miércoles, agosto 31, 2016

Una revista más, una redacción menos

Treinta y siete años, días más, días menos separan aquella tapa con Pinky del primer número, fijada en un panel de corcho de una oficina caótica, todavía en mi recuerdo.
Una receta "médica", cuasi milagrosa como segundo título de importancia, farándula y, de ser posible, el concepto de cien notas por número, concibieron a Semanario, copiando vaya a saber qué formato yanki, promovido por el clan Fontevecchia.
No tan chico y con el profundo deseo de abandonar la fábrica de Molinos SA y un puesto de administrativo para sumarme a las huestes de este enjambre de delirantes y desclazados periodistas, me colé a la aventura de colaborar, pagando tooodos los derechos de piso habidos y por haber.
Minga de 29 días y efectivización automática. De hecho, todavía guardo una fotocopia ampliada donde figura mi nombre en el staff, regalada por el plantel después de un largo año de ser ¿evaluado?
De Semanario aprendí que los desafíos de la profesión son equidistantes a los logros, si la publicación queda obligadamente emparentada con Costa Pobre. Un karma que siguió con ella desde que se gestó hasta su reciente defunción.
Desafío a cualquier protagonista de su existencia a que me demuestre lo contrario.
Suculentos ingresos por su rápida masividad, aunque despreciada por el niño Fonte, presuroso por ser considerado el Dustin Hoffman del periodismo nacional (aquel Carl Bernstein de Todos los hombres del presidente), aún bastardeada internamente, Semanario llegó para quedarse.
Dirigida a fines de los ochenta, por un hombre austero pero apasionado como Andrés Soto, la revista, como buena redacción abusaba de delirantes y malbichos y se sostenía por el apetito, siempre saludable de los que entendían que la vocación y el oficio estaba por encima de las ventas o los planes operativos.
En mi caso, recuerdo sujetos despreciables pero indispensables para tamaña tarea.
El Cuis Novoa, visionario a su tiempo, fue capaz de ganarse el odio y la sonrisa de sus colegas, en cuestión de segundos. Su humor e inteligencia sobrellevaba las dificultades físicas que atravesaban su humanidad pero acrecentaban su talento.
Lauchesco, de ahí su apodo, guardaba sin sonrojarse los restos de pollo en su ambo, de secundario, durante los eventos. Robaba como nadie una carcajada de las cronistas de Play Boy, con metáforas "chanchamente adorables", - ¿Te acordás Pedrayes?-para las chicas (incluso reclamándoles a gritos alguna prenda interior) y se troncaba con sus pares a la hora de dar instrucciones. En ese baile, Norma V oficiaba de archienemiga.
Curiosa la vida de esta mujer cuyo parecido físico remite a otra editora de Perfil. Iguales de truchas, iguales de chotas.
El hoy referente de Caras Brasil, entonces supo ser cronista estrella. Claudio supo cargar con sacrificio, la más importante temporada veraniega en la historia de las publicaciones del corazón. Aquella que derivó en una doble e inolvidable tragedia, la muerte del Negro Olmedo y el crimen de Carlos Monzón.
Los dos hechos conmocionaron a la opinión pública y multiplicaron las ventas de las revistas baratas.
Semanario, claro está, era una de ellas.
Aclaro, sin embargo, que llegué un par de años después de esa etapa.
Los nombres de Semanario a cualquier lector de este blog, le sonaría como la lectura de un boletín escolar borroneado. Todos, sin embargo, como en cualquier laburo, pusieron su impronta.
De Simone, por ejemplo, además de una envidiable memoria nos corría con una frase densa, pero no por esto sincera: "me preocupa la tapa". Jefe de redacción, era consciente que un paso en falso, significaban miles de ejemplares menos.
Dos maestros del periodismo, entre el tránsito más complejo que da la vida, sí la vejez, tuvieron su lugar como para hacer de su experiencia, casi una estudiantina. Ahí estaba Michi Ruiz, esa especie de Chandler gallego, puteando en voz baja y cerrando páginas en minutos milagrosos. Titulero de diarios como pocos ("Hoy hay box", era su caballito de batalla cuando una vez lo apuraron con un título de 3 de 3), me resumió la que para él fue una fallida película negra de los Cohen. Sin escrúpulos sentenció "Barton Fink es una mierda".
Pepe de Thomas, era el otro. Más vago y lejos del vértigo del cierre, el viejo era inclemente al momento de las calificaciones. Las mujeres, entonces sin #niunamenos, inspiraban a quien lucía como un falso galante.
"Esos porrones mamarios" y "hacé así -torciendo su índice para abajo, cual gancho-y por ahí se viene la cotorra", en relación a las feas, obligaba a disimular nuestras carcajadas, ante su zarpado y desfachatado vozarrón.
En lo personal, Semanario me dio tantas alegrías como desencantos.
Hubo derecho de piso, pero también algunas tapas, la boda de Diego (que me permitió conocer en el fango al gran Ezequiel Fernández Moore, compartiendo la misma tarea), la muerte de Monzón (corriendo como nunca para que los rollos de fotos, lleguen a Buenos Aires antes que nadie) que derivó en el número más vendido en toda la historia de la publicación superando los 300 mil ejemplares, la boda de Tinelli con Paula en Baradero, la primera escena amorosa del Chueco con Araceli en la banda del Golden Rocket, la muerte de Carlos Junior, cuya larga cobertura derivó en la confianza de Zulema "Cómo andás mamita, solía preguntar en San Nicolás, la ex del Carlos) Y otros temas más densos.
El levantamiento carapintada, que me colocó como testigo directo de los balazos a Fernando Carnota y Jorge Greco "¿Ves, si a vos te hubiesen disparado, hoy tenías cuatro páginas?", me provocaron los de archivo, con la ironía bien negra de nuestra labor.
Vi a Maugeri dándole mil formas a los deseos de Susana, primero desde Semanario y luego en Caras.
Me codée como pude con mi amiga del alma Gabi Balzaretti, desafiando los logros externos y sobreponiéndonos a los caprichos internos. Tiré paredes con Pablo de la Fuente, Norberto Chab y Carlos Piro (bueno, este no la devolvía tan redonda) en un torneo interno que ganamos y en las coberturas más jugadas. Me reí del ruso Chab, jactándose de su tijera cortapirulos y levantando notas ("siempre realzando los descubrimientos y avances de científicos israelíes para colarlos en espacios libres"), celebré los logros de Pablo Gorlero, como colaborador y en sus luchas personales más duras.
De hecho, ya como prosecretario aprendí y mucho de los que intentaron ganarse un lugar adentro de este barco sin rumbo fijo y gasolina a cuentagotas. "Gentileza Silvia Montanari", fue la máxima aprendida al momento de pasar viáticos y todos la adoptamos para protegernos de los tacaños tesoreros.
Aprendimos del Gordo Paladino, que siempre hay alguien que se embarra por demás y por la empresa.
Celebré que se sume al staff, el tipo que supo sacarle en Caras el flequillo a Balá y compartí la frescura de ese hincha de Chacarita, entonces más proclive a las preguntas que a las almidonadas certezas. En tanto, Gabi Bruzos le bajaba los humitos, a puro humo.
Bancamos a Sandra López con sus delirios, pero más tras sufrir el acoso del progre Romano (Gerardo)
"Voy para allá", será la tristemente célebre del editor guapo de palabra, que nunca llegó a defenderla en aquella fallida nota. Su sola mención alcanza para robarnos a todos una sonrisa, sin necesidad de escracharlo.
Conocí a Marcela Korsenievsky y su sesudo interés por nuestras celebridades, además de su inteligencia inconsciente, depurada con esa suerte de mujer salida de algún conflicto woodyallnenesco.
Estrené zapatos para entrevistar a Asumpta Serna, me colé en el Borda para ratificar las paupérrimas condiciones del hermano de Susana. Y de paso, Marcelo Escayola me adoctrinó en esto de preservar el material fotográfico de guardias y custodios. Me peleé con Darín por su auto importado y Passarella reveló su dolor por la pérdida de su hijo, ante la absorta mirada de los sumisos colegas deportivos.


