La tarde del domingo se extingue. La hora señalada o maldita de las 19 se exorciza sin embargo, al aceptar una demorada invitación.
Dejamos
atrás, la tarea de compost, baldeo del patio y rejunte de ramas de la
ligustrina y, previo y obligado acicalado, encaramos para Florencio Varela
cuales cumplidores de un obligado ritual religioso.
De pronto, la vaga memoria exuda prepotente y me veo como en mis siete u ocho años, volviendo a ingresar a una iglesia evangélica. Claro que esta dista bastante de aquella modesta ubicada a metros de casa. Espacio para pibitos y pibas del barrio vaguitos o con atención dispersa. Por sugerir algún diagnóstico.
Calculo
que sería allá por el 71 o 72. La tipa que comandaba la convocatoria, diminuta,
ojos grandes y sonrisa compartía algunos juguetes y caramelos como señuelo; a
esto se sumaba un coro escueto de canciones sobre dios y redenciones. Palabras
complicadas para un apenas experto en Tres Chiflados e Hijitus.
"De papel, hice un dios,
a mi gusto, lo pinté
de mis manos, él salió
lo colgué de una pared".
Las estrofas que vaya uno a saber en qué parte escondida del cerebelo quedaban, resurgió para llevarme a mi primera canción religiosa. Planteaba, entiendo, la noción de crearse una divinidad de acuerdo al interés de cada uno. Supongo.
De
aquella experiencia quedó la buena onda de gente sencilla, un clavicordio ajeno
a la vista, alguna biblia de tapa blanda y un padrenuestro ampliado, bonus
track extendido respecto del aprendido en la parroquia de Luján.
En
nada el nuevo evento de la jornada se parece al de aquellas convocatorias
sarandinenses. En el templo de la Iglesia Nueva Apostólica escasean las golosinas
y los rezos se sueltan a cuentagotas para el centenar de intrusos que llegamos motivados
con la convocatoria. Hay hombres y mujeres de sobrios trajes, dispuestos en
sorprendente simetría que extienden la mano de bienvenida con sincronía
británica, pero conurbanenses como nos.
Ni
santos, ni Jesús agonizante en su madero. Sólo una cruz roja de relieve amarillo por
encima de los protagonistas de la tarde noche.
La
propuesta vino por amiga odontóloga del secundario, integrante del Coro Estable
que también la tiene como protagonista en casi un centenera de cantores
conjuntos.
Coro:
"Conjunto de personas que en una ópera u otra función musical cantan
simultáneamente una pieza concertada", reza el diccionario virtual.
El pastor nos da la bienvenida e ignoro si habrá celebración o sólo concierto. Un hombre de camisa blanca, alternará con mujer de cabello recogido y misma prenda para la dirección de quienes harán de este acto, como todo encuentro artístico, un momento único e irrepetible.
La
cámara de un solo celular parece romper los cánones de lo habitual. Qué lejos
estamos del frenesí iphonero, selfista prepotente.
Por
fin las voces empiezan a hacer lo suyo.
Suaves,
agudas se enlazan y confunden dentro de este espacio angosto. Las mezzo,
sopranos y contralto, todas de conjunto color perla, entretejen la canción en la primera
interpretación, para sumarse enseguida tenores, barítonos y bajos marcan el
contrapeso. Sospecho que entre las ¿ochenta? personas se incluye sopranista y
contratenor, pero, haciendo honor a una vieja frase "no hay espectáculo
más terrible que la ignorancia en acción". Mejor dejo de ostentar
brutalidad y voy a lo ocurrido.
(Aquí
concierto anterior para que tengan una idea)
Lo
real es que como quien sigue un partido de tenis, recorro con la mirada los
rostros, las expresiones, las voces que cada sujeto emana mientras cantan al
Cielo y a la generosidad del Señor.
Cuando todas fluyen al mismo tiempo imagino otras épocas, esa cuestión incomprensible donde los colores de los tonos de la gente se fundían por algo más potente que lo evidente. Y contra esto, nos fastidiaba el himno. ¿Adónde habrá ido a parar el cancionero argentino? La zamba de mi esperanza. Alfonsina, etc.
Acostumbrados a la canción en solitario, el elogio de lo individual o el talento de bandas
emblemáticas y consagradas, comprendo que lo del Coro Estable es otra cosa.
Cuando
las estrofas palpitan perfectas, se presiente el golpe en el pecho. Ese impacto
me lleva a pensar en un frente de batalla. Lo veo a Gibson en Corazón Valiente yendo al matadero o
a los nuestros imbatibles, incluso con el sello de la derrota como destino.
