jueves, noviembre 07, 2024

Ser Pistarini

 A raíz del incidente del tuitero libertario 'La pistarini' con Dillom y el desenlace posterior al "ingenioso" comentario...









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Por supuesto que a muchos el apellido los remite automáticamente al aeropuerto de Ezeiza llamado así en alusión al Ministro Pistarini, propulsor de su creación durante la primera presidencia de Perón.

Habrá que ver cuál fue la motivación para que Juan Carlos Siber Guerrero haya elegido un referente populista. Claro que por lo sagaz del tuitero apurado, se nota que en su ADN hay más del costado militar rosquero que de la capacidad de gestión política.


(En realidad, se alinea a la dinámica de la jauría digital mileista. De hecho son varios que hasta el momento lo califican de tonto por no dejar pasar el momento para subir la imagen. Cobardes y canallas)



Por defecto, ese apellido me llevó a una rubia y cheta de rulos y ojos turquesa que allá por mediados de los ochenta, se convirtió en eventual protagonista con su visita a la planta de Molinos en zona sur fastidiando a los directivos de Bunge y Born con desafiantes custionamientos. 

Ocurrió antes de la bendición del turco a la empresa, Rapalini mediante (calculo por el 88).


De armas tomar la muchacha, llegó en una suerte de supervisión y capacitación como flamante licenciada en administración estratégica o alimentos. No recuerdo bien. Lo concreto es que la piba iba de los silos a los tanques, de la balanza al sector Compras o Distribución, preguntando y consultando sin parar. 


La pequeña Chunchuna desafiante (algo retacona), era capaz de hacer ruborizar al jefe temible de entonces. Esta especie de émulo de patrón de estancia chaqueña y bigotes prominentes, contenia su furia y proponía argumentos balbuceantes a esta suerte de Bullrich más Fabiana que Pato que insistía sobre números y asientos contable. 

Claro que quien había sido trasladado de Vilela a Buenos Aires, mérito a la fidelidad y firmeza, prefería quedarse tieso, hasta que finalmente, la joven de bucles y uniforme verde (vestuario exclusivo que contrastaba con los delantales blancos y marrones de la fábrica), desistía de incomodarlo para seguir su itinerario a la búsqueda de potenciales revelaciones económicas.



Llevaba la flema de la meritocracia y a todos nos quedaba más que claro semejante inmunidad. Apenas uno podía divertirse un poco como testigo ajeno de una batalla en la que nuestros verdugos conocidos, sucumbían al calor de la sabiduría juvenil de zona norte. 

El error era considerar la empatía generacional como contenedora.

Creo, sin embargo, que en más de una ocasión se enorgulleció por el apellido de su abuelo. Factor determinante como para alterar a la elite de la planta oleaginosa.

Con todo, tuve la dicha de conocer a una Pistarini que detecté como buena. 

Difícil pensarla arrugando. 

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