Hasta el 86, con Los Ojos de Nancy, tema del disco Viaje al
más acá de Metropoli, interpretado por Isabel de Sebastián, el nombre de la
canción había quedado vaya uno a saber por qué, adormecido o desterrado en
algún espacio del epílogo de mi infancia.
Y eso que las dos muchachas que había conocido, para los
bobotes de aquella épóca eran de armas tomar. Rubia y morocha, respectivamente,
una en la memoria, “interesante” (difícilmente la habría podido describir
entonces así) y la otra, medio pirucha o “neurasténica”, parafraseando al
término elegido por Rafael Spregelburg, para calificar a una de las
protagonistas de La Terquedad. Término,
por cierto, que me llevó a los 70 y 80, para definir a cualquier chica que se
saliera del estándar de nuestros prejuicios. Ahora me parece injusto tal
olvido. Las dos representaron un atisbo del inicio amoroso, con sendos chupones
de asaltos en terrazas de Coca colas y papafritas. A los besos los llamábamos
así, sin medias tintas, acaso para que lo alevoso alcanzara a romper con lo
naif de los juegos de entonces: El semáforo y la botellita.
Ni los esfuerzos por memorizar algo más, ni el ayuda memoria
de facebook, sumó uno que otro ingrediente más de las Nancys de antaño. El
invento de Zuckerberg no llegó a recuperar las huellas ni los contactos de mi
querido colegio primario.
En cambio, la canción
de Metropoli , está ahí al alcance de mis discos. “Empolva
el mármol de tu piel y sube al tigre que escondes en tus ojos... Nancy”. Sin los estruendos de la cantante de Púrpura,
ni de La Torre (sí Patricia Sosa), ni Celeste o Fabi, mirá qué te digo, ni la
exageradamente acaramelada voz de María Rosa Yorio, sin nada de eso, el encanto
de Isabel de Sebastián (sí, la creadora de Héroes Anónimos, que también grabó
con Luis y Cerati) logró distinguirse, mérito a una voz dulce pero más grave, a
tono con algunos exponentes “foráneos”
de la época como The Cure o Siouxsie and The Banches. Sumado por
supuesto a un corte capilar acorde a los ochenta, de nuestra chica pop. Nancy y Submarino eran mis temas favoritos.
Igual se trataba de hablar de otra Nancy; acaso el verso citado, tigre y ojos incluídos,
refleje como nadie la mejor Nancy de todas las que conocí. Y no fue hace tanto
tiempo. Ella correctora en el diario Perfil, yo paracaidista de Espectáculos,
devenido en flamante editor del suple (rol compartido), tras el cierre de La
Semana.
De abundante cabellera roja (o la tintura que fuera dándose
en suerte), al mejor estilo Betty Boop o nuestra mulatona y de pocas dobleces, quien pasó de Página 12 al
medio mimado de Fontevecchia, guardaba dos matrimonios, un par de hijas con
nombres exóticos y un pasado abocado a la danza.
Fue una tarde cualquiera, cuando mi socia del suple gritona
abandonó la sección para cumplir con la reunión de sumario, para que quien
honra este post, se asome por la
medianera que separaba las secciones en el mismo piso, a ofrecer una impensada nota
periodística.
“Es una tipa copada, alemana y voy a ir a verla”, afirmó con
entusiasta firmeza, sin detenerse ni en el estilo del diario, ni en los
caprichos de la jefa, ni en el “deber ser”, del formato espectáculo.
Al tiempo supe que esa sería una de las tantas virtudes de nuestra
colaboradora advenediza, ir de frente en todos sus proyectos y sueños. Así, Pina Bausch, creo, tuvo su crítica en el Diario, a pesar del
fastidio e ignorancia de la tristemente célebre editora del mismo. Enseguida supe
que Nancy había dedicado buena parte de su vida a la danza contemporánea, más
tarde la psicología social, ampliaría sus conocimientos, lo mismo que el
francés y las artes en general.
Años más tarde, los cambios arbitrarios me sacaron del
diario a la revista Semanario y, por algunos meses, le perdí el rastro. “Si hay
una oportunidad, no dudes, acá me tienen harta”, asumió una vez quien supo
hacer milagros con el trazo final del medio y sus bajadas de línea en ciernes.
