miércoles, febrero 03, 2021

Mucho gusto Sr. Oscar


 Es común decir que "hay libros que te esperan". Por ejemplo, el Ulises sigue ahí, con sus dos tomos, aguardando mi ¿cuarto? intento, del que no pienso renunciar.

 

Pero francamente, creo que son los escritores con sus construcciones, viajes, especulaciones, miserias, los que por algún hecho fortuito, un día en el colectivo, entre el insomnio y los vacíos, logran a través de una palabra inesperada, desde un personaje antipático o una acotación provocadora, afectar nuestros pasos, dañar el pensamiento, detenernos en lo que hacíamos para, por ejemplo,  interrogarnos en lo obvio de la existencia.

 

Me pasó por ejemplo con Arlt, pero antes con Salgari, Verne, Quiroga. Incluso con el turro de Twain.

Algunos vienen en tandas obligadas y generacionales como el colectivo de nuestras rebeldías: Bukowski, Burroughs, Salinger, García Márquez. Otros más obligados, también ineludibles: Borges, Cortázar, Murakami, Kundera, Sartre, Carver.

 

Los míos, seguramente estén emparentados con la empatía de los rollos que creí poder decodificar desde sus criaturas: El mismo Arlt, Kafka, el tan nombrado en este blog, Rivera, sin dudas Burgess, Orwell, Berger, Bowles, etc.

En 2020 Lacan ganó la partida y creo que lo hueco de la palabra (la dicha, simulada, escrita, replicada hasta el hartazgo, vaciada) representó casi la necesaria búsqueda de razones para seguir en ruta. Allí donde la sinrazón barrió con las religiones, las ideologías consagradas y las miradas futuristas, vino el psicoanalista ayudando a rescatar cada paso dado, valorando o minimizando aquellos tropiezos mal habidos, como los trancos torpes o largos.

 



Hoy sin embargo, quiero rescatar a don Oscar Masotta.

De hecho, ya les compartí un pseudo delirante análisis respecto de lo que vagamente me dejó traducir la fresquita lectura de 'Sexo y traición en Roberto Arlt'.

Este librito, insisto, es complicado, pero hay momentos que dan ganas de aprendérselo de memoria.

 

- Sabés que estoy con Masotta, enuncié días atrás a la psicóloga, sabiendo que, muy probablemente, mi lectura le cayera en gracia. Pero no, de entrada ella me sorprendió con su silencio. Después ratificó el valor del hombre para introducir la mirada lacaniana en la Argentina. La psic me contó a cuentagotas de su importancia dentro de las distintas escuelas, de hecho la imaginé estudiándolo, discutiéndolo. Por ahí, estuviera tan curtida con el hombre que mi ¡Eureka! le debe haber dado ganas de bufar. Como cuando a los de la UNLZ vienen con Ferdinand o Ducrot. Pero después admitió que no conocía tanto al Masotta vinculado con la literatura y sí como crítico de arte. Otra puerta que se abre. Por un par de acotaciones más, intuyo que el tipo también generó una grieta. El buen decoro por evitar mencionarla de quien me banca desde hace varias décadas, será develado con próximas lecturas.

 

Por el momento a seguir investigando, pero antes quiero dejarles el cierre que este hombre deja en el libro de Arlt donde no concluye en el legado del creador de Los Lanzallamas, si no en una foto suya.

(Va texto hasta el final, les aseguro que no hay ninguna alteración y cierra así como se lee)

 

Ojalá tambiénse les interponga en el camino de Uds.

 

 

Saludos.

 

 


....Cuando vi  por primera vez la foto me acuerdo, me asusté bastante. No era que  temiese a mi fealdad: la conocía. Lo que me inquietaba era como la presencia en la foto de algún germen congénito de anormalidad...

 

Esa sensación me acompañó durante mucho tiempo. Aunque sospechaba que lo que temía congénito, no se originaba en la naturaleza ni en la biología, si no en la cultura y en la sociedad. Esa atmósfera vagamente mórbida de mi rostro de  aquella fotografía tenía que ver conmigo y con el dinero, con el dinero y con el trabajo, con el trabajo y con el trabajo de mi padre, con el "status" de mi padre, con mi conciencia y con mis deseos.

Me basta ahora mirar la parte inferior de la fotografía para cerciorarme de ciertos datos que tienen que ver con el origen de mis "rasgos de carácter" y también de mi temperamento.

La ropa que llevaba: un traje cruzado, oscuro, de franela, a rayas blancas. Además, una camisa blanca y una corbata oscura. Se dirá: un conjunto banal, en el cual es posible leer  bastante poco. Pero si se mira la foto con cuidado se puede observar un cierto corte de las solapas, que el saco se estrechaba en el pecho, que "cruzaba" bastante más de lo normal.

En verdad- como yo decía-: un saco de corte perfecto. Y lo era: lo había hecho Anselmo Spinelli. Pero ese sastre no lo había hecho para mí: habrían sido necesarios más de dos sueldos enteros de mi padre para pagarle la hechura. Ese traje sobre mi cuerpo, era ya una locura sociológica., por decirlo así. Y lo había comprado -después de rogarle para que me lo vendiera- a un compañero en el servicio militar. El hijo de un juez de la Capital y de una familia dueña de algunos campos en la provincia de Buenos Aires. Pero yo sabía todo esto. Sin embargo, no podía dejar de despreciar a mi padre puesto que “carecía de gusto". Y efectivamente: se vestía con el gusto mediocre de un bancario. Él me contestaba que era cuestión de dinero. Pero yo sabía que no era así, o que era una cuestión de dinero pero no en el sentido que lo entendía m i padre: mi padre ignoraba los principios más generales de un dandismo a la inglesa que yo en cambio me sabía de memoria. Los había aprendido mirando, fascinado, la ropa de Marcelo Sánchez Sorondo (hijo) que había sido mi profesor de historia en la escuela secundaria. Yo no sabía entonces quién era en verdad mi profesor de historia. Mientras despreciaba a mi padre. En cuanto a la ropa inglesa "clásica", todavía hoy me fascina. Y en cuanto a la época de la foto, es seguro que todo esto no podía desfigurarme, no enfermarme, a la larga, o en aquel momento, ya, de algún modo....




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