorosa, intoxicación, encierro forzoso (bah, una constante de estos tiempos), karma, rodilla a punto de romperse (cierren los ojos pensando en la blue stone e invóquenla contra sus propios rollos, si lo desean).



De todos modos no seré injusto y sumaré el haber a tan desproporcionado balance: mi solidaridad con los amigues (poniendo el lomo antes que las palabras), con los laburantes en caída, renovación de la Sube, fin de lectura de la autoflagelación biográfica de María Moreno, recuperación de Carver, ensoñación gratificante con las canciones de la tocaya Calcanhotto y no mucho más.



Cuando tenga la piedra, descartaré mi voluntad por fotografiarla acompañando este post.

Lo no visto, aunque el autoritarismo redsocialcloacal lo instale, no representa lo fallido, irreal o falso.

No tengo una sola foto de mi enfrentamiento con el salvaje baño de agua y sal indicándome algún precepto. Está más que claro que el mar no es el río. Y que bañarse en sus aguas constituye antes un revuelo que la noción remanida y destacada a propósito de aquello de "nunca sos el mismo". Enfrentarse al mar es otro bardo.

Pero cuando tenga la piedra azul, -si no se perdió antes-, continuaré con la noción de cambiar o torcer lo obvio de mi destino.

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