martes, septiembre 26, 2017

Leerles...

...que no es lo mismo que decir "te leo" o "los leo". Leerles o compartir un texto.
El último viernes, con la luz tenue de la radio, ahí estaba haciendo honor a la condición de lector y acompañando un texto con la cofradía comunicacional (Marcelo, Jorge, Gabi + Javier-Mosh) y la veintena que nos escuchan y nos soportan habitualmente.
El libro de Ricardo Piglia, "El último lector" venía como anillo al dedo.
- Pará, pará, escuchá lo que dice (hubiese sido la advertencia coloquial, sin la formalidad del "vivo")
Leerles a los otros siempre está buenísimo. No sólo por esto de ser escuchado, de hecho uno se pierde en la consonancia, en la fatiga de leer de corrido, en la entonación que por lo general, difiere de lo que el autor pretende y de lo que el texto seleccionado significa.

¿Quién quiere leer? ¿Nadie? ¿Algún voluntario? 
Y uno sabe que quedará expuesto.
También queda expuesto el compañero con su voz lenta, su excesiva pausa, sus taras. En la lectura se juegan muchas cosas. La infancia de uno, la condición de desclasado, la falta de cuentos nocturnos.
La timidez, la vergüenza, el pudor. La sobreexposición de la voz.
"Me trabé", "pasá vos mejor, cubrime".


"¿Quien va a leer la primera lectura?", soltaban en la parroquia y uno sabía que a Dios y  a la fe, poco le importaban las redundancias, si lo que importaba era que el mensaje generara algún efecto.
Conversor, especulábamos entonces.
Manipulador, concluiríamos ya agnósticos.
Y ahí se mandaba uno, a rescatar por enésima vez la Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios.
Esa que habla de amor. Infaltable en casamientos o momentos épicos para posibles homenajeados.
"Si no tengo amor, no tengo nada", tiraba uno a uno costado del altar que oficiaba de pupitre. Y uno pensaba en la novia, en lo pichones que éramos todos.

Claro que eso era más fácil que otros textos menos simpáticos: "Mas porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca", decía un versículo más incómodo y uno no se convencía del todo que ese argumento viniera de Jesús.
Difícil que las cientos de historietas relojeadas y releídas hasta el hartazgo fueran acompañadas en voz alta.
Las cartas escritas a las apuradas, quizás sí, quizás requerían de un par de ensayos.

Igual, ahí en la penumbra de una habitación que juega de multimedio, el Borges ciego, se cruza con Kafka, entre Joyce y Cervantes. Olmedo, Morrisey, Tato y Cabezones recrean un caleidoscopio que nada tiene que ver con Rayuela o En Busca del Tiempo Perdido.
Perdido está uno cuando arrancás con el primer párrafo, después dejás que las palabras sigan algún hilo y cuando te querés dar cuenta, una idea, una imagen que no se ve, te lleva a otros destinos.
Igual que el tercer o cuarto pedaleo.


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