Experta en hacer lo suyo, la nostalgia se cuela en el lunes extinguible y el retorno a vigilar las falsas estadísticas del blog, tras recuperar recuerdo por amigo de secundario fallecido justo en este día, me transporta a revisar los post más leídos.
Es entonces cuando descubro no a uno, si no varios seres queridos cercanos o no tanto, que hace un buen rato dejaron de estar entre nosotros.
"Mi cementerio". Eso es lo que resurge vagamente en esto de sacar rápidas o automáticas conclusiones. Después rectifico y sale otra palabra que no es precisamente la buscada similar a habitáculo o algo por el estilo. Rara morada la de acá.
Evito releer con atención cada uno de esos relatos movidos probablemente por la impotencia, la emoción o por qué no la gratitud de los afectos que supe abrazar antes de que sus 21 gramos transmutasen en polvo.
Honestamente y para no darle un carácter exclusivo de mi hábito necrológico en este espacio, admito que la muerte también me sienta bien cuando debo despedir a celebridades desde el diario.
Como si me hubiese transformado en guía magister señalando la inminente y última morada. O el mejor empleado de servicios fúnebres. Ese que cierra la puerta de la limusina acompañando con gesto adusto el peso del desconsuelo del cliente.
Che que los nuestros (vivos o muertos) merecen otro trato. Que la parca no es exclusividad de nadie y se replica y reproduce en cualquier parte y durante todo el tiempo.
Mi cementerio habitáculo guarda momentos, ensoñaciones, recuperos, de todo menos olores porque el correr de las horas se encarga de fusionarlos o fundirlos con el tufo inevitable del presente.
Igual no puedo evitar pensar en ese momento de quien debe deshacerse del vestuario u objetos de los suyos. Loco pensar que hay perfumes que refieren sólo a personas específicas. Por el momento el olfato continúa como sentido indemne del algoritmo. Hasta que este post envejezca en cualquier momento.
He aquí mi habitáculo, abocado a los muertos sagrados y, por el momento, censurado respecto del deseo de matar. O cuanto menos reprimir las ganas de que la parca haga lo suyo. Esperando la extinción de los ingratos y brutos que laburan de presidir este bendito/maldito país de suerte reciclable.
Mis preciados despedidos no merecen esta tanda ideológica alterando su fugaz memoria.
Evito por segunda vez nombrarlos, porque la voluntad divina se vuelve notoriamente injusta al recoger a los buenos de los nuestros.
Hay tres aspectos que obligan a repensar a quien nos deja: si vale un llanto propio, qué nos dejan, qué se llevan de nosotros.
Pero las lágrimas suelen ser arbitrarias: se llora por bronca, por impacto o golpe bajo. En el cine, por ejemplo, me pasó con 'la vida es bella', tras conmoverme salí de la sala con la firme convicción de que la película era una mierda. Benigni no tuvo la culpa.
Y acá voy tirando el último terrón, sin flores, sin oraciones.
"Qué nos dejan" es otro rollo que va más allá de alguna herencia. Cuidado, a no entusiasmarse con lo recibido. Puede transformarse en regalo envenenado.
¿Qué se llevan de nosotros?
Un cacho de alma, esas conversaciones únicas e irrepetibles, las carcajadas. ¿Vieron que las risas de hoy o son mero rictus tipo toc o extremadamente sobreactuadas?
Bueno aquellas sonrisas compartibles que se van, suelen quedar adormecidas en la saranda de la memoria. De vez en cuando resurgen como muecas. Difícil compartirla con otros, aún propios, la mayoría de las veces no hay forma de traducirla.
Bueno, demasiado lunes para necro o viceversa y que en definitiva esto es un divague arbitrario sobre gente que ya no está y ni idea tiene de paraísos digitales ahora a merced de un presidente antropófago.
Mejor para ellos.
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