viernes, noviembre 02, 2018

Nuestro Patrimonio


o lo único que nos queda

(de la novela Patrimonio, Una historia verdadera por Phlip Roth)



...Almorzamos en la habitación de verano, junto a la cocina: un cuarto rústico, grande, con aspecto de granero y suelo de piedra, que en origen fue la leñera de aquella casa labriega. Ahora, todo un lado de la habitación la cerraban puertas deslizantes, de cristal, con vistas al césped, los muros de piedra y los arroyos y campos que se extendían delante de la casa. en otros tiempos, ahí solía instalar a mi padre, en un sillón de mimbre, frente al espacio abierto y cuando hacía buen tiempo se pasaba la mañana tan campante, con el Times, leyendo primero las noticias de Israel y luego todo lo que se dijera del gobierno Reagan, lo cual le servía para mantener vivo su odio, al presidente durante lo que quedase de mañana.

Ahora que Seth y Ruth habían venido a comer y todos charlábamos de cosas insustanciales, en un día de verano tan luminoso como para darse puede, mi padre se hallaba totalmente aislado en el interior de un cuerpo que se había trocado en un recinto de alta seguridad, a prueba de fugas, una especie de cajón de matadero.

Cuando estábamos a punto de terminar de comer, apartó su silla y se dirigió hacia la escalera que lleva a la cocina. Era la tercera vez que se levantaba de la mesa, y fui con él para ayudarlo a subir. no me lo permitió, sin embargo, lo cual me llevó a pensar que se disponía a hacer un nuevo intento de mover los intestinos en el cuarto de baño, y preferí no incomodarlo con mi insistencia.

tomábamos el café cuando me di cuenta de que aún no había regresado. me levanté de la mesa sin decir nada, mientras los demás seguían hablando, y entré en la casa, convencido de que iba a encontrármelo muerto.

No estaba muerto, pero sí, quizá, deseando morirse.

El olor me llegó cuando sólo iba por la mitad de la escalera al piso de arriba. al llegar a su cuarto de baño encontré la puerta abierta de par en par; delante, en el suelo del pasillo, vi sus vaqueros y sus calzoncillos. dentro del cuarto de baño estaba mi padre, completamente desnudo, recién salido de la ducha y chorreando agua. la peste era insoportable.

Le faltó poco para echarse a llorar al verme. en el tono más desesperado que quizá le haya oído nunca a nadie, me dijo algo que no me habría costado mucho trabajo adivinar:

- Me he cagado.

Había mierda por todas partes, aplastada por los pies en la alfombrilla, ribeteando el borde y manchando la columna del lavabo, apilada en el suelo, salpicando el cristal de la ducha que acababa de abandonar, secándose en la ropa tirada. también en el pico de la toalla con que había empezado a secarse. en aquel cuarto de baño de reducidas dimensiones, que era yo quien utilizaba normalmente había hecho lo posible por salir del embrollo por sus propios medios, pero, casi ciego como estaba, y recién salido del hospital, al quitarse la ropa para meterse en la ducha lo único que consiguió fue extender la mierda por todas pares. vi que hasta las cerdas de mi cepillo de dientes, colocado en su colgado, sobre el lavabo tenían las puntas manchadas.

- No pasa nada- le dije, no pasa nada. en seguida lo arreglamos todo.

Metí el brazo en la cabina de la ducha, volví a abrir el agua y estuve jugando con los grifos, hasta obtener la temperatura adecuada. luego le quité la toalla y lo ayudé a meterse otra vez en la ducha.

- Agarra el jabón y empieza desde el principio- de dije; y mientras él, obedientemente, se iba enjabonando todo el cuerpo, yo hice un montón con su ropa, las toallas y la alfombrilla, fui al armario que había en el pasillo, cogí una funda de almohada y la usé de bolsa en que meterlo todo. Y le llevé una toalla limpia. Luego lo saque de la ducha y lo llevé directamente al pasillo, donde el suelo aún no estaba manchado, lo envolví en la toalla y me puse a secarlo.

-Ha estado muy bien que lo intentaras- le dije-, pero me temo que no había nada que hacer.

- Me he cagado encima- dijo él, y esta vez sí que se echó a llorar.

Lo hice entrar en el dormitorio y allí lo dejé, sentado en el borde de la cama, secándose, mientras yo iba a buscarle un albornoz de los míos. una vez seo, lo ayudé a ponérselo y  luego levanté la sábana de arriba de la cama y le dije que se echara un rato a dormir.

- No les digas nada a los chicos- me pidió, mirándome desde la cama con su único ojo útil.

