Poco más de tres semanas atrás, desoyendo la oferta de
Netflix, eludí 13 reasons why, para seguir con la fidelidad de mis caballitos
de batalla: mi demorada y favorita Ray Donovan, Billions y Better Call Saul. Claro que la
mención que hizo mi hija de esta serie dirigida en apariencia para adolescentes
me llevó a no perderla de vista. Su debilidad por las redes sociales la hace
experta en el rubro. Así se adelantó antes que nadie con Once (Once Apon a
time, llamándola como se lee); se encandiló con otra 11, en relación a la
Eleven de Stranger Things (sin dudas la serie más exitosa de 2016), descubrió
en secreto Pretty Little Liars y hoy engrosa la lista de los fanáticos de
Walking Dead.
Precisamente como ésta última no me convence, descarté la
historia de Hanna, aunque la curiosidad pudo más.
Y quién podría esquivarla:
una piba que se suicida y deja varios casettes involucrando a compañeros como
posibles responsables de su determinación.
Sin embargo, el efecto primario pasó por minimizarlo a
lugares comunes: “es sobre bullying”, “habla del suicidio”, “típico conflicto yanqui”,
“demasiado retorcida”. Ninguno de estos peros frenó el fenómeno, el boca en
boca ganó audiencia silenciosa y se expandió entre los pibes, pero también
entre los padres. Como tal, intentar descifrar los códigos de la adolescencia
(por no decir los que “padezco en casa”), significó despachar la serie en menos
de una semana.
El post de la poesía de su protagonista, también ratificó el
interés social del nuevo fenómeno en ficción: ...Algunas chicas se saben todas las letras
de las canciones que cantan juntas. Encuentran la consonancia en sus risas. Sus
codos entrelazados resuenan en armonía. ¿Y si no puedo tararear de forma
afinada? ¿Y si mis melodías son las que nadie escucha? Algunas personas pueden
reconocer un árbol. Y un patio delantero y saber que llegaron a casa. ¿Cuántas
veces puedo caminar en círculos hasta que deje de buscar? ¿Cuánto falta para
que me pierda para siempre? Debe ser posible nadar en el océano del que amas. Sin
ahogarte. Debe ser posible nadar sin convertirte en agua. Pero sigo tragando lo
que pensaba que era aire. Sigo encontrando piedras amarradas a mis pies.
Por supuesto que los medios se hicieron eco del tema, el
debate instalado en nombre de la libertad de expresión sobre “si los chicos
están aptos para verlo”, oscila entre un pedido de censura y una manera de
acusar a los padres presurosos, de pacatos o desubicados.
Millones de retuits avalan el éxito.
Desde aquí,
humildemente podemos decir que el abordaje de la serie no sólo interroga la
relación de los chicos entre sus pares, sino el rol de la escuela, la falta de
comunicación padres e hijos, la hipocresía entre los diferentes estratos
sociales y hasta el discutible sentido contenedor de los profesionales que
abordan distintas problemáticas de la edad.
Lo que no hay dudas en cuanto al guión es cómo queda
reflejado el pesado recorrido que les toca atravesar en soledad a sus
protagonistas (Clay, Hannah, Justin, Alex, Jessica, Courtney) y qué pocas
razones o respuestas encuentran dentro de los diferentes núcleos que
atraviesan.
Acaso la visión magnánima que se le otorga a los medios para
permitírsele todo y minimizar los daños que puedan generar, puede hacer
repensar que la sola condición de volverse espectador no implica, tener el
control de cualquier situación, compleja, sencilla o como se presente.
“Existe un protocolo sobre la difusión de aquellos que se
hayan suicidado o atravesado una crisis de intento de suicidio”, me comentó
recientemente una amiga, experta en educación. También la señal estrella,
advirtió a su público en un par de capítulos, del mismo modo que el bingo te
dice que jugar es nocivo y tantas otras normas, hechas en apariencia para ser
sorteadas ex profeso.
En mi caso, puedo celebrar que mi hija haya desistido de
verla hasta el final (cómo saberlo), igual que un par de compañeras, pero queda
planteado el interrogante sobre lo endeble que es todo a la hora de reflejar
situaciones límites. Tampoco me olvido de los históricos efectos dominó que
generó el asunto, por ejemplo en Gobernador Galvez, en su momento o lo
controvertido del caso Junior en Carmen de Patagones.
Acaso el bueno de Clay recuperando su relación con ex amiga
suicida, intente una moraleja optimista.
El relato (como todo buen relato) abre
más preguntas que respuestas.
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