miércoles, marzo 12, 2014

Maratón de House of Cards

Y sí, alguna vez debía pasar, por Spacey, tipo que se instaló por estos lares a partir de Los Sospechosos de siempre y a quien envidio por haber sido pareja de Judy Davis y dejarla x Sheryl Crow (tomá ahí tenés un dato cholulo, cool 2.0); bueno, como decía, alguna garra de series debía atraparme y esta fue la tan promocionada House of Cards, o Castillito de naipes, para nosotros.

Porfiado en la moda de "adoro las ficciones tipo Lost", con mis reservas a propósito de Dr. House, un par de intentos en el camino (Californication, The Big Bang Theory) , apenas supe disfrutar de la entretenida Entourage que me pasó mi amiga Clara F. Escudero. Tras pelear con mis prejuicios -"todos los progres y ex PC, de ayer, se aprovecharon del indulto del posmodernismo para volverse incondicionales de las sitcoms"- ahí fui al encuentro de esta serie, dispuesto a retrotraer las conspiraciones de la Casablanca a fin de develar la piedra filosofal peronista (mejor dicho kirchnerista).

Con los primeros movimientos de Kevin, el nombre de Anibalito Fernández, surgió como estimable obviedad. Sin embargo, el relato del tipo que pierde el puesto más importante de la presidencia yanki (Secretario de estado), en una trifulca de su principal aliado democrático y hombre más poderoso de la tierra (como siempre le gusta describir a los norteamericanos, a propósito de su presidente), sirvió para abandonar los absurdos paralelismos.

Así Frank Underwood pasó durante dos o tres noches (lo que me llevó a ver la primera temporada, con las consabidas reprimendas familiares) a ser un insólito modelo heroico, con sus irrefrenables miserias. La periodista gatito, dispuesta a ascender según el signo de estos tiempos, el diputado perdido en sus debilidades, el servidor y protector incondicional del líder de la bancada y héroe de House, se distinguieron en la historia sosteniendo la base de este castillo de intrigas y disputas internas.

Claro que Claire, esta mujer de hielo capaz de desarmar al más desalmado (incluyendo a Francis, su marido, claro) se roba con Spacey el relato. Por un momento se podría suponer que la ex de Sean Penn (otro dato más, tomá) tiene la virtud de atraer y repeler tanto a los protagonistas como al propio televidente, según su voluntad. Cuesta no compararla con la siempre "encantadora" Karina Rabolini.

Hay muerte, lavado, hackers, un enemigo superpoderoso que crece en la segunda temporada y a quien Frank enfrenta sólo por no desear ser abducido (palabra trendtopic, si las hay), un presidente débil y, fundamentalmente una ambición de poder que obliga a perder dos o tres días más para devorarse toda la serie, filmada hasta el momento.

Underwood goza de un carnívoro brunch en la zona baja, hecho a su medida; tiene un ex empleado negro que le vigila los pasos, sabe cautivar hasta la mujer más fuerte de su bancada (ex Marine) y hasta establece una batalla en simultáneo, con lo que aquí llamaríamos "diverso" (indios de sus pagos y chinos adinerados). Traspolación de la "argentinidad al palo", o mejor dicho, una forma de "americanismo", en esto de imponerse frente a lo distinto.

Pero más allá de la descripción, algunos aspectos y escenas dejan pensando:
la noción endeble de fidelidad frente a la lealtad marital, las consecuencias de pedir ayuda y dar ayuda a tus pares y enemigos, el poder que otorga la generosidad, las dudas sobre el exceso de pragmatismo, la incontrolable adrenalina que despierta pelear, alternando las reglas, según el propio instinto.
Por supuesto que el tipo que habla a cámara y en primera persona, deja un par de frases para guardarse, algunas podrían sobrevolar cualquier charla de café, como "en todo lo que hacemos el sexo está presente, salvo en una circunstancia...durante el encuentro sexual, ahí, lo que decide no es el sexo, si no el poder".   

"A veces confío más en lo que hacen mis enemigos, que en mis amigos" (no es exacta, pero suena así)
Por último, las manos llenas de sangre que muestra la campaña publicitaria, parecen contradecir el verdadero espíritu de Francis. No creo que pese sobre él la idea de estar ensuciándose o salpicándose con los flujos de sus víctimas. Acaso esta mirada se deba más a una valoración de este lado de la pantalla. Del otro, Underwood, no se plantea estas cuestiones. O por lo menos, las pruebas de sus crímenes, no salieron del todo a la luz. Hasta ahora. En junio, recién arranca, ya coronado, la tercera temporada.

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