Casi como manual de consulta, vengo desde hace rato
leyendo 'El paisaje a las nubes', compilación de artículos de Roberto Arlt. Con
maestría el hombre describe circunstancias insólitas de todo el planeta.
Algunas lo tienen como testigo directo y otras se respaldan en hechos que
refieren al momento histórico (finales del 30). En esta lectura, la serie de
artículos acerca de la sequía en Santiago del Estero supera hasta la actual
pandemia. La falta de agua recrea otra nueva y mortuoria geografía
desencadenando un antes y un después con cada imagen.
Seré breve. Comparto aquí "La angustiosa búsqueda del agua",
si quieren pueden expresar su parecer.
Saludos.
A menos de 2 kilómetros de Añatuya, el viajero
encuentra, casi a la misma or4illa de la vía del ferrocarril del Estado, un
campo en cuya tranquera hay un letrero de Obras Sanitarias que reza: "Se prohíbe
la entrada".
Abandonados en medio del campo hay una serie de
gruesos tubos de acero, y a un costado, una torrecilla por la que pasa un
cable, del que se suspendían los trépanos de una perforación. Incrustados en el
suelo hasta 270 metros, los tubos.
A poca distancia de esta inútil perforación en busca
de agua, hay otro aguiero. Setenta metros. Tampoco se halló agua.
Después de varios meses de trabajo, los ingenieros
de Obras Sanitarias se retiraron. Y allí han quedado los tubos.
Estos tubos recalentados por el sol, ceñudamente
alquitranados, expresan mejor que cualquier otra cosa el drama de estas
poblaciones, cuyo trabajo, desde que sale el sol hasta que se pone, es una
batalla con la sed.
- Antes de irnos a dormir cerramos el aljibe con
candado- me dice una señora, que a continuación, agrega, refiriéndose a otra
persona.
- A esa pobre viejita le damos de caridad, todos los
días, un balde de agua para ella y sus hijos.
Y un balde de agua, aunque a ustedes les parezca
mentira, es caridad.
Sobre todo en este país de 60 grados de temperatura
al sol.
Y digo:
Felices de aquellos que viven en el suburbio gaucho del
pueblo. Felices de aquellos cuya cada está a un kilómetro de la estación.
¿Qué diré de aquellas mujeres que vienen de 3 y 4 kilómetros
de distancia a buscar agua? ¿Qué diré de esta vía crucis cotidiana que viven
las pobres mujeres y los desdichados niños de todos los montes próximos a las
poblaciones de Santiago del Estero?
¿Pueden imaginarse ustedes lo que es "caminar a
pie", en picadas de tierra ardiente, 1 legua, 2 leguas, cargando sobre la
cabeza un lata de agua que pesa 15 kilos?
NO; yo creo que ustedes no pueden imaginárselo.
En cambio sí pueden imaginarse este drama las
mujeres árabes que yo he visto en Tánger y Tetuán caminar leguas y leguas
cargadas de pilas de carbón ¡Oh! ¡Qué claro lo recuerdo! Entonces creía que ese
espectáculo solo podía encontrarse en África. Y me admiraba grandemente. Ingenuamente.
No sabía que en la Argentina las campesinas santiagueñas vivían unas penurias
semejantes.
¿Dije las mujeres?
¿Y dónde dejo a los niños? Muchas de estas mujeres,
demacradas y envejecidas al punto de aparentar 40 años a los 18, vienen con sus
hijos tan sucios y haraposos como ellas mismas. No sucios y haraposos porque ignoren
los beneficios de la limpieza. No. sucios y haraposos porque las únicas monedas
que consiguen las invierten en alimentos y porque bañarse en Santiago es un
Lujo. ¿Quién es el atrevido que va a
bañarse en el campo cuando el agua cuesta tanto y tan dificultoso es obtenerla?
Estos niños, como ellas mismísimas, cargan por
parejas latas de agua, que soportan con ramas atravesadas en los hombros. Así
camina kilómetros y kilómetros.
Algunas de estas criaturas y algunas de estas mujeres,
al llegar al pueblo, se desmayan. Se desmayan de hambre. Y para que ustedes se formen
una idea de la magnitud del hambre de esta gente, os diré lo que me han dicho
varias maestras de escuela:
- Estos chicos se comen hasta las cáscaras de las naranjas
que nosotros arrojamos a la basura. Lo comen todo. Todo lo que la imaginación
humana puede rebuscar para comer. En realidad son corderos (no lobos), corderos
hambrientos. Corderos de los que la gente sesuda de los pueblos os dicen:
"Hoy tienen que asaltar los tanques de agua de
los trenes porque tienen sed. Mañana, cuando no puedan soportar más el hambre
¿se abstendrán de asaltar los comercios?"
Y todos se repiten a coro, resultando algo irónica o
burlesca la afirmación:
- Son unos santos esta gente. Lo aguantan todo
resignadamente.
- Si, doy fe de que son santos.
De pie, en un desvío de la estación, escucho
semejantes comentarios y miro a los chicos y a las mujeres que han ido al asalto
de un tanque de agua.
¿Asalto? No exageramos. Ni los jefes de estación, ni
los guardatrenes que viajan por las líneas de Santiago hacen nada por oponerse a
que la gente vacíe los tanques de agua de los ferrocarriles. Ellos son los
primeros en reconocer que no es posible dejar que esta gente se muere de sed,
mientras que las autoridades gubernativas de Santiago votan leyes para
pavimentar las ciudades de la provincia.
Y como hormigas, las mujeres de los montes, los chicos
del suburbio guaucho rodean los vagones tangues.- han abierto los grifos y el
agua corre dentro de las latas. Algunos beben como búfalos, por momentos un
guarda grita "cuidado", porque el convoy hace maniobras; y esta gente,
metida peligrosamente entre los coches en movimiento, no se aparta se los
grifos, como si los retuviera allí la locura del agua.
Ha habido pu8ebloeso a los que no podían llegar los trenes,
como Quitina y Campo Gallo, en el departamento de Mariano Moreno, donde la gente
se apoderaba no sólo del agua de los tanques, sino también de la del tender
¡Tan pavorosa era la sed!
El infierno santiagueño, 14 de diciembre, 1937
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