jueves, septiembre 29, 2022

Mi propio juicio, del Juicio

Recupero la voz, como quien vuelve de una tos crónica. 


Y sí, lo fue. También se trata de escribir con razón, desde las entrañas, desde lo que mueve. No boludeces (bue, no exageremos)


Y en tal sentido, lo hago como tantos. 

Ahora que se puso de moda el republicanismo con el estreno de “Argentina 1985”, con Su, Suar y el establishment de las celebridades haciéndoles el aguante. 

Ahora que hay ganas de honrar al máximo tribunal, ese que hoy se desacredita solo, sin condicionantes porque sabe cuál es su norte y sus reglas del juego. Reglas que lo vuelve inalcanzable, inmaculado e impoluto (cómo me gusta este trinomio de grandilocuencias huecas).



En las antípodas de esa cumbre inalcanzable, con mis torpes ¿21 años? ingresé a esa sala tan blanco y negro, como revisan y repasan los medios y recupera mi memoria. De tal colores es la vida, tiró alguna vez Wenders, en su 'Estado de las cosas' y yo creo que los momentos dolorosos siempre se reviven así, incoloros. 

Belleza de la austeridad cromática.


Dejemos el divague y digamos que si los cinco jueces todavía me parecen enormes y el bigote de Strassera elocuente como el de Dalí o  los hermanos mediáticos de entonces (Caparrós-Dorio), entre tanta toga y charreteras, la primera testigo de la jornada,  Adriana Calvo parece liliputiense. Acaso el dolor que comparte en su relato y que transitó la empequeñece aún más frente a la inconmensurable monstruosidad que describe.

Ignoro si su historia derivó en lágrimas. Si me apuran, dudo que ella haya soltado una sola. Pero creo que a distancia, los relatos del 'Nunca más' que cruzábamos algunos con morbo y vergüenza al espiarlo con reservas e incluso con el temor de quien pispea el final del 'El exorcista' o 'Carrie', me resultaron infantiles en comparación de las pausas de esa mujer. De sus detalles, del despojo de revelar algo que sonroja y no por timidez o pudor, de repasar los instantes más privados y humillantes.


Ella habla y no voy a engañar a nadie con una frase inolvidable, no la hay. No la guardo. En esto de reivindicar formas y tonos, debilidad del presente, puedo decir que fue firme. Por supuesto ahí, donde miro y escucho, desconozco las jergas jurídicas que exigen erigirse en el letrado. Arden los vericuetos de quien testimonia, acusa o simplemente recuerda los actos impúdicos que no supieron de tinta china, pero es evidente que le tatuaron la piel, los huesos y lo que es peor, la conciencia. Algo así, como el daño en la cabeza que los espiritus del Bosco no lograron eliminar ni con su gráfica operación.

Gestos que quizás a Adriana la volvieron prisionera para siempre. Como esas enfermedades autoinmunes que te obligan a resignar un momento del día para medicarte, para recordar que vivirás hasta el final con una dolencia imborrable. Tattoo involuntario.



Adriana me lleva a empatizar, de tocaya nomás. Y de buena mina. Porque entonces conocía a pocas Adrianas, pero buenas. Digo con la arbitrariedad de la inmadurez de entonces. Que todavía perdura. Reivindico por ejemplo a Adriana la flaca como amiga de la vida. Hasta hoy, sé que su norte fue lo bueno y trabaja por eso. Se juega por pibes y familiares que pelean contra la droga. Me gusta redundar sobre lo bueno. Ojo, no me calzo ese traje, pero por qué no rescatarlo.


En esa oportunidad, creí que la Calvo era una buena mina. Entonces me iba divorciando de mi catolicismo naif, ese de grietas evidentes que separaba nosotros vs. los otros donde aquello que no quedaba claro representaba todo confusión. Por esa razón,  entiendo, debo haber ido al juicio. Entre cuervos y cultores de la muerte, fui a intentar ver más. Blanco y negro. Negro y blanco.


Claro que asistir no era golpear y entrar. Tampoco buscar una reserva. Sé que hubo algún trámite con cierta anticipación. Me entusiasma la idea de pensar que las piernas a veces te llevan. Por ejemplo, un par de años antes, caí por Constitución en un Instituto de preparación para ingresantes a la Universidad. Entonces estaba muuy en bolas y necesitaba repasar algo de física y química, si es que quería dar el examen de Ingeniero de Sistemas en la UBA (elección delirante de mi último año del secundario). Lo concreto es que las involuntarias caminatas me llevaron a un curso nocturno con Pérez Esquivel, recién regresado al país, cuando la democracia, seguía siendo una quimera.


- ¿Tas seguro? Mirá que dicen que el tipo es comunista, fue la recomendación anónima, de una cursada que duró tanto como mi permanencia en Ingeniería.


No sé, pero ahí está Calvo y los fiscales la escuchan. El hombre de ojos adustos y su Robin, un barbeta con sonrisa bonachona, cual franciscano. Imagino que imaginaba entonces, acotado de referentes valiosos.


