Es común decir que "hay libros que te esperan". Por ejemplo, el Ulises sigue ahí, con sus dos tomos, aguardando mi ¿cuarto? intento, del que no pienso renunciar.
Pero
francamente, creo que son los escritores con sus construcciones, viajes,
especulaciones, miserias, los que por algún hecho fortuito, un día en el
colectivo, entre el insomnio y los vacíos, logran a través de una palabra
inesperada, desde un personaje antipático o una acotación provocadora, afectar
nuestros pasos, dañar el pensamiento, detenernos en lo que hacíamos para, por
ejemplo, interrogarnos en lo obvio de la
existencia.
Me
pasó por ejemplo con Arlt, pero antes con Salgari, Verne, Quiroga. Incluso con
el turro de Twain.
Algunos
vienen en tandas obligadas y generacionales como el colectivo de nuestras
rebeldías: Bukowski, Burroughs, Salinger, García Márquez. Otros más obligados,
también ineludibles: Borges, Cortázar, Murakami, Kundera, Sartre, Carver.
Los
míos, seguramente estén emparentados con la empatía de los rollos que creí poder
decodificar desde sus criaturas: El mismo Arlt, Kafka, el tan nombrado en este
blog, Rivera, sin dudas Burgess, Orwell, Berger, Bowles, etc.
En
2020 Lacan ganó la partida y creo que lo hueco de la palabra (la dicha, simulada,
escrita, replicada hasta el hartazgo, vaciada) representó casi la necesaria búsqueda
de razones para seguir en ruta. Allí donde la sinrazón barrió con las
religiones, las ideologías consagradas y las miradas futuristas, vino el
psicoanalista ayudando a rescatar cada paso dado, valorando o minimizando
aquellos tropiezos mal habidos, como los trancos torpes o largos.
Hoy
sin embargo, quiero rescatar a don Oscar Masotta.
De
hecho, ya les compartí un pseudo delirante análisis respecto de lo que vagamente
me dejó traducir la fresquita lectura de 'Sexo y traición en Roberto Arlt'.
Este
librito, insisto, es complicado, pero hay momentos que dan ganas de
aprendérselo de memoria.
-
Sabés que estoy con Masotta, enuncié días atrás a la psicóloga, sabiendo que,
muy probablemente, mi lectura le cayera en gracia. Pero no, de entrada ella me sorprendió
con su silencio. Después ratificó el valor del hombre para introducir la mirada
lacaniana en la Argentina. La psic me contó a cuentagotas de su importancia
dentro de las distintas escuelas, de hecho la imaginé estudiándolo,
discutiéndolo. Por ahí, estuviera tan curtida con el hombre que mi ¡Eureka! le
debe haber dado ganas de bufar. Como cuando a los de la UNLZ vienen con
Ferdinand o Ducrot. Pero después admitió que no conocía tanto al Masotta
vinculado con la literatura y sí como crítico de arte. Otra puerta que se abre.
Por un par de acotaciones más, intuyo que el tipo también generó una grieta. El
buen decoro por evitar mencionarla de quien me banca desde hace varias décadas,
será develado con próximas lecturas.
Por
el momento a seguir investigando, pero antes quiero dejarles el cierre que este
hombre deja en el libro de Arlt donde no concluye en el legado del creador de
Los Lanzallamas, si no en una foto suya.
(Va
texto hasta el final, les aseguro que no hay ninguna alteración y cierra así
como se lee)
Ojalá
tambiénse les interponga en el camino de Uds.
Saludos.
....Cuando
vi por primera vez la foto me acuerdo,
me asusté bastante. No era que temiese a
mi fealdad: la conocía. Lo que me inquietaba era como la presencia en la foto
de algún germen congénito de anormalidad...
Esa
sensación me acompañó durante mucho tiempo. Aunque sospechaba que lo que temía congénito,
no se originaba en la naturaleza ni en la biología, si no en la cultura y en la
sociedad. Esa atmósfera vagamente mórbida de mi rostro de aquella fotografía tenía que ver conmigo y
con el dinero, con el dinero y con el trabajo, con el trabajo y con el trabajo
de mi padre, con el "status" de mi padre, con mi conciencia y con mis
deseos.
Me
basta ahora mirar la parte inferior de la fotografía para cerciorarme de
ciertos datos que tienen que ver con el origen de mis "rasgos de carácter"
y también de mi temperamento.
La
ropa que llevaba: un traje cruzado, oscuro, de franela, a rayas blancas.
Además, una camisa blanca y una corbata oscura. Se dirá: un conjunto banal, en
el cual es posible leer bastante poco. Pero
si se mira la foto con cuidado se puede observar un cierto corte de las
solapas, que el saco se estrechaba en el pecho, que "cruzaba"
bastante más de lo normal.
En
verdad- como yo decía-: un saco de corte perfecto. Y lo era: lo había hecho
Anselmo Spinelli. Pero ese sastre no lo había hecho para mí: habrían sido
necesarios más de dos sueldos enteros de mi padre para pagarle la hechura. Ese
traje sobre mi cuerpo, era ya una locura sociológica., por decirlo así. Y lo
había comprado -después de rogarle para que me lo vendiera- a un compañero en
el servicio militar. El hijo de un juez de la Capital y de una familia dueña de
algunos campos en la provincia de Buenos Aires. Pero yo sabía todo esto. Sin embargo,
no podía dejar de despreciar a mi padre puesto que “carecía de gusto". Y
efectivamente: se vestía con el gusto mediocre de un bancario. Él me contestaba
que era cuestión de dinero. Pero yo sabía que no era así, o que era una
cuestión de dinero pero no en el sentido que lo entendía m i padre: mi padre ignoraba
los principios más generales de un dandismo a la inglesa que yo en cambio me
sabía de memoria. Los había aprendido mirando, fascinado, la ropa de Marcelo Sánchez
Sorondo (hijo) que había sido mi profesor de historia en la escuela secundaria.
Yo no sabía entonces quién era en verdad mi profesor de historia. Mientras despreciaba
a mi padre. En cuanto a la ropa inglesa "clásica", todavía hoy me
fascina. Y en cuanto a la época de la foto, es seguro que todo esto no podía desfigurarme,
no enfermarme, a la larga, o en aquel momento, ya, de algún modo....
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