jueves, junio 13, 2013

¿Subirse a este tren?

Amanece y el Sarmiento vuelve a ser noticia, para los sureños del Roca, el rebote siempre parece lejano. Especialmente para quienes no andamos electrificados aún. Desde acá, suenan raras las quejas, los gritos de dolor y somos lo mismo.
Es extraño porque por Bera, todo el tiempo hay gente chequeando las vías, sacando mugre o alguno que otro perro muerto y abandonado. Acaso por nuestra condición de ciudad-pueblo, esa que hace que el progreso parezca lento, lejano o incluso, parsimonioso. Sabemos que el dolor dispara el debate político, los reproches al estado, a Cris en particular. Y a esta altura (si queremos ser país en serio, como se declama) es razonable. Son muchas las señales de este monstruo muerto en vida allá por los 90 (menemismo mediante) para que, de querer recuperarlo, deba tomarse una determinación fuerte, madura y ambiciosa. Ambición que exceda el modelo Ave español, o trenes bala. Ambición para saber qué se quiere hacer con un formato castigado por intereses camioneros y ruteros o viales.
La verdad es que más allá de lo que hizo Perón, los ingleses o los subtes belgas, el tren siempre es una gran metáfora sobre el alcance social, el desarrollo como pueblo, el crecimiento. Y ahí están los cientos de pueblos fantasmas, la trochita que iba al sur, el estrella del norte, el litoraleño, el de las nubes. Los trenes cartoneros, blancos, los de la costa, el de Madero. Vías y clases que se cruzan y sólo cuando chocan, nos ponen en autos de un presente que se discute pero del que ninguno de nosotros sabe o entiende mucho de cómo es eso de hacerse cargo.

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