miércoles, abril 01, 2015

Pascuas, como los mundiales

Para ser claros, así como algunos van testeando la evolución de sus vidas considerando como parámetros el evento futbolero mundial que se desarrolla cada cuatro años, en mi caso, las pascuas siempre tuvieron un efecto similar.
Incomprobable, dirán ustedes, por el simple hecho de que tal período es anual y porque con el correr del tiempo, las cuestiones religiosas van desdibujándose como el sentido primario de la fe.
Y puede que tengan razón, aunque las Pascuas marcaron fuertemente mi adolescencia, en un ámbito de compañerismo y espiritualidad en el barrio que todavía cuesta olvidar.
No sólo por aquel Vía Crucis que con la gente de la parroquia se desarrollaba en seis o siete manzanas a la redonda. Imagínense una cuadra de adoquines con parlantes reproduciendo a todo volumen Brilla tú diamante loco, mientras desde un balcón asomaba un Pilatos prepotente arrojándole al vecindario la disyuntiva de Jesús o Barrrabás. Y el tipo que personificaba a Cristo (medio durazno, pa mi gusto) se caía un par de veces con extrema precisión en un par de baches, lógicamente inundados por la infaltable lluvia de esa semana especial.
Había mucho ayuno y mucha repre que, seguramente estimulaba nuestras testosteronas y con tanta amiga peléandose por interpretar a María o a Magdalena, la pulsión sexual se sobrecargaba entre el miércoles de cenizas y el sábado de gloria. Celebro haber sido, en una de esas puestas un Judas demasiado puber para el época. Aún recuerdo el salto del escenario que me tocó dar para rajarme después del escrache del maestro señalándome traidor. Nada de Stanislavski, pura proeza animal de quien se toma en serio aquel cuento repetido y esencial en pos de la resurrección, prevista al final del camino y en nuestro caso, de esa semana particular.
Recuerdo que Claudio Levrino, les había dorado la píldora a varios protagonistas del relato religioso. Mérito al cura de entonces. Hoy a la distancia, veo de vez en cuando a través de TVR, como aquel actor fachero que se quitó la vida vaya a saber por qué, compartió una mesa poco feliz en lo de Mirtha, mientras Susana se deshacía en elogios con la vieja, a favor de aquel noble gobierno militar. Aquel cura de Sarandí, con sus contradicciones, pintó audaz con algunas propuestas, pero también contaba con la venia de los purificadores del país.
Las misas contaban con relatos que terminaban mejor (como la carta de San Pablo, o el relato del hijo pródigo, ese que volvía a la familia, después de patinárselo todo) más un repertorio musical que enorgullecía a propios y extraños, con los Salmos Sapianciales de Vox Dei a la cabeza y alguna letra improsivada de la muchachada que, a su modo, bajaba línea o volvía más humano al Cristo Redentor.
Por supuesto que hay otros recuerdos, Semana Santa, permitió a más de uno rajarse a la Costa, a Chascomús, para sanear tanta obligación y mandatos con un desmedido y necesario brote apasionado en hoteles y viviendas incómodas de ocasión, cual mieleros contenidos.
No hay que descartar las carpas, las guitarras, los saludables insomnios, las charlas eternas, los proyectos, los reproches y por supuesto, la firme convicción de que después de todo, nosotros también seríamos perdonados.
El destino nacional, también hizo coincidir el calendario religioso, con dos acontecimientos que terminarían entristeciendo marzo-abril, más que la canción de Baglietto y Garré: El golpe del 24 y la Guerra de Malvinas. Demasiadas desgracias para nuestros otoños.

 Más acá, otras Pascuas fueron menos amables, aquel Felices...desde el balcón, por ejemplo, luego de tantas horas de vigilia, significó la primera defraudación concreta de la inmaculada y eficiente democracia.

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