miércoles, agosto 23, 2017

Anti pretérito

No me acuerdo en qué momento de la vida, empecé a expresarme utilizando el pasado.
Y juro que me he resistido por mucho tiempo.
 Es que no hay un período específico para aplicarlo. Hay amigos, por ejemplo, que se iniciaron en tal vicio cuando fueron abandonados.
Otros, en cambio, enmarcaron una etapa de oro para sus vidas y desde ese lugar concibieron el mundo. Los años en el barrio, del colegio, de la militancia, del "te acordás?" Bueno, a todo eso aún pispeándolo de vez en cuando, le rehuyo.
Aunque este blog tenga el halo nostalgioso como el hecho en si mismo de eligir escribir. Hoy.
Hace días con esto de la celebración del niño, casi me pega el instinto de referirme a ese caso de remontarse a lo ido.
Reflejo potenciado, por la actual lectura de Lanús, libro recomendable de Sergio Olguín para los que transitamos el crecimiento desde el conurbano o cerca de este lado del ispa.
Así, decía, el pretérito salió a la superficie, cual merca recién comprada.
Contrapesé mis juegos de la escondida, con los que intenté promover durante las infancias de mis hijos: ¡conga, conga uno, uno!, enunciaba entre palmas en una rueda de fogones imaginarios.

En el fondo, el pretérito se instala cuando algunos sueños abruptamente se adueñan de la columna del haber-pasado. En este sentido, ser padres de grandes, confirmo, acoto... no ayuda.

Uno, enseguida entendería que en el haber de los logros "perduran" (y no hay palabra mejor para emular a lo que fue que ésta), viajes, proezas, resacas de entonces (otra loca palabra, entonces significa ayer y también mañana, si saben reutilizarla, pruébenlo), amores de antaño (y no tanto)  Y así el pretérito se vuelve un hábito vicioso e inevitable como aire de riachuelo.

Creo que hace décadas renuncié a la posibilidad de hacerme astronauta y en contraposición, horas en correrme de las canchitas de fútbol 5. A esta altura del partido (otra frase hecha jodida y con trampa) no voy andar emulando diabólicas gambetas (que no fueron tantas), ni goles trascendentes (aunque tengo un par). Digo, que no voy a hacer gala del sermón del past, ni perfect, ni subjuntivo, ni pluscuamperfecto, ni ahogarme en la pena de lo que pude ser y no fui, de lo que no hice, de lo que no viví.

Sí, asumir, que cuando la parca y la rutina afloran cual dedito índice señalando el propio centro (ese que dice, dale, vení, venite para acá), los verbos de lo que fui/fue/fueron/fuimos parecen la única medida de consuelo. Cual resoplido de aire, después de tocar fondo y tras llegar afortunadamente en la superficie.
En esta caso uno termina ensalzando hechos que supone trascendentes, memorables, únicos que, en contradicción con los de otros sujetos, no son más que pavadas que dolieron, dejaron huellas, cicatrices.

Y así, cuando la nada se ofrece como alternativa real o sincera frente a tales experiencias, aparece una estrofa, una canción obvia pero sanamente pegadiza,

un soplo (no post ahogo si no de magia), un fluir sanguíneo que viene para decirnos que sí, que hay que seguir.

Como ese 24  que llega en banda (el bondi maldito con sus secuaces haciendo trencito después de esperarlo un montón), para explicarte que las esperanzas pueden estar intactas.
Que el aliento, te reconfigura.
Y ahí está, esta semana el disco de Abril Sosa, podar al límite la parra, descifrar el enigma de los Rayburn (Bloodline) para comprender si finalmente uno puede constituirse como bueno o mal sujeto en ese dañino y perdurable ámbito obligado (o no) llamado familia. Recuperar ciertas fotos, escuchar al pibe cantando Sui, comer pan casero con bondiola y caramelos de eucaliptus.

Se trata, entonces y únicamente de desentenderse del túnel, extender el brazo y subirse al 24.

Entonces el pretérito, como corresponde, será apenas una circunstancia.
 

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