Norma Vega y De Simone hicieron una colecta para mi boda, lo que me permitió sumar MDQ a la luna de miel y varos choris para la fiesta en un club de barrio. Casi todo el plantel de Semanario estuvo en el festejo.
Así como la escuela, es verdad que el laburo en determinado momento de la vida se vuelve tu segunda familia.
Descubrimos a la mujer de Sandro, revisé las crónicas de Marcelo Polino, me enojé con los impensados ascensos de advenedizos (sí, ya sé, puede pasar) Me clavé en centenares de cierres. La mitad, por que sí.
Recibí la carta que anunció la muerte de mi padre en uno de ellos. Y el permiso a retirarme antes. luego de que mi mujer se acercara a la redacción para contármelo.
Nos fuimos.
Aunque él ya estaba en otro estadío, a miles de kilómetros de distancia de mi hogar y a añares de haberlo visto. No estuvo tan mal, esa noche de viernes, Ricardo Bartis presentaba El Corte. Decime si no había obra más oportuna que esa.  
Conoci APTRA y formé parte de ella. Me peleé con su arbitrariedad por años, pero ese es otro tema. De hecho sigo. Aún.
Entretanto, Piro y Martita, la diagramadora se casaron. También Gabi (María Laura) Palumbo y Juan, Andrea, la chica Mía y Escayola. La choriceada dio sus frutos.
La salida de Pronto había generado mucho antes una sangría que por supuesto JF curó aplicando cirugía sin anestesia, a su producto marrano. Achicarse para crecer, fue la frase que apañaban los fallidos pasos de los 90. Caras, Noticias y luego Fortuna, Perfil Diario, ahí estaba la clase media, ahí la plata.
No obstante, por años sostuvo otra prima segunda de Semanario, Tal Cual, aquella que le abultó el bolsillo en tiempos de Malvinas y que Norma Vega y otros colaboradores, Omar Mendez, Adrián Soria y un sumiso y calentón Javier Manes, sostenían, junto con Alegría, la revista de La Bailanta.

