sábado, septiembre 25, 2010

Laberinto


Camino con la convicción de quien sabe que ante la incertidumbre de la vida, sólo deambular tiene sentido. Para el caso, la Gran Manzana no puede resultar mejor invitación a reincidir en ese ritual liberador. Ayer era salir de casa buscando respuestas, sacándose broncas, ventilándose en una bici o corriendo, de los conflictos. Aquí las anchas avenidas trampean cualquier recorrido y se supone una infinita libertad para dirigirse a ningún lugar. Dos aspectos notorios explican por qué hay quienes llegaron, como relatos míticos, terminaron perdiéndose para siempre. El primero, sin discusión, refiere al espíritu babeliano del lugar. La ciudad con sus habitantes demuestra que las fronteras carecen de razón y que el sueño anarquista aún es posible. Claro, la idea se tronca con el exacerbado espíritu de consumo que pone a cada cultura, clase e ideología en su lugar, al momento de la supervivencia. 
En tal caso, las trampas tentadoras del planeta circunscripto, reflejan un extraño encantamiento del que acaso quien se instale, jamás logrará disipar. La fascinación por las luces, las compras de lo inútil, ese más obvio que explícito por poseer lo que sea, permite entender hasta dónde el más acérrimo enemigo del lugar termina subyugado con este espejismo. La calle de las grandes marcas, el Broadway donde se cruzan brillos y satisfacciones rápidas (me pregunto si Giuliani se llevó con aquel espíritu delictivo, el vital deseo sexual). Como esos laberintos construidos en antaño donde los invasores quedaban a merced de decenas de calles de destino confuso.

 El segundo aspecto de Nueva York reside, por supuesto, en la majestuosidad de sus construcciones. Así, comprendo y puedo discutir un buen rato, que de no ser las torres gemelas, hubiese sido el Empire, el Rockefeller Centre, el Trump y todos los etcéteras posibles que Manhattan tiene para enrostrarnos su omnipotencia. Porque hay que aceptarlo, hubo también otro relato de Swift, menos promocionado pero igual de verosímil que refirió a 'Gulliver en el país de los gigantes'. El lugar achica y está bueno pensar que hay que ser valiente para vivir en semejante isla, consciente de que la salida, por olvido o distracción, se vuelve quimera. 

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