Suplicio
matinal. Zumba, pica, aturde, ensordece, confunde.
El
sonido, se sabe, refiere a vibraciones que llegan, se imponen y a veces,
permanecen.
Permanecen,
permanec, perm.
Permeables
estamos todos a eso que poco y nada tiene que ver con la música, con su
frecuencia, con las palabras susurradas o bien dichas y sí, con este zumbido
que como todos los últimos males de este mundo, planta bandera hasta el tiempo
que se le antoje.
La
descripción formal sostiene que el zumbido ese ese ruido áspero, continuo y
monótono, molesto y desagradable parecido al de los bichos volando.
Más
supersticiosos y desconfiados, en otras circunstancias, entenderíamos que se
trata de alguien se acuerda de nosotros y elabora algún asunto para
ajusticiarnos. O de aquellos que, durante una reunión de la que no fuimos invitados, mancillan nuestro
buen nombre (o algo por el estilo), mofándose con nuestras torpezas, defectos,
miserias.
O,
por qué no, el fastidio en la oreja sucedes por haber dejado pendiente algo con
alguien (¿daños colaterales?) por lo que podrían preparar alguna venganza o revancha contra nosotros.
Si
no consideran el destierro, claro.
Menos
paranoico, mejor concluir que este malestar se ajusta a una vejez que viene con
regalos. No existen privilegios para suponernos inmunes a lo inevitable. Sólo
porque durante nuestra vida intentamos mostrarnos atentos durante las
conversaciones, reivindicamos más o menos el buen gusto musical o, incluso,
supimos darle un respetable espacio al silencio, no garantizan la supervivencia
del buen oído.
Pero
este que jode, que daña y transforma al mosquito casi en infantil recuerdo, se
trata de otro zumbido. Proviene de celulares, de pantallas, de redes y radares,
de artefactos eléctricos que nos cobijan y nos vigilan en igual proporción.
Zumbido
que adormece sin acunar, que en nada se corresponde al fascinante recurso de la
hipnosis. Aunque nos vuelva más zombis, más obedientes, más maleables (a pesar
de creernos otra cosa)
Zumbido
que no garantiza ni el próximo néctar de la abeja elaborando su dulzura, ni del
incidental eco del viento prepotente.
Zumbido
sin telepatía.
Zumbido sin melodías.
Zumbido que duele.
Zumbido
de soledad.
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