Contemplar a la competencia rica (Gente, Caras y Pronto) se volvió obsesión, tanto como la idea de que Semanario tenía los días contados. Abandonarnos a nuestra suerte y mirar cómo la cosecha de las revistas berretas (así nos llamaban) era transferida al potencial Periodismo Puro, sin el espíritu aventurero ni el apetito compartido me llevó a animarme al salto al vacío y dejar Perfil antes del !º de mayo del 98.
La buena relación con Willy, uno de sus últimos editores y las ganas de retornar a las revistas, después de pasar por La Nación, hacer radio, iniciarme en los portales digitales y acrecentar mi trabajo como docente, me devolvió no a la calle Sarmiento y su encanto (Corrientes, las librerías, el Lugones, la Giralda), si no a Chacabuco. Los ojos de José Luis en la entrada (quien hizo sus primeras armas y varias temporadas veraniegas para Semanario) y el Muro de Berlín, distaban de ser el mejor ingreso a u lugar acogedor.
Ciertamente la diagramadora, devenida en jefa de arte, me lo hizo saber más de una vez. Igual, el fin de Semanario se dio en Barracas, no en el microcentro.
Volví, decía, pero como...competidor de Semanario, para la revista Semana. En otro experimento del émulo destructor de Operación Valkiria, la idea era contar con dos revistas "baratas" que pelearan entre sí para desgastar a las otras del mercado.
El chino no resistió. Pero fui aprendiendo, a hacer cuentas, a entender la relación costos y colaboradores, a prestar atención en la distribución, a que se hiciese carne aquello de "me preocupa la tapa", para reconvertirlo en "me preocupan las ventas, me preocupa la revista, me parece que cierra".
Espectáculos de Diario Perfil, fue un camino diferente, pero el destino me devolvió en Semanario.
En el medio supe que Willy había sorteado antes de Semana, otra batalla económica, Piro y Tarrio se hicieron cargo de apichonarse hasta que aclare y que otro sueño de laboratorio: Libre, me daba la chance a mi de volver a casa, para hacer lo que fuese necesario y mejore las ventas.
Me reencontré con Diego, más maduro después de Semana, él como subeditor y yo a cargo. La última etapa en la era digital, tuvo más pruebas de ensayos que razones. La ex de Rial despechada, dio alguna chance al que fuera ícono revisteril de la farándula, sumamos columnistas que atendieran más el apetito en estilo cholulo (esotérico, consultorio sexual, etc) pero también nos animamos a otras voces y otros talentos suficientes como para demostar que por barato, no necesariamente, significase burdo.
Tuvo un costo. Que yo resumo en el número homenaje dedicado a Spinetta.
Alejado de Perfil, supe que quien quiso abaratar en precio la revista hasta donde pudo, a riesgo de perder lectores, perder redactores y calidad, se fastidió con esa tapa, aún cuando la prueba no resultase un rotundo fracaso. "Estaban haciendo Artaud en Semanario y lo disfrutaban", había sido la crítica del tal González.
Tamaño elogio para guardarse en la mochila del oficio.
Increíble es la cantidad de personajes que atravesaron este medio. Algunos lo asumen con nostalgia y alegría, otros lo degluten obligados, cual carozo. Los entiendo.
Ahí están, la turca Molero y sus excéntricas entradas, más acá la Bullorini incorporándose pero esquivando las grasadas. Allá lejos el loco Mónaco y Pablito Vazquez tiroteando con sumarios varios y el corresponsal cordobés prometiendo vaya a saber uno qué buzón para ganarse un billete durante la temporada. O Dieguito, el colaborador racinguista, tan necesario para las guardias como para los partidos entre editoriales.
Comprender la necesidad de trabajar en tandem con los fotógrafos para lograr la mejor nota, eludir la cola de los medios privilegiados para sortear los obstáculos impuestos por prenseros y sus celebridades y atender las sugerencias de la gente de arte, me ayudaron a internalizar que ningún proyecto periodístico sale adelante sin espíritu de equipo, sin un sueño colectivo.
Así, antes de alejarme descubrí que no hay medio que salga adelante sin lectores (Semanario sostuvo un correo extenso, tan delirante como su estilo, como necesario para aquellos que buscan compañía, que siguen presos, que se enamoran), sin publicidad, lo sabe la grossa de Gabi Bruno (pongámosle el término microemprendedores pensando en esos avisadores identificados con el formato), sin canillitas que se encariñen con el producto, sin personajes de manual para las notas("extraordinarios en situaciones ordinarias y viceversa")
Y sin vocación.
Ese plus que aún luego de 37 años, no comprenden ni contadores, ni imprenteros.
A quienes les tocó cerrar el cajón, les queda la convicción de haber hecho lo imposible por extender al máximo el respirador de un producto más cercano, paradójicamente a las hemerotecas que a la chance de una fozada app.
En definitiva, como en los proyectos, como la amistad y por qué no el amor, para sostener lo que se quiere, simplemente hay que hacerlo. Alguna vez lo leí.



Este y cien temas más, los tenías en Revista Semanario.



  

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