- No pienso decírselo a nadie- le contesté- Diré que estás descansando un rato.

-No se lo digas a Claire.

-A nadie- le dije-. No te preocupes. puede pasarle a cualquiera. no pienses más en el asunto y descansa todo lo que puedas.

Bajé la persiana para que no le entrara luz, salí del dormitorio y cerré la puerta.

Por el cuarto de baño parecía haber pasado un malvado ladrón que, además de robar la casa, nos hubiera dejado su tarjeta de visita. como mi padre estaba atendido, y él era lo que importaba, si por mi hubiera sido habría clavado la puerta y me habría olvidado del cuarto de baño para siempre. "Es como escribir un libro", pensé: "no se sabe uno por dónde empezar". Entre con mucho cuidado, mirando muy bien dónde pisaba, alargué el brazo todo lo posible y abrí la ventana. Ya era algo. luego bajé a la cocina por la escalera trasera y, procurando que no me vieran Seth, Ruth y Claire, que seguían charlando en la habitación de verano, cogí un cubo, un cepillo, una caja de Spic y dos rollos de papel de cocina y volví a subir al cuarto de baño.

Lo más fácil de eliminar era lo de adelante de la taza, que formaba una extensión de excremento más o menos continua. Cuestión de recogerlo, echarlo al váter y tirar de la cadena. Ni la puerta de la ducha, ni el alféizar de la ventana, ni las lámparas, ni la jabonera, i los toalleros fueron problema. Mucho papel d cocina y mucho jabón. Pero lo que se había metido en las junturas del suelo, estrechas y desiguales, eso sí que constituía un verdadero desafío. El cepillo lo único que hacía era empeorar las cosa. Al final, eché mano del cepillo de dientes y, mojándolo de vez en cuando en el agua caliente y jabonosa del cubo, fui limpiando una por una las junturas, palmo a  palmo, de pared a pared, hasta que el suelo quedó tan limpio como me fue posible dejarlo. Cuando llevaba quince minutos de rodillas, decidí que allí se quedarían para siempre las salpicaduras y partículas demasiado profundas, fuera de mi alcance. quité los visillos de la ventana, aunque parecían limpios y los hundí en una funda de almohada, con las demás cosas sucias. luego fui al cuarto de baño de Claire a buscar agua de colonia, con  al cual rocié abundantemente, con los dedos, como aguaba bendita, aquel recinto recién frotado y fregoteado. coloqué un pequeño ventilador de verano en un rincón y lo dejé en marcha; luego volví al cuarto de baño de Claire y me lavé las manos, los brazos y la cara. viendo que tenía un poco de excremento en el pelo,  me lavé también esa parte.

Volví de puntillas al dormitorio, y allí seguía él, durmiendo, respirando, aún vivo, todavía conmigo: un contratiempo más que superaba aquel hombre que yo llevaba desde siempre conociendo por padre. me había sentirme muy a disgusto que hubiera tenido que luchar con tanto heroísmo y tan poca fortuna por lavarse antes de que yo subiera al cuarto de baño; también comprendía su vergüenza, el bochorno que había tenido que sentir; y, no obstante, ahora que todo había terminado, viéndolo tan profundamente dormido, pensé que no habría podido pedir más para mí antes de su muerte: esto también estaba bien y era lo que tenía que ser. uno limpia la mierda de su padre porque no hay más remedio que limpiarla, pero después de haberla limpiado, todo lo que hay que sentir se siente como jamás antes se había sentido. tampoco era la primera ocasión en que comprendía esto: una vez puesto a un lado el asco e ignorada la náusea, una vez se arroja uno más allá de las fobias, fortificadas como tabúes, queda muchísima vida por apreciar.

Aunque, bueno, esperemos que con esta baste, añadí, dirigiéndome mentalmente al cerebro dormido que el tumor cartilaginoso estrujaba: si tengo que hacer esto todos los días, puede que se me pase bastante la emoción.

Fui al piso de abajo con la apestosa funda de almohada y la metí en una bolsa negra de basura, para luego cerrar ésta, arrastrarla hasta el coche y meterla en el maletero, para posterior traslado a la lavandería. y no podía tener más claro por qué todo aquello estaba bien y era lo que tenía que ser, ahora que el trabajo estaba hecho. de modo que esto era el patrimonio. y no  porque limpiarlo simbolizara alguna otra cosa, sino precisamente porque no, porque no era sino la realidad vivida que era.

Este era mi patrimonio: no el dinero, ni los tefelines, ni el cuenco de afeitar, sino la mierda.





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