lunes, noviembre 26, 2007

El encanto del Salar de Uyuni




Aquí un extracto de una vieja nota, a propósito de un paraíso, para muchos desconocido, de Bolivia




Un personaje singular

Sting, Led Zeppelin, son los preferidos de los intrusos. Pero es la colla dueña del local la que comanda el único grabador y la que se resiste a darles todos los gustos. La eventual disc jockey no necesita demasiadas palabras para recibir el respeto de la espontánea convención. Por fin, una risa alcanza para mostrar sus dientes dorados y el entusiasmo que genera la llegada de su hijo. Afuera, la noche parece estar más cerca de este pueblito que alcanza los 4200 metros de altura. Al regresar al campamento, Sybille señala la cruz del sur que tanto había ayudado a Thunupa a recorrer el oeste boliviano. Sybille sabe de constelaciones y dice que su novio fue su maestro. "Siempre que te pierdes en la oscuridad, la única guía que queda son las estrellas", dice llamando a los astros por su nombre en un incomprensible suizo.


Sol de Mañana obliga a levantarse al alba. Basta apenas un kilómetro para sentir el frío y un olor insoportable. Son los géiseres, especies de cráteres y fumarolas que desprenden chorros de vapor de hasta 50 m de altura. La combinación de cordones volcánicos con fuentes de agua subterránea deriva en este espectáculo donde caminar es casi como ingresar en el umbral de un infierno derruido.

"The world it´s beginning", sentencia Frank y Fidel asiente. Es lógico, Sol de Mañana representa el escenario de una génesis menos perfecta.

Salvo Sonia, siempre abrigada, todos tiritan. "Atrás de aquel volcán van a sentir calor", promete. Es cierto, las aguas termales del Polques alivian a los friolentos. Sus casi 35º son una celebración que hace olvidar la madrugada.

Los matices de colores del último tramo de la reserva sorprenden a los ya relajados viajeros. Pero no es la tierra, sino algunas rocas inmensas lo que acapara la atención. Las piedras de Dalí, como se las bautizó, parecen dispuestas con la misma excentricidad y obsesión de don Salvador. El llano entre una montaña que copia una clepsidra provoca y desata una extraña euforia, casi como un embrujo. Sin razón ni sentido, algunos corren alrededor de las rocas, otros trepan casi 20 metros para sentarse a contemplar mejor la escena. Aquello de la metamorfosis que significa atravesar el salar es un hecho que ahora no le importa a nadie. Las corridas, las pruebas de alpinismo y el baile delirante de las suecas no logran alterar, sin embargo, el silencio que inunda el desierto.

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