A
Gabriela le comento que con semejante energía cualquiera es capaz de ir a la
guerra. Tal fortaleza, la hago terrenal, más cercana y blasfemo: me acuerdo de los cinco
millones de argentinos en la calle vivando una proeza futbolera.
Qué
básico y chiquito lo mío.
En el templo, pasaron tres interpretaciones pero sin aplausos. Quien dirige la batuta hace un
breve comentario. Dice que se viene Lacrimosa del Réquiem de Mozart y se me
aparece el Amadeus de Milos Forman y su carcajada de duende psicótico.
Aquel Réquiem doloroso que cierra el film entre gotas de lluvia y un entierro miserable, fundiendo cal con barro y el talento, hecho despojo, sugiere algunas preguntas que la noche de Varela no permite. O mejor postergarlas. Por fin irrumpe el aplauso. Wolfgang habilita la impunidad, sólo el arte da lugar a cualquier sacrilegio.
Yo
la veo a mi amiga con su carpeta cantar con cierta calma. Envidio su centro
neurálgico de la escena. No en modo celebridad, cual Robertito Smith, León,
Waters o el propio Paul, si no esa del dominó musical que el edificio Las
Américas, cerca de Camino General Belgrano guarda celoso, aunque nadie lo sepa. El tandem de cuerdas vocales, prescinde de historias sobre prejuicios, de la lógica selección de las especies, incluso del qué dirán. Es cantar y cual conglomerado lo que importa.
Hay
más canciones, Remember Me, Muchas almas parten al Cielo
https://www.youtube.com/watch?v=B51_ci7BVHw
Y resabios de otros interrogantes.
Me
acuerdo de nosotros adolescentes con el cuarteto (grupo de amigos), las Romanin y todos los de
ACA, entonando los Salmos Sapienciales de Vox Dei. Por supuesto, de mi amigo Carlitos,
primero con su guitarra y luego ya entrado en años (no me putees Charly)
sumándose a un coro y correspondiéndole con el ritual de los ensayos compartidos. Envidia.
Especulo
acerca de los profes de música de secundario y esa suficiencia naba de la edad por no
tomarlos en serio cuando intentaban ensayar algo en conjunto. Ratifico esa
cosa de grandeza de los pueblos enlazados a la canción colectiva. Vagas imágenes de la armonía norteña. Mas lejano resurge un Capítulo en The Crown, con la tragedia en una mina de un pueblo, la muerte de miles de laburantes y la gente despidiéndolos con una canción
salida de las entrañas. La música como responso.
Ahora
se me viene el tenor en Casa Rosada saludándolo entre lágrimas a Néstor en su adiós, pero habría que censurar
esta imagen populista. Son tiempos en los que no resulta conveniente decirlo todo.
Insisto
cabezón. Sobre determinadas costumbre que el paso de los años me llevó a prescindir de algunos valores, creyéndome más inteligente. Una obstinada e inútil coherencia de alejar a los propios de las bondades
de la fe. Volverse agnóstico además del a- dios (sin creador), tiene otros
costos como perder la chance de sumar armonía colectiva en algún club o espacio. La canción coral se ve que estuvo sujeta a las razones de fé. Y la escuela que nos tocó, sabía poco de la más maravillosa música.
Bueno, más cerca al menos, en el cole de Cata y ahora entiendo que es habitual, los pibes ofician de DJS, al momento del recreo. Cada cual
se eleva con lo que cree. Ponele.
Tomo
una foto con algo de pudor al promediar el concierto. En realidad habría que grabar, me digo yo, el
anticel. Qué raro todo, uno retiene con facilidad aquello que daña y que
lastima y no se puede llevar una estrofa completa de esta eventual obra maestra
que nos toca disfrutar.
Como ya vengo diciendo acerca de Oscar Masotta, a fines de los 60, el tipo creyó un error que artistas e intelectuales resignasen sus virtudes en pos de la militancia y la guerra armada. El Coro Estable me remite a una verdadera performance.
Ahora, en un lunes cualquiera, la idea de Jesús me lleva a principios de los 70, 72 para ser más preciso con Charly interrogándose "¿Dime quién me lo robo?", acerca de la falta o la pérdida del susodicho.
Con todo y tras el repaso del evento, la gente de la Nueva Apostólica me lleva a una conclusión y confirma una certeza: ¿Qué sinsentido nuestra existencia sin la música? ¿no?