sábado, marzo 14, 2015

Como tocar el piano (otro texto extraviado)

ES como tocar el piano, sin sonido, o para decir mejor, sin sentido. Todavía me resuena la definición que Ezequiel trajo a la luz sobre blackberry, asociando este aparatito virtuoso, con aquella bola negra de presidierarios que veíamos en los comics y las películas. Atrás queda el saludo forzado o forzoso a mi amigo Tito. Cumplió años, como los hubiese cumplido mi viejo. No puedo reprocharle nada, en esa falsa conversación bluetooth, también yo me voy olvidando de otros. De Anibal, por ejemplo, a quien debo otra respuesta virtual. Mientras el pluggin no responde y el mate no deja disfrutarse, pienso si pudiera tener la chance de hacer un Ulises joyciano con este día, bueno, con esta vida. Escribiendo durante 24 horas acerca de lo que hay y de lo que no. De golpe, entiendo que es demasiado riesgoso. Son tiempos donde el adentro y el afuera se exacerban demasiado y yo siempre estuve dispuesto a mezclarlos confundirlos. De algún, modo entiendo por qué no respondo a mis amigos, cuando me escriben o por qué me quedo callado con tantas redes sociales. Qué decir, si no pelearse un poco con las sombras de lo que quedó de la intelectualidad de Caparrós o Sirven? O si no, inmiscuirse en contiendas ideológicas con navegantes pajeros.
Volviendo a lo de Joyce, de golpe me veo tirado en esos colchones callejeros y porteños escribiendo sin parar, sin razón. Como un piano, insisto. La actitud se equipara, se sostiene en otro departamentito cheto con una anciana dispuesta dirigiéndose por que sí con una carta prolija al anónimo cartonero que la espía, la acompaña, la ensombrece en su soledad. “Estimado cartonero”, arranca y el delirio de su introducción, arranca una carcajada a ese que no soy y que está tirado en la calle garabateando sus delirios para olvidar eso de vivir “abandonado a su suerte” (a mi suerte, si fuera ese).
Entonces, la señora que depositó prolijamente la carta, pensando en otro, me ve a mi, o bueno, cree ver al tipo (alterego) que imagino recostado en el porche de su edificio y, en lugar de colocar el sobrecito a un costado de sus bolsas, luego de contemplarme de arriba abajo, me lo entrega.
Por respeto a la honorabilidad de sus líneas y la privacidad que significa una correspondencia privada, no voy a revelar su contenido. Sí, diré en cambio, que el relato de Luisa (hago esta concesión de revelar su nombre, aunque pueden permitirse desconfiar de tal autenticidad, sospechando que se trata de uno elegido al azar, para sortear la situación del efecto producido por la carta, antes que de la persona en sí que la escribió) Decía que el relato de Luisa me hizo lagrimear como un boludo. Hace rato que no entro en ese estado de congoja, de angustia incontenible. Bueno, eso la tipa lo logró. Andá a saber si me  remitió a los mejores momentos de mi vieja. Mnn, no por ese lado no fue, sólo puedo revelar que la mujer había sufrido mucho más que el tipo ese que cada noche se paseaba con tres pibes (eso supe por la carta). Y bue, así son las historias clasistas no? Los que tienen ingresos auspiciosos y un pasado de escrituras y escudos, siempre son más atractivos que esos cuya piel curtida por el sol menos amable, debe lidiar entre olores y adoquines.


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