lunes, julio 20, 2020

Arlt y el infierno santiagueño

Casi como manual de consulta, vengo desde hace rato leyendo 'El paisaje a las nubes', compilación de artículos de Roberto Arlt. Con maestría el hombre describe circunstancias insólitas de todo el planeta. Algunas lo tienen como testigo directo y otras se respaldan en hechos que refieren al momento histórico (finales del 30). En esta lectura, la serie de artículos acerca de la sequía en Santiago del Estero supera hasta la actual pandemia. La falta de agua recrea otra nueva y mortuoria geografía desencadenando un antes y un después con cada imagen.

Seré breve. Comparto aquí  "La angustiosa búsqueda del agua", si quieren pueden expresar su parecer.

Saludos.

 

A menos de 2 kilómetros de Añatuya, el viajero encuentra, casi a la misma or4illa de la vía del ferrocarril del Estado, un campo en cuya tranquera hay un letrero de Obras Sanitarias que reza: "Se prohíbe la entrada".

Abandonados en medio del campo hay una serie de gruesos tubos de acero, y a un costado, una torrecilla por la que pasa un cable, del que se suspendían los trépanos de una perforación. Incrustados en el suelo hasta 270 metros, los tubos.

A poca distancia de esta inútil perforación en busca de agua, hay otro aguiero. Setenta metros. Tampoco se  halló agua.

Después de varios meses de trabajo, los ingenieros de Obras Sanitarias se retiraron. Y allí han quedado los tubos.

Estos tubos recalentados por el sol, ceñudamente alquitranados, expresan mejor que cualquier otra cosa el drama de estas poblaciones, cuyo trabajo, desde que sale el sol hasta que se pone, es una batalla con la sed.

- Antes de irnos a dormir cerramos el aljibe con candado- me dice una señora, que a continuación, agrega, refiriéndose a otra persona.

- A esa pobre viejita le damos de caridad, todos los días, un balde de agua para ella y sus hijos.

Y un balde de agua, aunque a ustedes les parezca mentira, es caridad.

Sobre todo en este país de 60 grados de temperatura al sol.

Y digo:

Felices de aquellos que viven en el suburbio gaucho del pueblo. Felices de aquellos cuya cada está a un kilómetro de la estación.

¿Qué diré de aquellas mujeres que vienen de 3 y 4 kilómetros de distancia a buscar agua? ¿Qué diré de esta vía crucis cotidiana que viven las pobres mujeres y los desdichados niños de todos los montes próximos a las poblaciones de Santiago del Estero?

¿Pueden imaginarse ustedes lo que es "caminar a pie", en picadas de tierra ardiente, 1 legua, 2 leguas, cargando sobre la cabeza un lata de agua que pesa 15 kilos?

NO; yo creo que ustedes no pueden imaginárselo.

En cambio sí pueden imaginarse este drama las mujeres árabes que yo he visto en Tánger y Tetuán caminar leguas y leguas cargadas de pilas de carbón ¡Oh! ¡Qué claro lo recuerdo! Entonces creía que ese espectáculo solo podía encontrarse en África. Y me admiraba grandemente. Ingenuamente. No sabía que en la Argentina las campesinas santiagueñas vivían unas penurias semejantes.


¿Dije las mujeres?

¿Y dónde dejo a los niños? Muchas de estas mujeres, demacradas y envejecidas al punto de aparentar 40 años a los 18, vienen con sus hijos tan sucios y haraposos como ellas mismas. No sucios y haraposos porque ignoren los beneficios de la limpieza. No. sucios y haraposos porque las únicas monedas que consiguen las invierten en alimentos y porque bañarse en Santiago es un Lujo. ¿Quién es el atrevido que va  a bañarse en el campo cuando el agua cuesta tanto y tan dificultoso es obtenerla?

Estos niños, como ellas mismísimas, cargan por parejas latas de agua, que soportan con ramas atravesadas en los hombros. Así camina kilómetros y kilómetros.

Algunas de estas criaturas y algunas de estas mujeres, al llegar al pueblo, se desmayan. Se desmayan de hambre. Y para que ustedes se formen una idea de la magnitud del hambre de esta gente, os diré lo que me han dicho varias maestras de escuela:

- Estos chicos se comen hasta las cáscaras de las naranjas que nosotros arrojamos a la basura. Lo comen todo. Todo lo que la imaginación humana puede rebuscar para comer. En realidad son corderos (no lobos), corderos hambrientos. Corderos de los que la gente sesuda de los pueblos os dicen:

"Hoy tienen que asaltar los tanques de agua de los trenes porque tienen sed. Mañana, cuando no puedan soportar más el hambre ¿se abstendrán de asaltar los comercios?"

Y todos se repiten a coro, resultando algo irónica o burlesca la afirmación:

- Son unos santos esta gente. Lo aguantan todo resignadamente.

- Si, doy fe de que son santos.

De pie, en un desvío de la estación, escucho semejantes comentarios y miro a los chicos y a las mujeres que han ido al asalto de un tanque de agua.

¿Asalto? No exageramos. Ni los jefes de estación, ni los guardatrenes que viajan por las líneas de Santiago hacen nada por oponerse a que la gente vacíe los tanques de agua de los ferrocarriles. Ellos son los primeros en reconocer que no es posible dejar que esta gente se muere de sed, mientras que las autoridades gubernativas de Santiago votan leyes para pavimentar las ciudades de la provincia.

Y como hormigas, las mujeres de los montes, los chicos del suburbio guaucho rodean los vagones tangues.- han abierto los grifos y el agua corre dentro de las latas. Algunos beben como búfalos, por momentos un guarda grita "cuidado", porque el convoy hace maniobras; y esta gente, metida peligrosamente entre los coches en movimiento, no se aparta se los grifos, como si los retuviera allí la locura del agua.

Ha habido pu8ebloeso a los que no podían llegar los trenes, como Quitina y Campo Gallo, en el departamento de Mariano Moreno, donde la gente se apoderaba no sólo del agua de los tanques, sino también de la del tender ¡Tan pavorosa era la sed!



El infierno santiagueño, 14 de diciembre, 1937


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