viernes, marzo 07, 2008

Recuerdos patagónicos

Los dominios del viento y del silencio. El corredor central de la región es un desafío a los sentidos; además, se convierte en un refugio de los aventureros




COMODORO RIVADAVIA.- Ya al aterrizar en el aeropuerto de esta ciudad, el viento intenso y sus remolinos ponen en juego la obstinación de los arriesgados. Las turbulencias surgen como un obligado bautismo de fuego. El punto de partida de la línea que separa el Atlántico del Pacífico tiene características propias. "El viento fuerte aparece entre marzo y noviembre, y el resto del año... también", es la primera referencia de un comodorense, riéndose del designio de la región. Los chistes se repiten, acaso para amenizar la tensión de los últimos días.

Las ráfagas de viento superan los 170 kilómetros por hora. "Aquí no les damos nombres, como en América Central; no hay ni Georges ni Mitch, ya estamos acostumbrados", explica una señorita, y su pulóver diminuto haciendo juego con la mini no pueden avalarla mejor. Pero la travesía es generosa. Un sol intenso y una temperatura promedio de 20 grados bendicen la partida, y en una combi a prueba del ripio típico en la zona se inicia el recorrido por el corazón patagónico.

La travesía se extiende en 600 kilómetros, y en otros tantos se puede salir de la ruta si el encanto natural lo motiva. El itinerario parece variado: Comodoro; la pingüinera de Camarones, al norte de la ciudad petrolera; Sarmiento, con su bosque petrificado milenario; las Cuevas de las Manos, en Perito Moreno; Los Antiguos, en el límite con Chile, y el segundo desvío ecológico: Puerto Deseado.

Rumbo al zoológico natural de Camarones, 260 kilómetros al Norte, el paisaje de la ruta nacional Nº 3 resulta ingrato de a ratos. El cerro Chenque -cementerio, para los tehuelches- arrincona el camino hacia el Atlántico, aunque se desdibuja frente a las cigüeñas o máquinas de bombeo de los pozos petroleros. Son ellas, con lentos movimientos, las que marcan el latido de lo que queda de la ilusión del ingeniero Mosconi a principios de siglo.



Tanta aridez cuestiona el interés de los últimos próceres del país por conquistar el desierto. Pero para Martín, guía y chofer de la travesía, "aquí los aventureros con suerte sobran". Simón de Alcazaba y Sotomayor es, según él, líder entre una larga lista. Saliendo de la ruta nacional y al final de la número 30, su expedición, en 1535, primera en el Chubut, enorgullece a los habitantes del cabo Dos Bahías, en Camarones.

Sin embargo, la fauna, que no entiende de fortunas, acentúa la belleza. Los guanacos, animales fetiche para los antiguos indígenas, se mueven como verdaderos dueños entre álamos y malezas. En la costa, la reserva de pingüinos magallánicos -más de 20 mil, según dicen- altera el silencio. Sus chillidos suenan como lamentos y, frente a los extraños, ninguno abandona sus huevos. Algunos, recostados, mueven sus cabezas en ritmos discontinuos. Otros, más temerosos frente a los intrusos, con paso grotesco se lanzan raudamente al mar. Los pescadores y marisqueros prefieren el puerto, sobre todo en febrero, en la Fiesta Nacional del Salmón. Entonces, son las carpas y las casas rodantes las que alteran la tranquilidad de las playas y caletas.

Hazañas de peso

A ninguno se le ocurre dejar pasar sus hazañas. Los cuadros que Don McKensey -un robusto cocinero- exhibe en su restaurante lo demuestran. Allí, un par de aficionados expone sonriente sus respectivas presas: enormes salmones que superan los cinco metros de largo. Un cordero a punto y una picada de mariscos, junto con vino blanco casi congelado, acrecientan los elogios para los pescadores.

Bajando por la ruta Nº 3 y hasta la 26 son 144 kilómetros para llegar a la localidad de Sarmiento. El trayecto multiplica las historias de héroes anónimos. Su autoestima, según uno de los viajeros, "debió ser muy alta para sobrevivir en esta región". Es cierto, se necesita un ego muy grande para ganarles al viento y al poco generoso suelo. Martín se adapta a la regla. Contra las críticas de sus pasajeros, el joven que abandonó las bondades del petróleo, ahora emula a Luis Miguel, esperando para sí el mismo final exitoso. El guía entona boleros, tangos y hasta un blues, con la zeta y el mismo gorjeo del mexicano. No le va mal; las turistas lo estimulan y hasta inhiben al creído buen escucha y cronista. "No te rías, si canta muy bien", defienden.

Conocida como Colonia Ideal, antes de su fundación en 1897, Sarmiento, con su microclima, desentona en el recorrido. Manantiales y chacras reverdecen la región. Manzanas, peras, lo mismo que las frutas secas, además de la cría de ganado, son alternativas reales para quienes no sobrevivieron a la crisis del oro negro. Asimismo, el azul de los lagos Musters y Colhué Huapi, con truchas arco iris, criollas y percas, mantienen intacto el nombre que en el siglo pasado distinguió a la colonia.

