miércoles, septiembre 18, 2013

De húngaros, congobelguistas y tenochitlanos

Yo no sé si desvarío pero desde hace tiempo, acaso como consecuencia de la caída del muro, uno percibe que aquellos países cuyos relatos o personajes eran sinónimo de alguna virtud, de historias increíbles o secretos a dilucidar, se extinguieron en la globalización. Budapest, Sofía, Angola, mundo polaco, temperatura en Sri Lanka, filipinos delirantes, sólo conforman el mapa de los memoriosos del Teg, en este acto reflejo de darle formato conocido a lo ignorado para cerrar la incertidumbre y pasar a otro tema.
Pero yo me acuerdo que había un jugador rumano que la descosía y que su carácter era motivo de debate entre los críticos de fútbol, sumando el apellido extraño a una esporádica lista top ten, sin encuestas marketineras, ni "me gusta", mediantes, con más corazón y exquisitez de quienes se saben espectadores privilegiados.
Lo mismo que las bailarinas, los músicos, aventureros atravesando la Africa profunda, brujos inspirados en el ritual vudú, más locos o divertidos que de perfil delictivo. Porque hay que decirlo, salvo el yugoslavo que mantiene oculta a su doncella por décadas en el altillo. Sí ya sé, no existen más ni el país de los papás de Kusturica, ni doncellas, ni (salvo si la revista Living lo realza) el oscuro y frío ático, ¿a quién le importa hoy toda esa guinda (Ricoteros dixit) madura o extinguida?.
Faltan las descripciones de relatos largos, aunque enigmáticos, sobre sujetos audaces, construcciones poco convencionales o empresas emparentadas más con el romanticismo que a un emprendimiento capitalista.
Acaso mi mirada esté sesgada con tanto Verne, Salgari, Bradbury y hasta el mismísimo Soriano, en esto de seleccionar ciudadanos del mundo atravesando una Pampa misteriosa o la Patagonia diversa. O nuestra mirada se uniformó a tal punto que la naturalidad de los países olvidados, ninguneados por el G20, tal vez inmersos en sus conflictos internos (NdelR: ¿no nos pasa a nosotros, con la extrema argentinidad mirándonos y rumiándonos en esta pelea ombliguera?), acallando su relato, amoldándolo a un "deber ser uniforme", sólo para que el mercado los arrope, los protega, los mire.
Igual que nadie me venga a decir que los búlgaros y húngaros, aún sin madridistas, catalanes o brazucas, no la rompían y te la devuelven redonda; los muchachos de Ghana llevan una mochila más pesada que sus mantas callejeras o que las rumanas, sí como Nadia, saben acumular kilometrajes, más allá de calificaciones olìmpicas. Así dicen algunos libros dormidos en bibliotecas, setentones memoriosos y revistas sensibles sostenidas por encima del formato papparazzi.

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