viernes, diciembre 16, 2022

Osvaldo- Churrasco

Quizás la falta de continuidad en la escritura también esté emparentada por un hábito doloroso que construí desde este blog y que terminó por convertirme en un involuntario experto en necrológicas. Los números hablan por sí solos en relación a las despedidas de gente querida en este espacio y sus lecturas.



Ahora le llegó el turno a mi amigo Osvaldo Brebbia, churrasco, el galán de los hogares, el Dorian Gray de Sarandí. Ese que con pilla habilidad, cual coqueto, eludía revelar su edad en los boliches, dejando satisfechas a sus interlocutoras con un discreto "adivinaste", para disimular su vejez. Churrasco acunaba esta habilidad para poner en resguardo una incómoda timidez, fruto de su enfermedad, una de esas que duelen y que siempre llevan a la confusión al momento de describirlas.


En principio, supe de la noticia el insoportable jueves de la semana pasada, en San Juan al dos mil con 37 grados a la sombra, obstinado por resolver el tema de una tesis que me tiene a maltraer. No por falta de voluntad, si no de certezas. 


Ahí estoy con Celia, eventual guía de mi incertidumbre, dilucidando si vale la pena investigar respecto del celular y los deportistas. Poco le importa al mundo académico mi tema, menos a la docente que curtida en ese ámbito parece estar más atenta a lo importante que a los superados condicionantes prejuiciosos de "los expertos del mundo universitario". Si me ayuda es porque entiende lo necesario de pensar, entusiasmarse, no quedarse con lo obvio. Así, despeja de mi cabeza algunos prejuicios que me son propios de una tradición ¿autoflagelante? o habilidad por castigarme para frenar mis iniciativas. 


Ahí estamos entre derrumbar sesgos y soñar despiertos, cruzados por una decena de pibes, jóvenes, adultos que pasan minuto a minuto para ofrecer dudosas ofertas. En verdad piden ayuda para calmar otro diciembre igual de hostil a aquellos que nos preceden.


De golpe percato el mensaje que me llega, soy tan víctima de los elegidos a investigar y no será esa tarde una excepción, por más crítico que me crea de la virtualidad, los algoritmos y las redes sociales.


Es Mónica la hermana del Churrasco y yo ya sé qué va a decirme. Son esas noticias que uno espera, después de la ignominia (lo siento, me sale describirlo así) de mi amigo en eso de colgar los botines hace un rato largo. Me llama la atención (en realidad, me duele aunque la sostenga) mi pasividad con el modo de continuar la charla como si nada y mirar las correcciones de Celia, cuando la muerte se impone por encima de cumplimientos, de calores, de verdades educativas, de la economía, del todavía pendejo caprichoso que soy al momento de resistirme a las sugerencias de quien bochó mi tema elegido.


Ahora que no está, debo haber supuesto y lo digo con vergüenza, pero sin caretear, Osvaldo puede esperar. Cerramos lo elemental de la materia, lo que no significa haber resuelto del todo algo. A mí me toca seguir con el asunto más tarde para hablar con un entrenador de triatlón, buscando más consejos y elementos que amparen mi hipótesis. A Celia, en cambio, le corresponde honrar la fecha. El ocho de diciembre no es asunto de inmaculadas concepciones nada más. También en esta fecha se recuerda a los 12 secuestrados en la dictadura, allá por el 77 y hay un encuentro en una capilla importante cerca de Boedo, cuyo nombre no recuerdo, pero que fue escenario de la tragedia.



La acompaño hasta allí y sigo sus sugerencias medio distraído con mi amigo que vuelve a mi mente, ahora sin tonos raros ni señales eléctricas. Hasta que llegamos a una suerte de mausoleo (es la palabra que me viene, pero en este caso no se ve ni solemne, ni grandioso, aunque sí intenso). Allí una decena de fotos distribuidas proporcionalmente de las personas desaparecidas entonces. No son todos jóvenes, hay algunos que podrían rondar mi edad, también más adultos. Ahí me caen las fichas una vez más de la dimensión de lo mierda de estos tipos. La saña no supo ni de debilidad, ni de cuerpos. Repienso el infierno de las víctimas y los alcances miserables de un desprecio de quienes llevaron a torturar y matar estxs ángeles argentxs. No por su ascendencia ni razón social, sino porque los desaparecidos también son nuestros. Hacen a nuestra identidad.