El árbol que rejuvenece

Los contrastes con el inmenso bosque petrificado, 30 kilómetros al sur de la ciudad, no hacen otra cosa que aumentar su encanto. Las huellas del Valle Lunar, a 500 metros sobre el nivel del mar, describen lo que queda del origen de la Tierra. El sentido de la vista resulta limitado, lo mismo que cualquier enumeración de colores. Cerros agrietados ocre, verde y rojo amedrentan la mirada y hasta la empequeñecen.

"Quien se atreva a cruzar el interior de este tronco vivirá mucho tiempo", tienta Juan José Varela. El único baquiano que cuida el bosque desde hace 24 años, seduce con su frase traducida a un grupo de cuarentones franceses, que sin dudar recorre lo que queda del corazón del árbol petrificado. La idea queda resonando en la cabeza del cronista, que enseguida desiste de la oferta. Sesenta mil años -la vida de la madera- es un tiempo generoso, pero eterno, para intentar la proeza.

Las marcas que dejó la erosión en la montaña, más las cenizas volcánicas son como rostros de habitantes gigantes que reducen a nada lo humano. Las denominaciones resumen el paisaje: Bad lands fue la elegida por los primeros europeos amantes de la aventura para describir la zona, y está bien.

Por la noche, en Sarmiento, los jóvenes se muestran desinteresados ante el silencio del bosque y acampar ni les pasa por sus cabezas. Prefieren bailar tecno y hasta marcha , antes que enfrentarse a la milenaria región dominada por el ruido de la nada.

Pinturas del pasado

Las marcas de los primeros aborígenes distinguen la siguiente jornada. Luego de 200 kilómetros, por la ruta 40 y dejando atrás la ciudad de Perito Moreno, la Cueva de las Manos atesora una obra pictórica también milenaria. Desviándose por la ruta 97, se llega al cañadón de Pinturas. El esfuerzo del trayecto se compensa con su entorno. El valle, con sus imponentes rocas, podría remitir al mismísimo Cañón del Colorado, y la altura de sus inmensos paredones asusta al más experto escalador. Hay que caminar con paso firme y, así y todo, tropezarse es inevitable. El olor a tomillo, en un sendero que serpentea, más la vista del río Pinturas, pequeño afluente del Deseado, estimulan a subir los 90 metros hasta el refugio que antecede a las cuevas. Su agua fresca es la recompensa que ofrece el cuidador y la promesa del mate obliga a seguir.

Manos pequeñas en negativo y positivo (pintadas en su contorno o en su interior), guanacos y siluetas complejas decoran las paredes de las viviendas de los primeros tehuelches. El ruido sutil del río llega casi imperceptible hasta lo que en un tiempo fue un refugio de niños y ancianos. Hasta que alguien llama al silencio con un grito. El eco devuelve con su magia tal gentileza.

La mateada relaja el descenso y el strudel, entre otras tortas, en la estancia Los Toldos, no puede ser mejor alimento tras el esfuerzo. Charcamata es el nombre que la dueña del lugar, Alicia Sosa, revela refiriéndose a otra cueva, virgen hasta hace muy poco. Pinturas o vasijas surgen dentro del grupo de estancias y fuera de él, lo que atrae al turismo. Las promesas de riqueza se repiten y tres mineros holandeses lo confirman "Están buscando oro", cuenta a modo de confesión Alicia.

La noche en la estancia La Serena, lindando con el lago Buenos Aires, genera nuevas sorpresas. Allí, Geraldine, anfitriona belga, no disimula su fastidio frente a la impuntualidad. Loas al menú -cordero, pasta de salmón y un vinagre de frambuesa, su especialidad- y el entusiasmo por sus relatos a la mañana siguiente amenizan el mal trago del horario.

El reposo del guerrero

Los Antiguos, en el límite con Chile, marca el extremo del Corredor, antes de retornar al Atlántico para visitar Puerto Deseado. El pueblo, con 2500 habitantes, fue por siglos el lugar elegido por los guerreros tehuelches para esperar la muerte. Allí no hay veda para pescar y la precordillera protege a los persistentes cultivadores de frutas finas.

Pero La Isla, una estancia con 175 mil bulbos de tulipanes, no puede embellecer mejor la región. La idea de otro holandés les permite a María y Valentín, de 2 y 5 años, modelar entre las flores cada vez que un turista o fotógrafo los visita.

Los más de 500 kilómetros hasta Puerto Deseado por la ruta 43, primero, y luego la 3 favorecen el descanso de viajeros y guías. La ría homónima guarda leyendas de obreros y pescadores, locales y extranjeros. La fama es de los picaderos yugoslavos entre los primeros. A principios de siglo, labraron a mano el edificio inglés que distinguió a la estación de tren patagónica. Por otro lado, las prostitutas llegadas de distintos puntos del país acapararon la atención de los buscavidas del mar. Casi todas dominan dos y hasta tres idiomas, incluyendo japonés. "En una buena racha, los barcos factoría recaudan hasta cien mil dólares en mercadería y eso alegra a la tripulación. Las más preparadas cobran hasta cinco mil en una sola semana", confían en voz baja en el mismo puerto.

