Acaso las casitas del barrio con sus paredes multicolores, la animan a quedarse. Parece barrio de country, es claro, aunque a mi me suena a cualquier barrio del planeta. Siempre a los que les rodean le atribuimos ese halo de cordialidad y benevolencia que termina desnudándose, con el primer robo o atropello. Entonces, los amigos bienhechores sacan a relucir sus metrallas de sados profesionales para pedir pena de muerte, castración y otros recursos ejemplificadores.
Scissorhands es un grande. Incluso cuando se brota mal. Saverio recalca todo el tiempo que el tipo es un robot. Pero la lógica del odio, frente a la traición de su amada y sobretodo el desprecio de su teenager rival, lo humaniza. La escena
donde destruye las cortinas y los empapelados por su bronca, parece más una saludable venganza de Tim que un brote psicótico. Lo confieso, no me gustan las cortinas blancas, incluso las de casas y los empapelados siempre me remitieron a los forros mal pegados de las carpetas. Y sí, prolijidad cero. ¿será un karma también del creador de este joven extranjero?
Porque si de algo me sirvió rever el film fue comprender eso. Edward es lo ajeno, el intruso, el tipo que viene a alterarnos ese falso orden cotidiano y por qué no genético, que uno arrastra y realza todo el tiempo sin saber del todo, por qué motivo. Sus tijeras imponen a partir de su presencia. Y cada tajo emparentado con la sangre (sangre que nos equipara y que nos diferencia), sirve para dañarnos y para transformar nuestra comodidad, incluso con heridas absurdas. En el fondo, si existe una revolucionaria en toda la historia, esa es la madre (Dianne West), tipa que en su momento me perturbó desde Hanna y sus hermanas y que en esta película se parece mucho a mi psicóloga, si me permiten el desliz.
La tipa se manda al castillo, hace la del gran samaritano y se lleva al muchacho a la casa, le cede la cama de su hija, le busca una actividad para que se integre y se entretenga, resigna su vínculo con él para dárselo a las pirañas de sus amigas. En síntesis, lo integra. El film tiene más de veinte años, pero conserva su vigencia. Hay en él una voluntad por demostrar que se puede aceptar al otro, al raro, al diferente. Pero claro, Tim Burton, finalmente por premonición con su relación a la industria o porque sabe más que nosotros, acaba con esa ilusión.
La fría nieve que reemplaza a la calentura de la pasión (entre el papel de Depp y el de la joven que interpeta Winona), enfría también la esperanza. La muerte (del rival, en este caso) dejará todo en su lugar. Como Penélope, Scissorhands se quedará esperando hasta la eternidad a la chica de sus sueños y ella, envejecerá dejando en manos de la fantasía nevada (¿opción masturbatoria?), el desenlace esperado.
Una larga pausa dejó a mi hija en silencio tras el final. No hay mejor precio que verla a ella y a Saverio deambular con la mirada en sus propios pensamientos, mientras pasan los títulos, sobre el cierre de la historia. Ningún tesoro garpa más que ese momento. Ahí, supongo, que el vocabulario de ambos, puede quedar corto frente a ese contradictorio sentimiento. Andá a saber qué hará cada uno a futuro, cuando lo extranjero, lo raro, surjan de golpe para modificarles la mente. O cuanto menos, sus sueños.
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