domingo, mayo 01, 2016

La lección de Dresde

En la víspera del día del trabajador, terminé mi lectura intermitente de Matadero 5, de Kurt Vonnegut.
Está en la web (http://choapa.net/MataderoCinco.pdf), más allá de la historia, del humor ácido del autor y del entrañable protagonista, me quedé pensando en la desgracia de Dresde, esa ciudad alemana modelo por su arquitectura que quedó hecha trizas, en pocas horas.

Hubo tufillo de venganza aleccionadora, tras las barbaries del nazismo.
Más o menos 800 toneladas de bombas le tiraron los aliados, allá en febrero del 45, los números de las víctimas van de 22mil a 230 mil y, como dice el pobre esquizofrénico de Billy Pilgrim, la tragedia superó a Hiroshima y Nagasaki.

Ratas engordándose dichosas, con el impensado número de víctimas a disposición; un soldado maorí que muere mientras intenta enterrar a las víctimas, superado por el hedor y sus vómitos; la convicción de los sobrevivientes de incendiar directamente los cuerpos destruidos, no son más que fotos que el autor elige para el morbo del lector o, más probablemente para evidenciar la dimensión de lo terrible del hecho.

Entre aquel hecho que ignoraba y cuyo homenaje 70 años después se parece más al concepto de evitemosrecordarlodoloroso, me cuestiono el límite del dolor, de las certezas del dolor, de la perpetuidad de la hijoputez en el tiempo.
Si querés entender la miseria humana, podés remitirte a las persecuciones de la Inquisición, o más cerca, la barbarie española con nuestros indios.
O más cerca, los artilugios europeos para cerrarle las puertas a los refugiados, o el nazismo, o la dictadura, cualquier linchamiento barrial, las esposas prendidas fuego, los pibes violados, asesinados, etc.

Y la lección de Dresde es peligrosa, porque frente a lo inmanejable, a lo arbitrario de unos tipos que deciden limpiar caprichosamente, la cuna de Sajonia, lugar para designar a los emperadores o, sencillamente, cuadras y cuadras de chicos, abuelos, soldados, civiles vagando por que sí. Frente a ese goteo de fuego imparable que significó su bombardeo, uno puede presuponer que el dolor inmediato, el presente, el de los que vagan por las calles del invierno, el de los desocupados nuevos, el de las enfermedades que asoman para ser mortales, surgen cuasi supérfluos.

Pero no. Dresde nos recuerda la brutalidad de la guerra que fue.
Y que hay una millonada de tipos que en este paso fugaz por la existencia que nos toca, que pretenden estar mejor.



   

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