miércoles, octubre 21, 2015

Todo pasa, nada pasa

Parece que pasó una eternidad del último día de la madre. Y un tanto menos, de ver abandonada a su suerte a esa flaca en la autopista debatiéndose con su  motor. O la "dicha" de contemplar a través del espejo retrovisor el descenso de una avioneta. Privilegio de sureños que partimos del conurbano al trabajo, bordeando el aeródromo.
¿Todo pasa o nada pasa? surge como pregunta-título, en tiempos donde uno y 39 millones y pico más somos tiroteados con las tandas de la cuenta regresiva a la veda política.
Superado el conflicto Cata Díaz y con la sapiencia (me gusta sacudir el polvo de algunas palabras para usarlas) de nuestro gran Pellegrino en conferencia de prensa, yo sigo pensando con preocupación cómo se logra entrarle a la conversación a un hijo que adolece de preguntas por orgullo o el lógico (aunque insoportable) desprecio generacional contra su padre. Que es uno, claro está.
La realidad es que los días corren más rápido que mensajes de texto o cuadritos de dibujitos animados viejos y yo ya me peleé con un hincha del rojo vía twitter (obvio), paisano el hombre pero antik furibundo que salvaguarda sus prejuicios, diferenciando religión de política, para decir lo que se le canta, sin usar con mesurado cuidado las palabras mágicas que lo expondrían volviéndolo previsible, léase: negros, villeros, etc.
Cita a uno de mis referentes, Calamaro, para tildarme de incurable racista, suma un filósofo para salvaguardar su sionismo y hasta me bardea por mi profesión, confundiendo formación (profesional y laboral), acusándome de salido de su imaginaria Unidad Básica. Mi ignorancia por su judaísmo, es directamente proporcional a la suya al hablar de peronismo.
El tema es que todo pasa y nada pasa, me desayuno con una frase del Salmón que resume el conflicto egocéntrico virtual "...en Argentina, hay sectores donde oponerse sistemáticamente al gobierno es un estatus y no se perdona a los neutros, considerados tibios", soltó el cantante al diario El País, y su argumento encamina mi calma en esto de no sentirse tan solo.
Dos desayunos atrás, fueron bien distintos con Gabriela desmenuzando su pasado y el de curiosos británicos hurgando por Africa, primero (a propósito de una biografía dedicada a Pattie Boyd, musa de Harrison y Clapton) pero también por Ranelagh e intentando dilucidar de qué vivían aquellos descendientes del Imperio cuando vinieron a dar al culo del mundo, sus primeros pasos.
Así me entero que su bisabuela (la de Gabriela, no de Pattie) habría sido cocinera, de la reina, nada menos. Sus incomparables brownies, scones, más un lemmon cheese que hace muy de vez en cuando, recetas todas que aplica con celosa maestría, dan cuenta de un conocimiento magistral.
La influencia de Downton Abbey, ilustra la imagen de esa mujer lidiando entre ollas y sartenes de la realeza.
En tanto, los números del mes no cierran aunque uno acompañe el modelo.
Sospecho que este post pasará más desapercibido que foto nueva de sobrinos e hijos.
Y así seguirán los días del todo o nada. Lamentaré el silencio sostenido eternizado, más que tiernizado de los amigos de falsas juergas; celebraré algún párrafo del libro de Sergio Marchi (Room Service) que no termino nunca; haré lo que pueda por cerrar una nota de bomberos y Diego Torres.
Sacudiré la tierra del fondo, pensando que este año las semillas no me fallarán para una cada vez más austera huerta.
Y mientras espero superar la cuenta regresiva electoral, saldré presto como siempre al laburo, apostándome a modo de juego, con que otro avión sobrevolará Berazategui y si la suerte me ayuda, volveré a tener el privilegio de verlo desde mi espejo retrovisor.
Dudo, eso si, que la muchacha siga en ruta esperando la grúa. Pero quién sabe, hoy el motor te falla a vos, mañana a mí.

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