martes, septiembre 02, 2014

Algo cambió

Así a las apuradas, reviso un recuerdo inmediato. Fue la semana pasada en una larga caminata por el barrio cuando en la plaza San Martín (concebida en cualquier lugar de nuestro terruño argento), me crucé con una barrita de amigos exultantes a eso de las cuatro de la tarde, celebrando música, porro y birra al mismo tiempo. El facho interior desencadenó en un deseo provocador por tirar "ni en pedo un spinetta", acaso tratando de contrapesar la ineludible cumbia-regatonera con el gusto personal. Después entendí que hay voces internas que son propias, pero a medias. Seguí caminando vi al cana tranqui haciendo su recorrido, escuché un par de pibas riéndose por que sí, mientras dos parejas hacían de la siesta el mejor horario para los besos y la fiaca (desafío a que me digan si hay momentos en el día mejores para compartir tal estado) y entre pasos aeróbicos, barbas motoqueras, skates y cincuentones haciendo ejercicio, me detuve de nuevo en la charla de las muchachas adolescentes.
"¿Vos sabés boluda que hasta los ocho años me meaba en la cama?", preguntó una entre carcajadas a su amiga. Y entonces entendí que sí estamos cambiando. Y no hablo únicamente de lo político que no creo que sea la única argumentación. La plaza, al menos bonaerense, me pareció más tolerable. La mina se reía de si mismo, de un tema que daba para ¿cuántos años de pudor? ¿cuántos de verguenza? ¿cuánta terapia? Y que todos a la vez confluyan en un espacio tan pequeño, tolerándose, o haciendo la que más les gusta, eso también refiere a una evolución. Sí, ya sé, la inseguridad, la guita, blabla, la injusticia, la miseria. Pero, por qué no rescatar ese modo de convivir que supera la idea del "rescatate".
El tiempo pasa inexorablemente, es claro, el facho interior se quedó con las ganas de dar cátedra spinetiana. Después, me reí de las certezas de mi generación pseudoprogre al entender que el flaco escribió "todas las hojas son del viento" (yo me quedo con esto, pero el gusto no puede ser talado colectivamente), pero sus hijos dilectos también hicieron "a mover el culo", acaso quitándole tanta solemnidad a un pasado que también tuvo mucho de careta y de pacato en lo cotidiano.
La piba habló de su drama y supo reirse. Y esa es una enseñanza. La calle, despojada, ratifica la máxima luisalbeteana: mañana es mejor, siempre. Aunque hoy no lleguemos a entenderlo del todo.

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