Peronista combativa, Nancy combinaba glamour con militancia sin que resultasen
caminos contrapuestos.
Por eso el término “grasa” salido de su boca, refiriéndose a
una colega, distaba y mucho de las etiquetas segregacionistas. Acaso la voluntad por transformar la
publicación en algo más que un medio de entretenimiento e información
vernácula, la convenció a animarse al periodismo y aceptar un trueque, raro
para lo que se acostumbra en nuestro ámbito.
Nancy llegó a Semanario con sus tacones cercanos y proyectos
lejanos e hizo de la mirada social, un motivo para considerarlo en casa
sumario. Todo esto, mientras Tinelli, Su y cualquiera de nuestros exponentes,
la obligaban a adaptarse a las formas. Y
ahí está la tipa definiéndolos directamente como sendos “pelotudos”, mote que
prolongó mucho más tarde para Macri “gato” y cada uno de sus referentes.
Antes que eso, recuerdo una producción catárquica que
propuso, de esas notas delirantes donde
un grupo de vaya a saber qué curros varios, sugería meterse en una habitación y
por media hora destruir todo aquello que se encontraba a su alcance. No me
extrañaría que el archivo de la editorial conserve las fotos de nuestra Boop
revoleando un palo contra botellas y paredes.
También fue ella quien se ofreció a conversar con la bruja
celestina que trabajaba para una de las novias del Diego. Camuflada en el rol
de una esposa despechada, Nancy supo sacarle mentira por verdad a la pitoniza,
aprendiendo contrarreloj alguna de las trampas de nuestra profesión. Aunque
algo la incomodara y en esto de sortear prejuicios, haya evitado ahondar en el
mero chusmerío. Como pudo, intentó colar entrevistas a músicos e intelectuales,
mientras uno, asumo, trataba de separar lo posible a lo deseable, en rigor de
las imposiciones lógicas del medio.
Cuando llegó el turno
de mi partida de Perfil, con el apoyo notable de mis compañeros, Nancy fue una
de las incondicionales para respaldar cualquiera de mis decisiones. Más por
supuesto la posibilidad de compartir a futuro, junto con Nilda, otra aliada de
este baile, alguna noche de bodegones y paladares negros.
La distancia del cambio de laburo no amedrentó la amistad.
La convicción por las ideas se consolidó, al margen del bardeo virtual. Cansada
de tanta chicana y tras la derrota de 2015, la mujer eligió embellecer su modo
de comunicar, con clase. A mayor injusticia social, mayor arte compartido. Como
el intelectual Daniel Molina que eligió vía twitter, exorcizar los demonios de politiqueros
insufribles a partir de exponer fotos y autores de otro tiempo, Nancy optó por
recargar a facebook, de cuadros y pintores, bailarinas y colores. Siempre decontracté,
seductora y sabia, a veces con esa encantadora soberbia de quien sabe estar de
vuelta de las broncas y desgracias vividas, de la mujer de boca ancha y sonrisa
contagiosa, celebré cada una de sus sugerencias, aunque la profesión y los
tiempos, intentasen enfrentarnos.
Como a pocas personas disfruté del apaciguador “negrito” que elegía tanto para alentarme o
darme consejos.
Esta semana, supe que Nancy está con otro baile, de esos
mierdosos que la vida impone, sin que llegue a cabecearte para invitarte a la
pista. Sé también desde hace rato que el tango volvió a enamorarla desde algún
lugar. Rubia ahora, con sus enormes labios (bien rojos, como siempre) compartió
un saludo agradecida desde su cuenta:
Para mis queridos espíritus voladores. Mis
compañer@s, profesor@s, alumn@s en ese asunto loco de elevar el alma hasta que
se deshace, loca, desde lo más alto. Gracias por andar por ahí. Revoloteándome. El saludo acompaña un video
resumido en una frase: Para Nietzsche la
danza es la máxima afirmación de la vida.
Pavada de enseñanza de quien sabe darle glamour hasta al
peor pelotudo. Cuando lo describe a su manera, claro.
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