sábado, noviembre 17, 2018

Pascual 100, 44 y 17

Es el día de la militancia, dicen efemérides y amigos.
Pero la noticia, en verdad, pasa por el Ara San Juan, el submarino hundido hace un año y un par de días atrás que se llevó 44 vidas, más especulaciones e interrogantes y que fue descubierto casi 30 horas después que the cat prometiese encontrarlo y homenajear a sus héroes como corresponde.

Pero para mí hoy es 17 de noviembre y mi héroe de cenizas se llama Pascual.


Mi abuelo hubiese cumplido cien años, si no fuera por una puta operación de rodilla que le distrajo el bocho casi tres décadas antes de este honroso aniversario y que le borró el aura.
¿Por qué no imaginar que ciertos desvaríos, acveses o como se llamen no son más que embrujos del destino que arrojan a las mentes y las almas a un laberinto infinito?

Pero volvamos, no voy a hablar del héroe que se perdió (y se hundió, si se quiere utilizar una metáfora simétrica con la jornada), si no del que militó la generosidad, al margen de su condición política.
Joden las fotos que encuadran a Rucci y su paragüitas como ícono de la militancia. En cambio, yo me quedo con la memoria del viejo, recreando en un relato su regreso de Ezeiza después de que los fachos del peronismo lo cagaran a tiros, junto a sus jóvenes compañeros.

A propósito de esto, hace poco un pariente me habló de la ingenuidad de Pascual en la planta de Rigolleau. El hombre, sabio dirigente gremial pero ubicado en el ala "lógica" de los compañeros duros, lo había escuchado con sabiduría cuando él ya maduro laburante de moldería, hablaba de la frescura de los imberbes.

-"Son buenos muchachos y tienen mucha energía", habría dicho el héroe de este post a su sobrino gremialista.
- Dejate de joder, Pascual, son zurdos, ¿no te diste cuenta?
A mi poco me importa si se avivó o no.
Los diarios de la asunción de Cámpora que  escondió y que se duermen desgajándose en su galpón hasta hoy, demuestran que tampoco a él le importó demasiado.



Todavía no entiendo cómo hacía para laburar en horarios rotativos (de 6 a 14 una semana, de 14 a 22, otra y la tercera de 22 a 6) y a la vez, sostener su afición por la huerta.

Y sí, cosas de hijo verdulero. O de verdulero a secas.
Hace poco, leí un artículo de Verbitsky donde confiaba que alguien cercano del entorno de Mauricio sostenía que cuando se vengaba era lo más parecido a un verdulero calabrés. Me jode tal comparación. 
No lo vi vengarse al abuelo, aunque le sobraron razones.
Sí lo escuche decir una, dos o varias veces que "Evita tenía más huevos que Perón".
También lo vi jactarse de su pepino, en guarra e infantil metáfora a su cultivo y obvia alusión al órgano sexual. La ocurrencia era celebrada sin distinción de género ni auditorio.
Supo bancarse a mi padrastro y a mi vieja, quien lo consideró como su segundo padre (escorpianos los dos), con respeto y hasta sostuvo el doloroso silencio que generó la evidente pero insostenible distancia con su hijo, viviendo en el exterior y que seguiría hasta el fin de sus días.
Mi padre se murió meses más tarde, con lo que especulo que la angustia fue recíproca.

En esto de buscar un buen lugar para los héroes, llevamos con mi abuela sus cenizas a Quilmes y entre el río y la cercanía de una tubería semejante a una desembocadura cloacal, allá fueron volando Piel, hueso y madera devenida en polvo, quedaron cortejados con rosas lindantes.
Allá volaron sorteando los sábalos muertos de una rivera ajena.
Negras, rosadas y blancas, vecinas a la quinta del viejo y alimentadas por la sabia dedicación de Dora, la otra heroína silenciosa.

Tengo varias fotos del viejo: en la fábrica, en el fondo (su fondo, su quinta, nuestra ahora), riéndose, contento con esa alegría abierta que obliga al contagio del humor.

Alegrías que destruyen o desgastan la pena. 
A aquella sonrisa, no había con qué darle.




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