jueves, noviembre 28, 2013

¿Hablo solo?

Yo no sé si las redes sociales me silenciaron un poco, si los amigos virtuales salieron raudamente a afiliarse en la cola larga de krispados, lo que derivó en una notoria indiferencia o, sencillamente, si lo que sucede es la antesala de quien llega a sus cincuenta.
Algo así como un viejo rumiando en voz baja sus vivencias por no tener otro interlocutor con quien compartirla.
De cualquier modo, a tiro de gracia del cambio de década -¿qué son 7 jueves y 5 días?, calculo inútil si los hay (y van..)- cada vez me veo más hablando solo o amagando alguna erudición autorreflexiva (con más de masturbatorio que capricho narcisista), sin rebote, sin respuestas.
Ni qué decir, sin resonancia.
Y no creo que esto quede sujeto a las cuestiones políticas, lo deficitario pasa por voces de amigos que no llegan. Como si las pantallas, hicieran de los mensajes, ecos difusos que se pierden dentro de cuevas ensanchadas. O al menos yo prefiero creer que es eso.
La verdad es que a lo mejor no hay tanto para decir, para conversar, para despertar alguna demorada pasión que haya quedado oculta en, vaya a saber uno qué cuaderno (diario) arrojado detrás de la celosa pila de recuerdos.
Saludarse vía facebook, en tal sentido o instalar una inquietud, tiene más de exhibicionista que de diálogo sincero. Y a veces percibo que, por deformación profesional quizás, uno va resistiéndose a hablar por teléfono.
A lo mejor temo que con los reencuentros sonoros, la catarata de lugares comunes, ratifiquen esta limitación de la comunicación.
Las reuniones, sin duda, ayudan algo más. Ahí, podemos platicar sobre fútbol frustrante para todos, ad infinitum. O cagarnos de risa un poco con un delay capusottiano. En cuanto a lo ideológico, todo pinta más complicado. Siempre se sale con herida de muerte, aún cerveza y vinito, o café mediante.
Por momentos quiero creérmela en eso de armar la revista ochentosa y que venga alguien y supere aquel apetito periodístico que terminó enmarañado en una ilusión. Esa cosa infantil de soñarse con una liga o mini ghetto de sociedad de poetas muertos, juntos por alguna razón superior.
Pero no. Hoy es jueves y un bichofeo (o venteveo para darle un marco más literario) grita en el barrio ratificando su fortaleza después de la tormenta y hasta cierta envidiable resistencia, en eso de cantar desde las cinco de la mañana, hasta cuando se le cante, a pesar mío. ¿Será mi interlocutor? Probablemente.
Allá, los tozudos ex compañeros universitarios, los colegas (obedientes o cómodos), mis ¿ex? amigos históricos y secundarios, eligen invertir su destino en esa lluvia de dulces y corazones que sirven para batir récords y saberse mejores. A veces, eso sí, me mandan invitaciones para sumar puntos.

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