viernes, mayo 30, 2014

"Nos gusta ir al cine cuando estamos tristes"

Ya lo dije, llevo un par de meses empachado de Mad Men, la serie que con la excusa de una agencia publicitaria en el corazón de NY, desde fines de los 50 hasta x ahora 1968, muestra como pocas los cambios sociales en los Estados Unidos.
En este relato conducido por Don Draper, en la temporada que pispeo, la sexta, ya pasaron los restos del macartismo, la muerte de JFK, los hippies, los beatles, el LSD, las transformaciones en el consumo, el costo social por divorcios y separaciones, la doble moral sexual, la evolución de la mujer en el mercado laboral, la incorporación y aceptación de los negros en las mismas, etc.
Ahora, mientras dos agencias se presentan a los Clio yankis, el marco de lo que puede resultar un evento frívolo con Paul Newman incluido se tronca en una noche de duelo.
Ahí, el por entonces sex symbol y adorado joven de ojos azules, ratifica su apoyo a un candidato político, en medio de la ceremonia que reúne a los exponentes del mercado publicitario.
"Che, Paul, vas a decir algo sobre la muerte de Martin Luther King?", le escupe uno, para asombro de los presentes de la coqueta cena.
Todos se miran entre sí, hay angustia, por la noticia, como por proyectar las represalias de la comunidad negra, tras conocer que el premio Nobel de la Paz, acaba de ser asesinado al mejor estilo del cowboy norteamericano. Porque queda más que claro, que en los sesenta, pero también en buena parte de su historia, los yankis fueron eliminando aquello que les perturba el orden simbólico, así, a puro balazo, a los cohetazos, digamos.
Don, separado, se ve obligado a buscar a sus hijos a la casa de su ex, casada con un senador republicano. Este, tiene una jornada laaarga buscando aquietar las aguas en un contexto barrial difícil. Draper se entera en casa que Bobby, su hijo tiene prohibido mirar televisión por una semana, pero astuto, contradice los caprichos de la madre neurótica, con una alternativa: los dos se van al cine.
La serie muestra a ambos, padre e hijo, gozando de El Planeta de los Simios, con Charlton Heston.
Se ve al hombre con su grito final y una NY devastada, en una imagen que resume todo, la estatua de la libertad, hundida entre las aguas. Efecto que Hollywood, repetirá al infinito cada vez que elija contar historias de catástrofes o invasores amenazantes.
"Quedó todo destruido?", pregunta un Bobby perturbado, tras los títulos.
"Absolutamente todo", informa su padre, que luego le propone quedarse a verla de nuevo para alegría del pibe de diez años.
El tema no termina ahí, como en nuestras épocas de cine continuado, donde el acomodador se ocupaba de limpiar la sala, antes del próximo horario, Bobby le pregunta al responsable de esta tarea, un negro de sesenta años, si le permiten ver las películas. "Si tienes chance debes ver esta, deberías", agrega el chico con una sonrisa. Después, no hay más que aplaudir al guionista/escritor, aunque no les lleguen nuestros clapclap internos: "A todos nos gusta ir al cine cuando estamos tristes".
La frase resume todo, la preocupación de un pibe, pensando también en la cabeza de ese hombre, el fin de una etapa, con el crimen del lider, la desolación frente a caprichos que  no tienen que ver con nuestra vida, pero que condicionas nuestros hábitos, creencias y procederes.


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