Antes de partir y dejar a mi compañera de labor estudiantil, ella me sugiere que piense en ellos, en esto de que vale la pena estudiar y continuar con los propios proyectos (o algo por el estilo). Yo sé que antes de leer completo el mensaje del celular, ya estoy hecho con su gratitud, aún transpirado y algo sediento. La saludo le agradezco, Celia me contó que dejó el catolicismo y coincidimos, sin embargo esto de honrar a la memoria. Tiene tanto de sentido, de religioso.



Subo al auto, haciendo malabares con la puerta medio golpeada, un hábito que no creo poder asimilar hasta que logre repararla. Leo que Osvaldo se descompensó en una clínica por un cuadro infeccioso. "Salió de terapia, pero fue breve, tuvo un paro", me cuenta su hermana. Después los audios son de disculpas por no avisarme a tiempo. Que fue una despedida austera en el cementerio con los parientes, que de todos modos "vos merecías saberlo". Lo obvio es que se me dispare el enojo por no cumplir con las requisitorias del caso. 


Perro la entiendo, yo ya llevaba varios meses con la promesa de reencontrarme, aunque me negaba en parte a hacerlo porque me resistía a juntarme con él a reprocharle su deterioro. Esa sonda que él sostuvo, casi de modo teatral desde inicios de la pandemia. Su abandono, después de que Mónica lo rescató de una caída, en uno de sus cuadros de epilepsia. Lo había recuperado y contenido varios meses en su casa, pero él no volvió más a ponerle las pilas a su negocio, dejándolo en manos de su sobrino.


Encima su celular funcionaba a rosca y hablábamos poco. Alardeábamos en esas charlas nuestra militancia a distancia. De vez en cuando recordábamos alguna chica imaginaria o de las de verdad que providencialmente formaban parte de relatos de conquistas o fracasos. Cuando estaba divertido, jodíamos con la Binoche. Al Chura le encantaba, habíamos ido con él y Gabriela a ver una de ellas 'Damage' con Juliette y Jeremy Irons. A él le gustaba mucho el cine. Hacía culto cuando andaba bárbaro de eso de irse solo. Cerraba el almacén (en realidad era la carnicería de su viejo reconvertida) y se mandaba. Sin embargo, la soledad y su condición de niño (sobre todo después de la muerte de su mamá que aún con más de 50 lo cuidaba como tal), lo fueron acotando. A veces iba al local y no entendía cómo hacía para sostenerlo él solito, aún con sus intermitentes cuelgues de la salud y la medicación.



Por momentos recordaba cuando pasaban a buscar al gordo Lanata a jugar al fútbol y éste se negaba. El hijo del odontólogo "era medio raro", recordaba. Juntos celebramos su ascenso y maldecimos su aggiornamiento en modo Clarín.


Osvaldo tenía una perrita que lo protegía de sus pérdidas, lo despertaba, lo celebraba en todo momento. Si entrabas a la casa, la viejita te mostraba los dientes y te jodía intermitentemente hasta tu partida. Para mí que la mamá no se había rajado del todo. 


Con Carlitos, su amigo tanguero, hubo encuentros memorables. Tanto en mi casa de Sarandí como en Bera. De golpe, caían los dos, improvisábamos unas pizzas y la casa se llenaba de risas y canciones, mientras los pibes de casa miraban sin comprender demasiado. 


