jueves, enero 22, 2015

Arabes en Necochea

Ni líderes del Isis, ni terroristas tras perpetuar un posible asesinato camuflado en un falso intento de suicidio. Los que siguen este blog saben que está para desencantarlos nuevamente así que si les interesa la historia, deberán continuarla hasta el final y, en caso de buscar conspiraciones o respuestas que autosatisfagan su vocación conspiradora o desestabilizadora, ya saben qué canales y radios seguir.
Aquí podríamos decir que el protagonista en  cuestión es un hombre entrado en años, posiblemente sirio libanés,a quien las manos y la cabeza no le dan para cumplir con todos los requerimientos de los visitantes. La duda estriba en si el shawarma al paso le quita energía para la elaboración del resto de los platos, o si podrá completar todos los pedidos con sus dos hijos de once y diez años respectivamente,
"Miren que aquí la cosa es lenta", advierte con ganas de que uno salga como ingresó. Obstinado le digo que no hay problema, confío que pueda sobrevivir a su malhumor y al final del día quedar conforme con la situación a pesar de todo.
Al fondo a la derecha, casi en penumbras, es el lugar establecido para Gabriela y para mí. El chico más grande con cara de susto se acerca y mientras la come con los ojos a la susodicha intenta encender un farol típico de la mesa.
La carta es prometedora para cualquiera que sepa el manual básico de la comida árabe: además del tristemente célebre shawarma, el falafel, junto al tabule y hummus lideran la lista de una promo hecha a las apuradas, vaya a saber uno en qué tiempo y bajo que circunstancias.
"Dámela" grita el más chico a Amal, el pibe que nos tocó en suerte, arrancándole la "carta". "Hay una sola", agrega, después de que viéramos las opciones.
"Amal, te dije que no te ocupes ahora de la pareja del fondo", ordena el mandamás.
Admito que nos invade la desazón. De todos los lugares conocidos, ninguno nos hace sentir ciudadanos de segunda como nuestra Argentina. Yo suelo atribuírselo a mi condición morocha y por más que uno tienda a exagerar o plantarse en un rol cuasirresentido, entiendo que es así.
Amal toma el pedido, los tres mencionados más un vino chico y explica "tengo que ir aprendiendo a ayudar a mi papá para cuando crezca". Gabriela especula acerca de un notorio y evidente maltrato.
Trabajo infantil, etc.
Hay ganas de irse, pero el tipo del restoran de pocas mesas cumple con los que llegaron primero. A él, dueño de casa le toca abrir el vino. Uno se pregunta dónde queda esa distinción del National Geographic al que aludió el entrenador de voley argentino, en relación a los iraníes, destácandolos como el pueblo más hospitalario de la tierra. Pero bueno, no tiene nada que ver, el hombre pinta sirio y de nuestros pagos. Tampoco hay que dejarse llevar tanto por la propaganda de estos días, que sintetiza y criminaliza todo lo que no sea judeocristiano. Aunque cueste, aclaro.
El corcho se rompe y hace prever una noche para el olvido...hasta que Amal llega con la comida. "Cuidado, advierte, quema". Y se ríe con picardía, como tomándonos el pelo.
El tabule, motivo de una discusión previa ("Hace dos meses lo preparé y ni te acordás", me increpa con razón mi compañera) es una provocación al paladar. El perejil, el tomate con el burgol se instalan al unísono en la mente, cual flechazo para decirnos que hay otra vida más allá del Mediterráneo.
Los bocados del garbanzo del falafel, parecen obligarnos automáticamente a soportar el maltrato del principio para abandonarnos a un sabor que, por qué no jugar por una vez con las redundancias "sabe a ancestral".
El humus termina por profundizar el sentido del gusto, del apetito, o si se me permite, de todas las cosas. "Por esto dieron la vuelta al planeta", supongo imaginando el encanto de sabores nuevos en la mesa de los reyes católicos.
Lo increíble es intentar entender cómo las comidas de otro tiempo, pueden trasladarte a pesar tuyo. No a viajes anteriores, o a la infancia, si no a aspectos ajenos, pero universales.
Y son estas diferencias sabrosas, ajenas por qué no admitirlo, las que deberían acercar a cualquier pueblo.
Amal y su hermano se pelean al momento de limpiar la mesa recién vacía, son pibes salidos de un film de Samira Makhmalbaf, se empujan y corren por los pasillos.
Adelante, el hombre parece haber controlado la situación. Un rato antes, entre el corcho roto y la comida explicó que está solo con su negocio. Mi mujer y yo no pudimos evitar suponer el abandono de la cocinera, o de esa mujer que sí sabría tener todo bajo control.
Gastamos doscientos mangos, no pagan la situación, si se comparan el manjar  con las pizzas desabridas de días anteriores.
Amal no se aprovechó en esto de buscar cambio para una mejor propina y trajo todos los billetes posibles sin especular con el dinero. Otro prejuicio caído, en esto de suponer espíritus ventajeros.
Salimos y el viento famoso de la ciudad balnearia más sureña, no jode.
Pensamos en más sabores, en truchas con guarnición boliviana, contrapesando combinaciones brunch de jamón crudo y roquefort. Igual, aquellos bocados árabes parecen haber desatado el sentido de un paladar dormido.
Me viene a la mente un falso debate entre una comida más global y otra autóctona y sincera.
Gabriela alude al cambio de los tiempos, a que la mujer optó por salir a trabajar y se perdió la dedicación por la comida.
Discutimos platos italianos y españoles. "Nos gustan pero esto es distinto", aclara con razón.
"No sé por qué me tira tanto la comida árabe, la hindú", agrega expandiendo sus dudas y otro capítulo a descifrar. Yo insisto en pensar que un mundo abierto a compartir sus sabores, sus diferencias, sería bien distinto.
Como sea, salidos de una película impensada al sur de Buenos Aires, los árabes a su modo, lo hicieron otra vez.


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