martes, noviembre 07, 2017

Cuando te hablen de sentimientos...


¿Por qué esta súbita aversión por Dostoievski?

¿Reflejó antirruso de, un checo traumatizado por la ocupación de su país? No, pues nunca ha dejado de gustarme Chejov. ¿Dudas sobre el valor estético de su obra? No, pues la aversión de la que yo mismo estaba sorprendido no aspiraba a ninguna objetividad.

Aquello que me irritaba en Dostoievski era el clima de sus libros; el universo donde todo se vuelve sentimiento; dicho de otra manera: donde el sentimiento es elevado al rango de valor y verdad.

Era el tercer día de la ocupación. Me hallaba en mi auto, entre Praga y Budejovice (la ciudad donde Camus situó su Malentendido). Sobre las carreteras, en los campos, en los bosques, por todos lados acampaban los soldados de infantería rusos. Después, detuvieron mi auto. Tres soldados se pusieron a registrarlo. Concluida la operación, el oficial que la habla ordenado me preguntó en ruso: "Kak chuvstvuietiece?", es decir: "¿Cómo se siente? ¿Cuáles son sus sentimientos?". La pregunta no era ni mal intencionada, ni irónica. Al contrario, el oficial continuó: "Todo esto es un enorme malentendido. Pero se va a arreglar. Debe saber que nosotros queremos a los checos. ¡Los queremos!"

El paisaje devastado por millares de tanques, el porvenir del país comprometido por siglos, los estadistas checos arrestados y secuestrados y el oficial del ejército de ocupación haciéndome una declaración de amor. Que se me entienda: no quiso expresar un desacuerdo con la invasión, para nada. Todos hablaban más o menos como él: su actitud no se fundaba en el placer sádico de los violadores, sino en otro arquetipo, el del amor herido: ¿Por qué estos checos (¡a los que queremos tanto!) no quieren vivir con nosotros y de la misma manera que nosotros? ¡Qué lástima que haya sido necesario utilizar tanques para enseñarles lo que es el amor!

La sensibilidad es indispensable para el hombre, pero se vuelve temible desde el momento en que se considera un valor, un criterio de la verdad, la justificación de un comportamiento. Los sentimientos nacionales más nobles están listos para justificar los peores horrores; con el pecho henchido de sentimientos líricos, el hombre comete bajezas en el nombre sagrado del amor.

La sensibilidad que reemplaza al pensamiento racional se vuelve el fundamento mismo del no entendimiento y de la intolerancia: se vuelve, como lo dijo Carl Gustav Jung, la "superestructura de la brutalidad".

La elevación del sentimiento al rango de valor se remonta a muy lejos, tal vez hasta ese momento en que el cristianismo se separó del judaismo. "Ama a Dios y haz lo que quieras". dijo san Agustín. La célebre frase es reveladora: el criterio de la verdad se desplaza del exterior hacia el interioÍ, hacia lo arbitrario de lo subjetivo. La ola del sentimiento de amor ("¡ama a Dios!") reemplaza a la claridad de la ley y se vuelve el criterio (¡cuan flojo!) del comportamiento.

La historia de la sociedad cristiana es una escuela milenaria de sensibilidad: Jesús en la cruz nos enseñó a adular el sufrimiento; la poesía caballeresca descubrió el amor; la familia burguesa nos hizo sentir la nostalgia del hogar; la demagogia política logró "sentimentalizar" la voluntad de poder. Toda esta larga historia ha modelado la riqueza, la fuerza y la belleza de nuestros sentimientos.

Pero a, partir del renacimiento la sensibilidad occidental fue desequilibrada por un espíritu complementario: el de la razón y la duda, el del juego y la relatividad de las cosas humanas. Entonces, Occidente entra en su plenitud. Cuando la pesada irracionalidad rusa cayó sobre mi país, sentí una necesidad instintiva de respirar fuertemente ese espíritu. Y me parecía no estar concentrado con tal densidad en ningún otro lado como lo estaba en ese festín de la inteligencia, el humor y la fantasía que es Jacques el fatalista.


*Jacques y su Amo-Homenaje a Denis Diderot
Milan Kundera

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