Entiendo que Adriana no tenía ni voz de pito, ni locutora. Desmemoriado la gugleo, porque la supongo docente. "Física", describen y el ABC, la acerca a Don Adolfo y su curso difícil para adolescentes tardíos, confundidos, noctámbulos.


Vuelvo y justifico mi asociación. La firmeza de la Calvo me lleva a la elocuencia del ser docente. Y sí, qué cosa puede perdurar al dolor si no es el conocimiento, el apetito por aprender más, por no claudicar, por insistir. La tipa dice acá estoy y su halo se agiganta frente a la indiferencia del clan marcial. Ese que mira y no mira. Que se aburre, que se sabe cosa juzgada. 


Allá ellos, yo creo que Adriana terminó y quedé como si me hubiesen cagado a trompadas. Y eso que lo que daña parece intransferible.


Cuarto intermedio


Hay para todos los gustos en ese maquiavélico encuentro donde a pesar de los testigos, son los responsables de impartir justicia, los reyes del mambo. Claro que para esto faltará una eternidad.


Ahí están sentados todos: Jorge Torlasco y  Jorge Valerga Araoz (hoy ni idea de los dos), Ricardo Gil Lavedra (marido de la gran Claudia Piñeiro, que desencantará después con sus vaivenes ideológicos y sociedades), León Arslanián (posterior baluarte de la seguridad en Provincia), Guillermo Ledesma (no me cierra en la memoria) y un enorme Andrés J. D'Alessio (quizás resulte grande por haber presidido aquella sesión) 


A ellos hay que convencer.



Segundo testimonio. Robert Cox. Su presentación refiere al periodismo, cuando la curiosidad por la vocación, ya se me había hecho piel. El inglés del editor lo hace entrañable. Como su jopo blanco. Atado a lo que veo, rescato ese mechón que a futuro redescubriré en mi suegro Len y en Anthony Burgess, El MAESTRO literario. 

Pero Cox es claro, simple. Ahí entiendo que el molde de la valentía dista de los héroes revisitados por la Editorial Nogaro. Es más, cualquier caído del catre, vincularía al director del Herald con el mismísimo Gold Silver y está bien. ¿Ven, hasta García Ferré nos hizo ennoblecer al magnate animado? Los millonarios no tienen maldad. Je.


Ahora en serio, vagamente creo que al bueno de Robert lo apuran. Quizás por venir de la agotadora atmósfera de Calvo. Pero el hombre no balbucea. Es específico. Y yo lamento no haber tenido un grabador entonces, cuando mi intromisión me volvió testigo de la historia. Si lo pensás bien, todo el tiempo tenés la chance de ubicarte en ese lugar. De todos modos creo que no sé si se podía ingresar con grabador. Sé que fueron pocos los medios presentes. Y sé que el Herald había sido reconocido como un diario elitista. ¿Quién va a leer un periódico íntegramente en inglés?, me preguntaba medio bobo. Pero sí, lo leyeron. Y el tipo alto, de vocales extendidas, asume haber publicado la lista completa de Desaparecidos en su medio, a pesar de todo. Recuerda ese día y hoy transcribo que "la verdad es su propósito", no cual Cervantes, si no como quien eligió un modo de hacer periodismo. Y sí, es por abajo.


A esta altura, como en otras circunstancias, lamento no haber podido recordarme acompañado en aquella jornada. Ni por una chica militante, ni un amigo o aliado en esto de utopías. "Siempre nos quedamos solos. Vueltas y vueltas en el aire", gritaría dos años después disfónico un Fito convincente. Pero ahí estoy saliendo, esquivando bancos angostos, como en la adolescencia saliendo de alguna iglesia. Solo como las vueltas a la plaza cuando empecé a pensar en la soledad de esas mamás. ¿Habrá tenido que ver la soledad de mis abuelos esperando el regreso de su hijo? Guarda, que mi viejo sólo se mudó. Y olvidó. Nada más que eso.


Sé que Adriana se fue en 2010 y que Cox en diciembre cumple 89. Se también lo que vino después. De hecho zafé con la cobertura irresponsable que me asignó Noticias durante la rebelión carapintada, al estar a metros de Carnota y Greco, baleados por los soldados de Rico (qué pena que hoy ambos coqueteen y se enriquezcan con el Pro, después de aquella experiencia) "¿Viste, si te pegaban un tiro eras tapa?", fue el comentario enunciado desde el archivo tras aquella experiencia. Pero lo que vino después del Juicio que hoy los biempensantes darinistas no es la melancolía de un país que intentó ser más justo, si no la consolidación de un sistema inmune al dolor. A la historia. Que castiga con frialdad indiferente.

- Puede sentarse Calvo. Suficiente Cox. Se levanta la sesión

Y ahí vamos cada uno a lo suyo. A atravesar pasillos largos sin luz al final del camino. Pero con un zumbido en los oídos. Ese zumbido...    


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