Y la manzana sigue ahí. ¿Que demonios espera? Tomó el cuchillo y la amenazó. No se inmuta.
La miró fijo. Sus vetas rojas se entremezclan con otras amarillas y, si uno se abstrae, puede observar como oníricas figuras se forman sobre su superficie. Veo un unicornio, veo una mujer desnuda... ¡hey! ¡Ahí hay un elefante a punto de ser devorado por una ardilla mutante!
Me pongo a escuchar... la gotera del baño... los murciélagos haciendo su familiar iiiiiik iiiiiik... alguien que llama al ascensor... murmullos urbanos.... lo típico. Pero la manzana no habla, no emite sonido alguno. Tal vez, la subestime, después de todo... no deja de ser una manzana. Y las manzanas se comen. ¡Eso! que me voy a comer la manzana. La levanto y la llevo a mi boca -sigue sin oler a nada-, le pegó un mordisco. Tiene gusto a manzana: dulzón, arenoso, nada espectacular. Mi ex usaba un shampoo similar al sabor de esta fruta... probablemente sería un shampoo de manzana.
Dejó la manzana en el suelo. Sigue siendo la misma y vulgar manzana que antes; ahora tiene la marca de mis dientes, nada más. Toco con mis dedos desnudos la carne de la manzana. Esta húmeda, mi uña se clava perfectamente en ella. Debería cortarme las uñas.
¡Listo! Ya usé todos mis sentidos, escribí lo que pensaba. Me debo haber quedado corto de líneas, pero bue...
Me aliso la ropa, tengo trabajo que hacer y una vida por vivir. No tengo tiempo como para andar haciendo cosas raras con frutas de estación. ¿La manzana? quedo en el suelo, sobre la mancha de aceite y todavía sigue siendo la misma y estúpida manzana que antes. Un regalo para las cucarachas. Que ellas se deleiten con sus olores, sabores y tactos. Yo no tengo tiempo.
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