jueves, mayo 14, 2020

Zumbido


Suplicio matinal. Zumba, pica, aturde, ensordece, confunde.
El sonido, se sabe, refiere a vibraciones que llegan, se imponen y a veces, permanecen.
Permanecen, permanec, perm.
Permeables estamos todos a eso que poco y nada tiene que ver con la música, con su frecuencia, con las palabras susurradas o bien dichas y sí, con este zumbido que como todos los últimos males de este mundo, planta bandera hasta el tiempo que se le antoje.


La descripción formal sostiene que el zumbido ese ese ruido áspero, continuo y monótono, molesto y desagradable parecido al de los bichos volando.

Más supersticiosos y desconfiados, en otras circunstancias, entenderíamos que se trata de alguien se acuerda de nosotros y elabora algún asunto para ajusticiarnos. O de aquellos que, durante una reunión de  la que no fuimos invitados, mancillan nuestro buen nombre (o algo por el estilo), mofándose con nuestras torpezas, defectos, miserias.
O, por qué no, el fastidio en la oreja sucedes por haber dejado pendiente algo con alguien (¿daños colaterales?) por lo que podrían preparar  alguna venganza o revancha contra nosotros.
Si no consideran el destierro, claro.

Menos paranoico, mejor concluir que este malestar se ajusta a una vejez que viene con regalos. No existen privilegios para suponernos inmunes a lo inevitable. Sólo porque durante nuestra vida intentamos mostrarnos atentos durante las conversaciones, reivindicamos más o menos el buen gusto musical o, incluso, supimos darle un respetable espacio al silencio, no garantizan la supervivencia del buen oído.

Pero este que jode, que daña y transforma al mosquito casi en infantil recuerdo, se trata de otro zumbido. Proviene de celulares, de pantallas, de redes y radares, de artefactos eléctricos que nos cobijan y nos vigilan en igual proporción.

Zumbido que adormece sin acunar, que en nada se corresponde al fascinante recurso de la hipnosis. Aunque nos vuelva más zombis, más obedientes, más maleables (a pesar de creernos otra cosa)
Zumbido que no garantiza ni el próximo néctar de la abeja elaborando su dulzura, ni del incidental eco del viento prepotente.

Zumbido sin telepatía. 
Zumbido sin melodías. 
Zumbido que duele.
Zumbido de soledad.

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