Como el arca de Noé

En lancha se revela el otro encanto: la reserva ecológica. Al partir, las toninas overas se acercan y juegan con los curiosos hasta la isla Chaffers. Entonces, son las aves las que distraen al viajero. Entre ésta, la isla de los Pájaros y Cañadón Torcido, pingüinos, cormoranes grises o de cuello negro y gaviotas se dividen el aire y el mar respetuosamente. "Si hubo un arca de Noé, debió pasar por aquí", sugiere una mujer maravillada, y Claudio, eventual capitán y frecuente caminante de la solitaria isla de los Pájaros, coincide sin dudar.

De la existencia del arca, ni noticias. En cambio, sí se sabe que la corbeta Swift, de 1763, partió 7 años más tarde desde Malvinas y terminó en el fondo del mar después de una tormenta. Arqueólogos y buzos llegan a menudo a Deseado en busca de sus restos.


Son 114 los escalones del faro de Cabo Blanco, unos kilómetros al norte del puerto. El lugar es el mejor mirador para disfrutar de la mayor reserva de lobos marinos de dos pelos. Dejando la ruta 281 y tomando el camino de ripio, la estancia La Madrugada es el acceso obligado hasta el monte Loayga. La vista panorámica contrasta con la región desértica y sus guanacos. Desde allí se observa la lobería más grande de Santa Cruz con cientos de lobos y leones marinos. La merienda en La Madrugada llega con la caída de la tarde. Brownies y tortas galesas acompañadas por variedades de té cierran una jornada en la que la fauna majestuosa de una región poco explorada queda fijada invariablemente en la memoria.

Nuevos molinos de viento

El regreso a Comodoro Rivadavia cierra la jornada con cordero otra vez -infaltable en todo el Sur-, pastas y vino tinto. La última mañana en el Corredor sirve para recorrer Rada Tilly -balneario exclusivo, comparable a Pinamar o Punta del Este-, el Museo del Petróleo y el Parque Eólico Antonio Morán. El pozo número 2, orgullo de la ciudad, se eleva en la entrada del paseo histórico, donde fotos de los primeros yacimientos alternan con dibujos de dinosaurios y hasta un relato con imágenes sobre el Big Bang. El parque eólico, con sus diez molinos, en cambio, representa el futuro de la ciudad. Los 130 mil comodorenses ya celebran los beneficios -14 por ciento de la energía eléctrica- que la nueva fuente les provee.

Buscadores en un paisaje donde lo maravilloso alterna con el hastío, la ruta del Corredor parece propicia para pacientes y obsesivos. Por lo menos este viaje los avala. Sus secretos sobrevivieron al hombre y al viento. Y si el tiempo ayuda, puede ser que su nombre se agregue al de sus antecesores aventureros.




Mirar es la clave

Los secretos del tiempo están inscriptos en la Cueva de las Manos y también en los ojos de los científicos

Nada tiene que ver esta Chantal de Puerto Deseado con la que Milan Kundera describió en su último libro, La identidad . Aquélla, en el umbral de su madurez, bucea sobre los límites de la belleza y observa: "Los hombres ya no se dan vuelta para mirarme". Con 23 años, Chantal Temporelli prefiere buscar respuestas al destino de los cetáceos del lugar. "Aprendí que las toninas están organizadas como un matriarcado y dependen exclusivamente de la hembra", informa.

Bióloga y atenta vigilante de la salud de los delfines del Sur, Chantal recorre frecuentemente los cañadones e islas del Deseado aguzando su mirada para reconocerlos. Así hoy distingue aZulú-una tonina con manchas oscuras- de otra con la aleta mordida. "Ya bauticé a trece", cuenta satisfecha, y agrega: "Hay que estar alerta, con los buques factorías no sabés qué les puede pasar". De su homónima nada sabe, pero cree que su nombre devino de la pasión de su madre por la literatura. Amante como su marido de las caminatas por la isla de los Pájaros, celebra que éste sepa definir científicamente una gaviota o cormorán.

La belleza, si no se relaciona con su pasión por la fauna, no le preocupa. Antes que nada, ella prefiere mirar.


Manos mágicas

Apoyar la palma contra las paredes de un alero o refugio, ingerir cualquier pimiento o líquido y... soplar. Así jugaban los niños tehuelches hace cientos de años. Otros simplemente bañaban sus manos en jugos de frutas, vegetales o minerales -e incluso en su orina- para estamparlas con curioso preciosismo. Superpuestas, combinadas con imágenes humanas, de guanacos o felinos, decenas de manos violetas, rojas y amarillas convocan por igual a arqueólogos y antropólogos. ¿Rituales indescifrables? ¿Un simple entretenimiento infantil? Quién sabe. Lo cierto es que hasta

hoy la Cueva de las Manos en el Alto Valle del río Pinturas mantiene una verdad que expertos o ignotos no quieren o no pueden revelar.

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