domingo, agosto 16, 2020

Escribir no te hace buen tipo

Al menos ese no debe ser mi propósito, pensé, después de un tempranero intercambio vía wsp.

La frase resurgió lúcida ‘No sé si estoy aprendiendo a desarrollar mejor la templanza o la hipocresía’, me dije como quien se sabe en falta. Entonces me remití a algunos de mis últimos textos. Me ofendió creerlos  bondadosas moralejas.


Enseguida, el azar me transportó al origen de todo, una primera redacción para un concurso de la Iglesia. Ahí el objetivo era claro, bueno supongo hoy, obtener el premio. Aquel fue mi primero y único en el ámbito de la escritura (mentira, hubo uno más, aunque este último significó una caricia al ego desde un costado más personal, ccon nula repercusión)

El primero, decía, refiere a una composición solicitada por la parroquia donde desplegué, según entiendo ahora vagamente, una batería de adjetivos dirigidos a la historia (o la noción de ella) de los protagonistas de la fe. Se ve que el cura o el grupo de entendidos quedaron convencidos coronándome con las codiciadas zapatillas. Tendría doce años, imagino, o algo menos y ya destronaba, ignorándolo claro, la mítica ambivalencia política de ‘Zapatillas sí, libros no’. Paradójicamente ahí quedaba graficado que una cosa, traería la otra.

Pero volvamos a la templanza y la hipocresía. Debo aceptar que aún hay aspectos morales que priman o gobiernan estos trazos. Tiene cierta lógica si termino emparentando escritura con religión, pero es cierto que hay nociones o conceptos ‘que me guardo’ porque se vuelven moralmente cuestionables...si es que en tiempos de redes sobreviene aún una moral bien pensante. 

Y los ‘malos pensamientos’ dan letra para un relato absurdo, incómodo que se guarda o se posterga. He descubierto en estos años que el odio deviene también como un sentimiento no sé si necesario pero genuino. Templanza vs. Hipocresía separa a unos y otros. Imagino que muchos contemporáneos se ofenderían con la segunda y subestimarían la primera.

No son dos razones grandilocuentes como para realzar en una persona. La primera se la dejamos a los cultores de oriente. En cuanto al ser hipócrita, resuena pesado, al momento de aludir a aquel preadolescente codicioso o con la ambición de un par de botines (sí, no eran las subestimadas Flechas, si no los añorados Fulvences)

Mi discurso careta, para silenciar la eventual furia, se corresponde hoy contra quien daña el ego y los afectos más preciados. Lo siento no puedo censurar esa sensación, sucede, permanece y yacerá, al menos hasta que se dé vuelta la taba. Entonces ahí sí, primará una sana cordura. 


Por el momento continúo escribiendo como catarsis, como vómito de viejo internado, como el término estupro colándose en una reunión de cooperadora, como la noción de vacío surgida en una charla de amigos cuando ya no queda nada por decirse. Como una trompada cohibida, para que esta no afecte al entorno familiar. 

¿Por qué eso es literatura no? No un parámetro, sino una proyección o por qué no decirlo, una consecuencia de lo que pasa. Y de aquello que nos (me) afecta.

Vayamos entonces por más calzados y que el señor o el reflejo de lo que quede de él, sepa comprender.

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