Ahora que estamos en las malas, nunca te vamos a abandonar....
Entre ayer y hoy me quedó dando vueltas un debate acerca del consumo que tiraron ayer en Batalla Cultural (Gabriel Sued y Noe Barral Grigera, El Destape) respecto de un estudio indicando que los argentinos celebran el fenómeno de la libre importación, aunque se lamentan el cierre de fábricas.
La historia siguió con el repaso del inminente cierre en Pilar de Whirlpool y el riesgo de Essen en la misma localidad. En redes el algoritmo me trajo a Mayra Arena reflexionando sobre la crisis ("nadie quiere autopercibirse como desempleado, todos prefieren sentirse emprendedores"), más alguno que otro dato acerca de laburar 12 horas diarias en lo que sea y apelar a las billeteras digitales para demorar la pobreza.
"¿Tenés una moneda? podés transferirme a mercado pago, si querés y me ayudás un montón", se escucha diariamente en el Roca.
De ahí, antes de matear, salté al fenómeno Shein que entusiasma por igual a compradorxs compulsivxs como a amantes de las marcas, tal vez por esto de elige tu propia aventura a la hora de gastar. Metáfora perfecta de la penetración masiva y cultural de la existencia.
La fórmula es simple. China y todo, representa como ninguna la exacerbación del mercado. Mientras Europa la sufre y Trump juega a los aranceles duros, acá Shein y quien quiera tiene el terreno allanado.
Para el usuario común es simple:
Elegir un producto, una prenda, un mueble, algo electrónico, encargarlo, llega a tu casa y listo. Fin. De esa manera evitás perder el tiempo para su búsqueda, ahorrás en el recorrido y aprovechás tu vida en otras cosas.
Bueno, tampoco se trata de echarle la culpa a Xi Jinping, bastante entrenamiento tuvo, tiene y tendrá el argentino promedio, supramedio y submedio con Marquitos Galperín, nuestro emperador digital amarillo.
Y aquí viene el dilema, el falso ahorro de evitar moverse hasta algún lugar (local de proximidad, Avenida Avellaneda, Palermo, la Gran Dulce o la feria del barrio) para priorizar la existencia.
Lo que implicaría desentenderse de quienes cortan telas, trabajan en prendas o productos regionales, apuestan por una elaboración nacional. Adiós y buena suerte.
Justo es decir que desde hace mucho el consumo privilegia la cuestión identitaria global, las marcas universales son las únicas que tienen sentido y las que quiere la gente. (mandato capitalista).
Por ende, a uno o varios dentro de nuestro entorno, no les queda más que la chance ilusoria de apelar al propio tiempo para reconvertirse en emprendedor ("soy mi propio jefe") y dirigir sus aspiraciones a demandas más cercanas como vender tortas de cumpleaños, hacer delivery, promover algún tatuaje o un diseño original que "realce tu cuenta de instagram, portal o local".
Así, con una buena estética, podrás contar con esos milagrosos tres segundos para hipnotizar vía reel a algún potencial cliente.
Motivo suficiente como para soñar.
Imagino entonces en esta dinámica cuando la suerte se posa sobre algún agraciado enterpreneur. Una torta, por ejemplo con una cruz en el medio y gusta, con suerte convoca seguidores y gente que quiere comprarla lo que permite aprovechar el efecto de la buena racha hasta lo que dure.
Viralizar lo nuestro entonces será la salida hacia adelante. En tales circunstancias, deberá trabajar 7 x 24 porque "las oportunidades no se dan todos los días" o sólo ocurren una vez en la vida.
Argumento que va de los primeros contrabandistas de 1808 en el país, hasta llegar a la venta de seamonkeys, instalación de parripollos, canchas de paddle, patitos en la cabeza, etc.
La dinámica aplica para la flamante minipyme como la disciplina del buen influencer, la permeabilidad de diseñadoras de modas o páginas, las tentadoras rutinas de algún chef virtual. Y por qué no los videos o temas lanzados por músico en youtube o spotify. Además de otras disciplinas enriquecedoras y vitales para nuestra existencia que en este momento se me escapan.
Aún sin hablar de las dificultades para sobrevivir (tema que sugerí pero esquivo) insisto con la idea del tiempo como principal valor.
Se dejan de hacer cosas porque ya no tienen sentido, porque no hacen falta, porque no hay utilidad en el esfuerzo (algo que se exacerba por ejemplo con la importación). Estudiar no asegura supervivencia, proyectar solo o en conjunto ¿para qué?
Mientras tanto, el índice recorre el artilugio de mirar hacia otra parte, todo el tiempo que dure o que sea posible, esa ansiedad plena que sólo se calma con el reflejo de la luz azul de la pantalla amiga.
Es cierto, el tiempo nunca nos perteneció, pero este artificio que se expande, ya es gimnasia, alimento.
Acaso el mismo alimento que hoy desborda al desierto de Atacama, restos de aspiración estética foránea, devenida en un enorme e infinito basural haciéndose geografía.
La montaña es la montaña. Y el tiempo, nuestra pretensión.



