También en tiempos de vacaciones colectivas, mi amigo salió de su letargo y se sumó a Marisa, Jorge & otros y viajamos a Uruguay para recrear otros microclimas. Una noche me acompañó a un desfile donde Gabriela y su amiga Bárbara se animaron para una amiga del off. En Corrientes y Callao. En ese momento se hablaba mucho del vicio punk de escupir a sus ídolos y él se encargó de convencer a Bárbara que cuando les tocó su turno, hubo varios flacos que intentaron emular a los pichones de Sid Vicius. Su seriedad en cada definición hizo dudar a las chicas hasta último momento. Por fin, reveló la trampa y una carcajada infantil aflojó las preocupaciones.


A Osvaldo lo conocí en la iglesia. Fue un paracaidista en un pseudo mundo espiritual, venía con calle, con un humor balbuceante y entre clásicos de Sandro y uno que otro bolero, impuso su impronta frente a los sabiondos de la Acción Católica y las ínfulas de creídos al pedo. De padre socialista, medio futbolero (creo que llegó a probarse de ocho en algún club), realzaba por demás las salidas de los pibes del barrio de su cuadra. Con Toto, su amigo inseparable del secundario, vivió momentos intensos y duros. Promediando la adolescencia al Chura (qué otro apodo podría superar al hijo del carnicero) le llegó la medicación como respuesta a todo y hasta una amenaza de internación en el Borda que hubiese podido cambiar su destino y de la que zafó de milagro, meses antes de la llegada de los milicos. A su socio de pendejadas, el secuestro de su hermano primero y de su madre, Azucena Villaflor, lo iba a destruir de a poco, aun sobreponiéndose con el nacimiento de sus hijos. Nunca hablamos del todo del asunto con Osvaldo. Supongo por pudor, de hecho, mientras escribo esto reviso wikipedia, buscando el nombre del amigo de mi amigo.


¿Cómo cierra todo no? Mi amigo muerte un 8 de diciembre, día que se honra la memoria de los secuestrados, ahora leo con más precisión en la Iglesia Santa Cruz, que es donde fui con Celia. Allí Astíz se infiltró para luego entregarlas y el 10, Azucena, la mamá de Toto es secuestrada en Sarandí. Macabra coincidencia.


Por lo pronto, si cada día que iba rumbo al diario pensando en desviarme para visitar a Osvaldo, ahora tengo una excusa menos para salirme de mi cómoda rutina. Ya es imposible suponer su recuperación, no cuento más con su escucha, ni generosidad. Se acabaron los chistes bobos. Si me apuran, se me fue el único amigo k del barrio de la infancia. 


Ratifico que se lleva algo mío porque de eso se tratan las pérdidas, no por narcisismo, pero hay un conocimiento compartido que queda huérfano. Como ocurre día a día. Esos guiños que parecían eternos y que, entre la bronca por el sueldo, las facturas del gas, el próximo eliminado de GH, la lectura del peor Lacan, el solo de Jimmy Page, el gol errado de Benegas, el tuit demoledor del enemigo, entre todo eso, hay un ser querido que partió. Me lo informaron por wsp y yo respondí. 




En esa practicidad de apurarlo todo, incluso la muerte, a veces entiendo que no está bueno despedirse sin decir adiós. Hasta me permito a dudar de la cremación de los cuerpos. No sé si está bueno ser meras cenizas. A Azucena, por ejemplo la identificaron. Quizás, el cuerpo de mi amigo pueda a futuro dar indicios de cura para otros silenciosos que padecen su mal. 


Quizás debí haber hecho más, aunque la fórmula de lo previsible indique otra cosa. A lo mejor, su última llamada, con un celular prestado, donde ratificó que cada tarde se iba al café de la estación, con su bastoncito a cumplir con el ritual de la merienda, a veces cruzándose un rato con Carlitos, fue su forma de despedirse. La mía, previsible, aquí está.



1 comentario:

  1. ¡Gracias Adrian! sin conocerlo lo sentí muy cerca, casi un complice de esos momento que nos contas. Permiso para llamarlo carlitos, estoy seguro que donde este se esta cagando de risas de los recuerdos que traes. ¡Un abrazo!

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