martes, agosto 28, 2012

Frío, tapitas y socios

Ahí estamos los dos, rodeados a la salida, por cientos de desconocidos que comparten la misma (heredada o aprehendida) obsesión. Como tantas veces, yo me quedo sin palabras, él se (y me) reprocha tantas derrotas. Encima el invierno que refresca y congela por todos lados nuestra memoria demuestra que aún ilusionándonos dentro de la caldera del diablo, el infierno de agosto ni por asomo será encantador. Además, los dos sabemos que la espera impuesta a la salida de los partidos, esa arbitrariedad policíaca que nos deja a los locales a merced de sus panzonas voluntades para abrirnos la puerta, volverá a ser eterna por enésima vez.

Y sin embargo, una tapita minúscula, perdida, roja, nos entretiene. Entre piernas inquietas, congeladas, pequeñas, abrigadas, Saverio me propone el juego salvador del cañito. Como para demostrarles a la adversidad y los fantasmas descensables o descendibles (si existen estos términos) que siempre podrán ser relegados si surgen los  desafíos lúdicos. Ambiciosos y torpes los dos, relegamos cualquier pase o tiros a distancia. Nos importa hacer caños, como la impronta genética del club de nuestros (des)amores nos enseñó. Y ahí está un pibe devolviéndole el preciado objeto devenido en balónpie, para acompañarnos con la mirada en el minitorneo. Nadie interrumpe, ni interviene, ni se quejan, las risas fluyen "es la esperanza", sospecho que como la Anita spinettiana, "no duerme". Después, un rato más tarde, antes de encontrarme con Cappiello y Axel para deglutir muzzas y fainas, el Oso Daniel y su hijo nos habla del morbo bostero. "Quieren que los bosteros queden inscriptos como el único que no descendió" y, en el dolor le creo.
Pero también me cuenta que dejó los años eternos de la empresa que lo tuvo como gerente, para animársele a un nuevo sueño, con nuevos riesgos.A mi me gusta que los referentes (presentes o históricos) de lo cotidiano, tengan esa cosa quijotezca medio looser, medio delirante, pero enteramente aspiracional. Entonces, el rojo recupera su sentido y aún cuando nos comimos dos goles con el otro equipo del barrio (¡amarretes toda la noche! y en sincro con ese árbitro felpudo grondoniano), lamento el final de Christian Díaz porque perdió con sus molinos (nuestros).Tolo (ese morocho bocón que no es uno) late como chino ambicioso que quiere lo absoluto (forzado, léase "quiere todo", je). Más tarde, el cuarteto tándem (padres-hijos) buceará entre plays 3, superhéroes, dudas floydianas y series yankis de posible culto (que vemos como podemos por esto de estar en mil lugares a la vez y en ninguno) acerca de otras batallas difusas donde la gloria y el triunfo resultarán seguramente circunstanciales. Del mismo modo que el resultado entre el ambicioso duelo de caños y tapitas.  

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