Ruedo a pesar mío, de hecho nada depende de mí. Sé que no estoy solo en esto, hay atisbos de que pronto me resquebrajaré y el líquido hará su camino.
Y dentro de mí lo que fui como unidad se volverán formaciones, equidistantes. Diversas.
Serán reconocidas por expertos como continentes. Continencias diferenciadas por matices con engendros y artilugios, aunque para esto, pasarán millones de años hasta que suceda y que el lenguaje primer por sobre la materia.
En tanto y hasta acá los efluvios que nos separan destruyeron definitivamente el uno que fui para fracturarme en cinco o seis, qué más da, capas tectónicas.
Habrá una blanca y otra negra, una vieja, otra oriental. También una siempre joven, pero ¿qué es la edad, el color? ¿Qué es la finitud?
Ruedo y una luz que no es parte de mí más que iluminar me condiciona. Nos condiciona a mí, a la ex unidad que supe o supimos ser.
Ruedo en mi existencia y en la de otros como aquellos que no saben de tierras, de océanos, de cielos.
Expandidos también equidistantes, si la medida fuese una consecuencia proporcional en este espacio, donde las esferas nos movemos a pesar nuestro en un ámbito de oscuridad.
Ruedo, sin embargo, privilegiado. Hay una luz bien dije, que me (nos) cobija.
Ruedo en un andar difuso y por momentos lento.
Ruedo y separo lo que queda de mí, de nosotros
Ruedo y esquivo el sol y lo reclamo, lo expulso y lo convoco.
Por lo que soy, por lo que vaya a saber qué seré.
Qué seremos.
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